Al escuchar a Santiago mencionar a Vanesa y Erick, Stefano soltó una sonora carcajada antes de que pudiera terminar la pregunta.
—Cierto. A ti también te parece muy buena la relación que tienen los dos. De verdad, pienso lo mismo que tú. Incluso a veces no puedo evitar estar celoso viendo la actitud con que trata a Erick, que es mucho mejor que cuando trata a mí.
Se omiten aquí las palabras seguidas de Santiago.
Stefano se bebió todo el vino y pidió al camarero que la llenara.
Tuvo hipo y volvió a mirar a Santiago.
—Pero —empezó diciendo—, ¿qué habéis hecho hoy Vanesita y tú? Todo el día sin noticias y nosotros, Erick y yo, lo pasamos esperando en el club.
Santiago juntó las cejas y siguió callado.
Las cosas que sucedieron en la casa vieja de la familia Icaza fueron complicadas. No tenía sentido decírselo.
Menos mal que su amigo tampoco tenía mucho interés en su respuesta.
—Hoy estás raro —añadió tras unos segundos.
No estaba muy animado y ya lo había notado él mismo.
Después de un buen rato habló, pero en voz baja
—Estoy loco. Quizás.
Debido a la música tan alta, Stefano no lo oía bien.
Los dos no habían elegido las habitaciones privadas porque quedaría demasiado vacía para dos personas. Así que se sentaron en la zona pública y charlaron.
De acuerdo con el carácter de Stefano, era imposible que permitiera un ambiente frío. Se enrollaba, hablando de todo.
Santiago habló poco. Se limitó a ser el oyente en la mayoría del tiempo.
Así con las conversaciones y el alcohol, no se sabía cuánto tiempo había pasado. Y Stefano fue el primero en emborracharse. No podía ni decir una palabra completa y se desplomó en la barra sin callarse.
Fue cuando Santiago sintió que alguien tocó su hombro. Se volvió, y al ver que era una mujer, rio. Una mujer bonita, y mucho más atractiva que Vanesa.
La mujer también sonrió,
—Guapo, qué aburridos estáis dos hombres solos bebiendo así.
Santiago alzó los ojos.
—Pero aquí ya estás, ¿no? —dijo aprovechando las palabras de la bella.
En otro tiempo, salvo las ocasionales veces en que dijo algo erótico a Vanesa cuando hicieron el amor, nunca se le habían ocurrido palabras tan seductoras.
Se encontraba muy raro y él mismo lo sabía muy bien. Sentirse tan perdido era enloquecedor.
La mujer mostró una sonrisa, y se inclinó hacia Santiago.
Él cerró los ojos. Por suerte, al lado de ésta no se percibía perfume penetrante.
Desplomado en la barra, Stefano murmuraba algo ininteligible. No podía cerrarse la boca aún cuando estaba borracho.
La mano de la mujer en el hombro de Santiago lo fue acariciando.
—Parece que ha bebido mucho —dijo.
Él asintió.
La mujer pensó un momento,
—¿Estáis con amigos? —añadió—, ¿mandamos que se lo llevase a casa o lo dejamos aquí?
Santiago enarcó una ceja y se desentendió.
Ella se rio, pegándose todo el cuerpo sobre el brazo de Santiago
—Cambiemos de lugar, ¿vale?
Su aliento también olía a alcohol y sus ojos se fijaban en los labios de Santiago.
Lo que quería era clarísimo.
Santiago la miraba con gesto impasible, y tardó un buen rato antes de contestarle
—Vale.
Respecto a Vanesa, a la medianoche se despertó por darse una vuelta. Pensó acercarse a la ventana para afirmar si estaba aparcado aquí el coche de Santiago, pero renunció en seguida la idea.
Le daba igual si había regresado o no. De todos modos, ahora ni siquiera le apetecía verlo.
Tumbada de espalda a la ventaja, tenía la cabeza bien despierta.
Así que informó a Adam y tomó un taxi para el club de Stefano.
El posterior estaba teniendo un sueño de plomo.
Todo el personal del club ya conocía a Vanesa. Cuando llegó, se le informó inmediatamente a Stefano.
Y él salió de la habitación aún dormido. No llevaba ni pijamas, con el pecho desnudo, el pelo desordenado y un ojo todavía cerrado. Fijó el otro ojo en Vanesa y tardó mucho en reconocerla.—Ah, Vanesita, eres tú.
A Vanesa le disgustaba su aspecto actual.
—Pero Stefano, ¿por dónde andabas anoche? Parecías haber sido violado.
—No digas tonterías —contestó con resoplido.
Descalzo, se sentó en el sofá del pasillo, sin tener la menor cuenta de que la imagen era nada decente.
—Tu hombre Santiago es un bastardo —dijo inclinándose hacia atrás.
Vanesa se quedó aturdida. No sabía por qué habló de Santiago. Sin embargo, dijo lo mismo.
—Ya, es cierto.
—Ayer estaba borracho y terminé inconsciente —Stefano dejó salir un suspiro largo—, y él paró un taxi, me metió y no me hizo caso. ¡Volví solo! Imagínate si me hubiera ocurrido algo malo. ¡Cómo podía estar tranquilo este tipo!
Vanesa se centró en otro punto.
—¿Salisteis juntos a beber? —preguntó mirándolo a Stefano.
—Ah— contestó—, sí, al bar. Soy fácil de emborracharme y rápidamente estaba pedo. Y él no me trajo aquí.
—¿A qué hora volviste? ¿Lo recuerdas?— se rio Vanesa.
Claro que no lo recordaba, pero en aquel momento el club aún estaba abierto y fue el portero quien lo ayudó a entrar.
Stefano lo llamó directamente y se lo preguntó.
—Eran las diez y tantas, antes de las once —el portero sí que lo tenía claro.
La sonrisa de Vanesa era difícil de captarse, y sus ojos se iluminaban tanto como los arroyos. Estaba más hermosa que en el día a día.
Pero cuando rio, se sintió la frialdad.
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