Jefe Atrevido: Amor Retardado romance Capítulo 203

De hecho, pocas veces podía Vanesa encontrar a Santiago tan relajado. Él siempre tenía mucha prisa en presencia de ella.

—No has comido todavía, ¿no? —preguntó Vanesa al cambiarse de zapatos a la entrada.

Él se volvió. El cristal causó un reflejo que tapaba su rostro.

—Sí.

Así que ella fue a la cocina, primero a la nevera para sacar los alimentos. Las cosas que Santiago trajeron ayer ya no estaban. No sabía si él lo había comido o echado.

Cuando se giró para empezar a cocinar, Santiago dejó el portátil y se quitó las gafas. Dio un apretón al entrecejo y se levantó para ir a donde estaba ella. Pero se detuvo a la puerta de la cocina y dijo,

—No prepares la mía. Voy ahora a la casa de padres

—Vale —le contestó sin levantar la cabeza.

Santiago regresó al sofá y recogió las cosas. Cuando la comida ya estaba medio hecha, Vanesa oyó el ruido del coche de Santiago. Sonrió, y siguió cocinando. No había diferencia si almorzó sola, ya que al principio no había pensado preparar una comida especial.

Terminó de preparar el plato, se lo comió, lo lavó, fue a la habitación y se tumbó.

Miró las noticias del Internet donde los chismes y las novedades se actualizaban rápidamente. Sólo un día después, los reportajes relacionados con la familia Icaza se quedaron muy pocos. Se rió Vanesa con un gruñido, y dio un profundo suspiro.

«¡Qué ventaja tiene ser un rico! Puede emplear a influencias a controlar la opinión pública, o pagar para que se quite la noticia de hashtags. No es un problema».

Entonces miró un poco el contenido del examen de conducir y pensó echar una siesta. Pero no hacía mucho que tenía los ojos cerrados cuando el móvil sonó. Lo tomó y se fijó en el número de teléfono que apareció. Lo conocía. Era de Señora Erika.

«Qué cosa más rara. Apenas me llama» .

Lo contestó, pero no dijo nada, y quien llamó tampoco. Sin embargo, se oían sonidos que parecían a un hombre y una mujer charlando.

Vanesa se rió. Se le debería haber ocurrido.

Había seguido a Lidia antes y según la conversación entre ella y Violeta, iba más tarde a la casa de la familia Icaza. Y hace poco también fue allí Santiago. Era todo claro.

Demasiado había tardado Vanesa en entenderlo.

No colgó la llamada de inmediato, sino puso el móvil al lado de la almohada, y se quedó escuchando.

Seguramente Señora Erika escondió el móvil en algún lugar porque no se oía bien lo que hablaban. Pero la risa ocasional de Lidia mostró el buen ambiente de la charla. La voz entrecortada de Santiago también sonaba alegre.

Vanesa cerró los ojos y se limitó a tomar los sonidos como una nana.

Un rato después, se durmió de verdad.

No sabía si más tarde Señora Erika le dijo algo por teléfono o no, ni mucho menos cuándo se colgó. La siesta duró más de dos horas, y cuando se despertó el tiempo estaba variándose, a punto de llover.

Entonces salió al patio para remover las macetas de flores y plantas. Luego se sentó en el salón.

Había recibido un mensaje del propietario preguntando cuándo estaría disponible para firmar el contrato de alquiler. Miró el tiempo que hacía fuera, pero escribió una respuesta de que ahora se podía.

Evidentemente, el propietario también tenía prisa diciendo que iría inmediatamente a la tienda para que ambos firmasen el contrato allí mismo. Vanesa dijo que vale. Al instante ya cerró la puerta, tomó el paraguas y fue a parar un taxi.

Y como había imaginado, empezó a llover a mitad del camino.

El taxi se detuvo frente a la tienda de dulces, donde el propietario ya se encontraba. Vanesa entró con su paraguas. El contrato lo había preparado el propietario. Vanesa se lo pensó, tomó una foto y se la envió a Adam. Estaba muy desconfiada del propietario y tenía miedo de ser víctima de sus trampas.

Adam revisó el contrato y dijo que no había problema, ya que se había modificado todo lo que había que cambiar en la última versión. Sólo entonces podía Vanesa firmar el contrato tranquila.

Se veía Fabiana por el mostrador, pero no había dicho ni una palabra, ni saludó al propietario. El último entendía claramente la razón. Sabía cuánto dinero había logrado de la chica con los engaños.

El contrato estaba en dos ejemplares, uno para cada persona después de que ambos habían firmado y tomado las huellas dactilares. Terminaron todo esto, se fue el propietario.

Tanto llovía fuera que Vanesa no podía irse de inmediato, así que se sentó.

Ya con el contrato firmado, ella por fin se sintió aliviada.

Fabiana estaba, al contrario, algo inquieta.

—Salgamos cuando deje de llover —un rato después, le dijo a Vanesa—. Ya no me apetece nada pasar el día en la tienda ahora que he visto hoy a ese propietario. Quiero dar un paseo.

—Me parece bien —respondió Vanesa sentada junto a la ventana mirando hacia afuera.

Nada más decirlo, su móvil vibró.

Era una llamada de voz de WhatsApp, enviada por Erick. La contestó.

—¿Por dónde andas? —según el tono Erick parecía un poco aburrido.

—Estoy fuera —dijo Vanesa tras una pausa.

—¿Sola? —él rió.

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