Jefe Atrevido: Amor Retardado romance Capítulo 242

Vanesa y Adam comieron en el restaurante de al lado. Cuando comieron, el teléfono de Adam sonó sin parar.

—Son todos del trabajo. ¿Acaso los asistentes no tenemos derechos a descansar? Estoy en el intervalo de descanso —suspiró Adam desalentado—, en muchas ocasiones las cosas son insignificantes.

Vanesa se mantuvo callada cuando Adam murmuró,

—Pero, de todas maneras, estoy bien satisfecho con mi trabajo, porque todos me respetan por haber sido asistente de Santiago. Me tocó el sorteo gordo.

Vanesa echó a reír,

—Si no hubieras sido competente, no te habría empleado Santiago.

Adam se sintió de pronto muy contento,

—Tienes razón, nunca le había fallado ni una sola vez. Mira cómo ha trabajado el asistente de Gustavo, si hubiera sido asistente de Santiago, lo habría despedido ya.

—Por cierto, ¿no se llevan bien Gustavo y Santiago? Dime la verdad, que no se lo diré a nadie —preguntó Vanesa en voz baja.

Adam la miró con los ojos asombrados,

—¿Por qué te interesa de repente lo de Gustavo?

Vanesa echó a reír,

—De hecho, no me interesa nada sobre él, pasa es que me dijisteis siempre que lo mantuviera alejado y quería saber por qué.

—¿En qué estás interesada? Es una persona mucho menos decente que tu ex marido —dijo Adam.

Vanesa echó a reír,

—¿Con qué tiene que ver con Santiago?

Adam se calló de repente, por uno segundos añadió,

—Vale, te lo contaré todo, pero no se lo digas a Santiago, estará enojado conmigo.

—Vale, no te preocupes —dijo Vanesa.

Tras una inmóvil reflexión, Adam dijo,

—Aunque era una gran familia en que casi todos tenían sus propios propósitos, nadie los había expuesto al otro.

Siendo el hijo mayor del señor Enrique, Alexander fue el primero en incorporarse a la empresa, por lo tanto, tenía más experiencias que sus otros tres hermanos, así que el señor Enrique tenía mucha confianza en él y siempre le encargaba los trabajaos más importantes, con que sus otros hermanos estaban descontentos. Nadie de los cuales se había quejado de la parcialidad con que Enrique trataba con Alexander, pero naturalmente los tres venían agrupándose y alejándolo día a día. De ahí cuando nacieron sus hijos, quienes tampoco se llevaban muy bien con Santiago. Ahora que sus otros hermanos se fueron al extranjero, en la empresa quedaban sólo Santiago y Gustavo, quienes se convirtieron naturalmente en los rivales.

—Ya veo —dijo Vanesa.

«Es por eso no se llevan bien los dos. Pero de todo modo, son hermanos, tampoco hace falta que se mantenga alejado el uno al otro.»

Terminada la comida, Vanesa se llevó algunos platos para los obreros.

—Eres una buena chica —sonrió Adam.

«Lamentable que de ello no se diera cuenta Santiago.»

—Siempre lo he sido —dijo Vanesa.

Llegaron a la tienda, Vanesa les entregó la comida a los obreros, mientras Adam dio las vueltas al alrededor,

—Hay que examinarlo todo con atención para que no lo remodelen luego, que será una molestia tremenda.

—Tranquilo, hombre, somos fiables que no les engañaremos —dijo uno de los obreros.

Estando en la tienda por un buen rato, Adam se marchó para la empresa y Vanesa para su casa.

Cuando Adam llegó a la oficina de Santiago, éste estaba descansando en el sofá con los ojos cerrados.

Apenas entró Adam, abrió los ojos.

—Acabo de regresar de la tienda de Vanesa, allá está todo bien —dijo Adam.

—Vale, no es necesario que me lo avises si ya lo confirmas —dijo Santiago con mucho cansancio llenando en los ojos.

—Si te encuentras incómodo, vete a descansar un rato, veo que estás agotado —dijo Adam.

—No hace falta —respondió Santiago.

—¿No descansaste bien anoche? —preguntó Adam en voz baja.

Santiago lo miró asombrado,

—¿Te dijo algo Vanesa?

Adam detuvo de repente y apartó sus miradas,

—No, no, no me dijo nada ni tampoco sabía nada.

De pronto se calló Santiago, mientras tanto Adam se marchó silencioso.

Apoyado contra la silla, Santiago suspiró largo y profundo. Poco después le llegó un correo de Lidia, con un documento adjunto, que se trataba de los detalles sobre la cotización del pedido.

Ni siquiera lo leyó, Santiago le contestó que no habría problema. Luego apagó el teléfono y se fue al baño para lavar el rostro.

Apenas salió del baño, encontró a Gustavo entrando a su oficina.

De repente recordó que iba a llegar el cumpleaños del señor Hugo.

«El regalo ya lo había preparado Vanesa, aunque se lo compró Stefano, ¡buen trabajo!»

Cuando regresó a la oficina, envió un mensaje a Vanesa para preguntar cuánto le costó el regalo.

En este momento, Vanesa estaba regando las flores y cuando examinó el mensaje ya pasó media hora.

«¿Cuánto le costará a Stefano? Si es un regalo que se lo compró un amigo suyo, supongo que tampoco sabe su precio exacto. Pero si me lo pregunta Santiago, se lo tendré que contestar.»

Después de una inmóvil reflexión, Vanesa decidió llamar a Stefano, pero éste se quedó de pronto enojado,

—Oiga, Vanesa, ¿estás humillándome o qué? ¿Crees que soy desvergonzado que te chantajearé con el regalo?

Vanesa se quedó desalentada de repente.

«¿Es tonto o qué? Ojalá me regalen la plata.»

Apenas le contestó Vanesa, Stefano añadió,

—Es un regalo para ti, ni se te ocurra que me lo devuelvas ni me lo pagues. O sabrás la consecuencia. Oye, ¿te parece si te hacen un molde tuyo?

Sin ninguna vacilación, Vanesa colgó el teléfono.

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