MODALES.
MONICA.
En la fiesta tan como decirlo interesante y entretenida todo transcurrió muy tranquilo y agradable claro después del espectáculo dado, no me tope ni hable con Maxwell en toda la velada, una buena noche, por la mañana hice lo que siempre hago, trabajar, llegue a la empresa temprano, más de lo que de costumbre, salude a todo el que saludaba con un asentimiento de cabeza, he hice mi trabajo como todos las tardes solo que hoy no tenía tanto, por lo cual fue muy relajado, muchos creen que al ser jefe no haces nada, antes yo tampoco lo creía, pero en realidad es el que debe de ver cada detalle para así ver que todo marche bien y no tenga la empresa ni un pequeño error que puede hacer que demasiadas personas pierdan su trabajo, mi tarde iba perfecta, hasta que me llama por el intercomunicador Ángel diciendo lo que no quiero escuchar nunca.
-Señorita Mónica la busca el joven Wembley, dice que quiere hablar con usted de algo de suma importancia- dijo Ángel feliz y con un tono dulce al parecer Maxwell usa sus encantos hasta con mi secretaria, suspiro y asiento para mí, convenciéndome que de seguro quiere hablar de algo referente al trabajo ya que es de suma importancia, me tallo el puente de mi nariz repetidas veces.
-Hazlo pasar por favor y cuando se vaya tráeme un café bien cargado porque de seguro me va a dar migraña, por favor- digo colgando resignada de ver su cara. Al minuto entra el susodicho con una sonrisa encantadora mostrando sus perfectos dientes y se sienta en la silla enfrente de la mía quitándose sus lentes oscuros acomodándose como si estuviéramos en mucha confianza.
-Buenas tardes para usted también, veo que no le enseñaron sus padres buenos modales como a decir un buenas tardes al menos a la persona que visita- dije cortante, mirando su horrible comportamiento de adolescente caprichoso.
-Lo hicieron pero no me apetece decirlo ahora, además que a ti no te enseñaron a no ser tan enojona y hablarle bien a tus invitados, al parecer hoy andas de malas, como en las ocasiones que nos vemos- dijo él burlonamente suspire, una persona como él es un dolor de cabeza, bendita la mujer que lo aguante.
-Enserio usted es el que me está diciendo eso, usted el que me dejó hace años por tener poder y dirigir una empresa o lo que sea, además esa Mónica que usted conoció cambio, esa niña ingenua que creía en el amor y su mayor sueño era encontrar el amor de su vida, maduro para volverse una mujer que tiene sus metas muy claras, si quiere una disculpa no la tendrás de mi parte ya que no tengo porque hacerlo pero si es dinero por mí no existe ningún inconveniente, ahora si eso está todo aclarado puede retirarse, por favor, que tenga buen día, cierra la puerta al salir si no le importa- dije señalando la puerta.
-No te preocupes ya me di cuenta que mi Mónica a cambiado para ser una persona completamente distinta, pero no precisamente para bien déjame decirte que me has decepcionado un poco, eres una mujer dolida con aires de grandeza que no te quedan, ahora me voy para dejarte trabajar-dijo parándose de la silla, recorriéndome con la mirada unos segundos para negar saliendo de mi oficina sin mirar atrás algo que me alivio.
Cuando el salió yo me recargue en mi asiento y suspiró cerrando los ojos con nostalgia repitiendo que no debo dejarme ablandar, no me deben de afectar sus palabras, no debo de caer en sus juegos, no de nuevo, debo de ser dura y cruel como él lo fue hace años, no debo de hacerlo.
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Los comentarios de los lectores sobre la novela: incitame a pecar