Jefe Atrevido: Amor Retardado romance Capítulo 257

Es decir, Santiago fue a tomar unas copas con Stefano y éste muy pronto se emborrachó. Pero Santiago sólo mandó que el taxista lo llevara a casa, y después se fue a empezar su historia.

Vanesa movía lentamente la cabeza.

«Bien.»

Ahora le daban curiosidad las futuras reacciones de los medios de comunicación.

«A ver si llegan a conseguir unas pruebas del cuerno de Santiago»

En cuanto a Stefano, él desconocía nada.

Se fijó en Vanesa, y dijo,

—Oye, si hoy estás libre voy a llamar a Erick, y tú, a tu hombre. Así tendremos a cuatro y perfecto para empezar el juego.

—Erick llegará en poco —habló Vanesa.

Al oírlo de repente se animó Stefano,

—Sólo falta Santiago. Vamos, llámalo para que venga.

Obviamente se estaba excitándose y hablando se levantó, ya en punto de dirigirse a la habitación.—Voy a asearme. Vuelvo en un segundo.

—No voy a llamarlo —Vanesa se apresuró a decir—, si quieres jugar a las cartas, hazlo tú mismo.

Stefano se paró, y se volvió a Vanesa diciendo,

—Ay tú…

Pese a la queja no tardó nada en meterse en la habitación. La puerta estaba abierta y Vanesa podía verlo coger el móvil y marcar.

Un momento después se contestó la llamada.

—Santi, ¡ven aquí y hoy juguemos un poco! Aprovechamos de que todos tenemos tiempo —dijo Stefano en voz alta.

Mientras hablaba se acercaba a Vanesa. Y ella no distinguía lo que decía Santiago.

Pero Stefano siguió sin dejar huecos.

—¿No es hoy domingo? Tú también tómate el día libre. Pues venga.

Al cabo, llegó al lado de Vanesa y puso el móvil en altavoz para que lo escuchara.

—No puedo. Hoy tengo algo que hacer —habló Santiago.

Nada más decir esto, llegó la voz de Lidia,

—Santi, ven, prueba esto, que está muy rico.

Stefano se congeló, se quedó con la boca abierta y se volvió a Vanesa.

A pesar de lo inesperado, no hubo mucho cambio en la expresión de Vanesa.

—¿Dónde estás, Santi? —Stefano casi tartamudeó.

—Estoy fuera —Una respuesta con tanta vaguedad que no se diferencia de no haberla. Hubo una pausa por parte de Santiago y continuó—. Estoy ocupado. Nos vemos otro día.

Se colgó la llamada cuando terminaron estas palabras.

Con un gesto de incredulidad, Stefano miró a Vanesa,

—Pues tu hombre, ¿qué está haciendo? Esa voz fue de Lidia, ¿no?

—Parece que sí —asintió con una mirada inocente.

Stefano frunció el ceño.

—¿Para qué quedó con Lidia? ¿No es día libre hoy? No deberán verse.

—No lo tengo claro tampoco —se rio Vanesa.

—Tú tampoco? —le sorprendió un poco.

Vanesa no podía contestarle con mucho detalle. Entre Santiago y ella, había mucho lío.

En ese momento llegó Erick. Subió las escaleras con unos pasos y lo primero que entró en sus ojos era Stefano y su pecho desnudo. Luego Vanesa sentada en el sofá.

—Stefano, ponte la ropa ahora —No ocultó el disgusto.

Al ver llegar a Erick, Stefano se olvidó al instante lo que pasó hace poco.

—Me voy ya a arreglar —una sonrisa iluminó sus ojos—. Esperadme. Si no hay remedio pediremos a un camarero que complete el vacante.

Y desapareció entrando en la habitación.

Erick se acercó y se sentó frente a Vanesa, y la miraba,

—Tienes mala cara. ¿No te encuentras bien?

—Nada de eso. Estoy bien —sonrió.

Él no removía la mirada, pero no dijo nada más.

En este momento, Stefano ya entró y dijo,

—Vamos, vamos. Ya tengo la mesa de las cartas.

—Vale —Vanesa se levantó primero.

Al ver su actitud tan activa, Erick no tenía nada que decir.

Stefano hizo venir a un camarero para comenzar la partida, y a otro le dio órdenes de prepararle algo que comer, ya que no había desayunado todavía.

Vanesa lo estaba viendo al lado de la mesa, realmente llena de envidia por su poca sensibilidad.

Al mismo tiempo, en el campo de golf estaba Santiago. Bebió mucho anoche y no se encontraba muy bien ahora.

Lo notaba Lidia.

—¿Qué pasa? No dormiste bien? —Le pasó una toalla diciendo.

—No muy mal —Santiago se limpió la cara.

Había examinado ya las muestras traídas por Lidia y, de hecho, no era difícil para su compañía a suministrar el producto.

Los dos sentados en la silla. Examinó Lidia la gran extensión de césped y se rio.

—Es la primera vez que juego al golf. No sé ni cómo y temo que se ría de mí si me equivoco.

Había un silencio largo. Después Santiago alzó la vista a lo lejos.

—Todo el mundo empieza sin saber nada. No pasa nada —dijo.

«Nadie nace bueno en muchas cosas, salvo que algunos vivan en mejores condiciones y tienen contacto con un mundo más extenso».

Con el cejo ceñido, pensó en Vanesa.

No tenía antes oportunidad de tener buen sentido, y por eso solía hacer mal las cosas, recibiendo muchos reproches de su madre. Pero dicho de manera justa, no era todo culpa suya. No disponía de ningún medio.

Señor Enrique había contado una vez algo sobre la familia Ortega. Ella y su abuelo, debían de estar luchando incluso por sobrevivir. Entonces no le debían exigir demasiado.

Pero estas cosas, sólo las recordó ahora.

Lidia esperó un rato.

—Vamos, quiero volver a intentarlo —se levantó.

Santiago asintió y la siguió.

Caminaban los dos hacia el campo, de repente Lidia se volvió.

—Estás aquí conmigo. ¿Lo sabe Vanesa?

—No lo sabrá —contestó tras un segundo de pensar—. No es necesario hablar con ella de este tipo de reuniones de negocios.

El rostro de Lidia se congeló al instante. Pero giró rápidamente al otro lado y se rio un momento más tarde.

—Eso es cierto —dijo en voz tierna.

Santiago exhaló un suspiro hondo, conteniéndose el mal humor con esfuerzo.

En realidad, estaba muy molesto.

Lo podría decir Lidia también porque a partir de entonces Santiago no ganó ningún punto, e incluso se distraía de vez en cuando.

Viéndolo así Lidia tampoco se sentía contenta. Pensaba que si él le estaba echando de menos a Vanesa. Era nada más que una mañana sin verla, ¿ya la echaba de menos hasta tal punto?

—Ya no es temprano —Después de unos turnos, Lidia propuso—, nos vamos ahora a comer, ¿qué te parece?

Como siempre Santiago no rechazó,

—Bien.

Los dos recogieron las cosas y salieron del campo de golf, que quedaba bastante apartado y en sus alrededores no había ningún buen sitio que comer. Así que conducía Santiago, llevándola para el centro de la ciudad.

Lidia se sentó en el asiento a su lado, movía incómoda.

—¿Puedo ajustar el asiento?, que es un poco pequeño el espacio —dijo riendo.

—Vale —Santiago no le dio mucha atención.

A esta hora en realidad no había mucho tráfico en la calle. Adelante estaba un semáforo y lo había visto Santiago. Sin embargo, por razones que ni él mismo entendía, hundió a fondo el pedal cuando ya llegaba al cruce y querría frenar.

El coche partió con brusquedad.

A su lado, Lidia gritando de susto se lanzó hacia Santiago.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: Jefe Atrevido: Amor Retardado