El día me pareció poco. No me había alcanzado el día, para aprovechar cada espacio de descanso para demostrarle a Owen cuanto me gustaba. Nos besábamos, nos tocábamos y a duras penas nos teníamos que separar. La última fue la de hace un rato. Si por mí fuera, me iba a la cena con lo que traía puesto, pero la madre de Owen era estricta en lo referente a presentación y etiqueta, como si fuéramos a asistir a una función de la ópera.
‒ Es bueno abrazarte, Olivia, siento que no voy a querer soltarte jamás. He estado esperando por ti, por mucho tiempo.
Quedamos casi a la misma altura, eso no me acompleja, al contrario me hace verlo directo a los ojos, a la par. Como dos soldados que se preparan para la siguiente batalla. Hombro con hombro, para enfrentarse ante cualquiera adversidad, estamos los dos juntos en esta contienda.
‒ Estoy sintiendo lo mismo que tú, no me voy a desprender de ti tan fácilmente.
‒ No voy a permitir que te despegues. Eres solo mía.
Sus brazos me aprietan más a él, pasamos la siguiente hora entre mimos y besos, sus manos son suaves y a la vez posesivas, como si temiera perderme, me da mucha ternura, me gusta sentirme protegida.
‒ Si por mí fuera no iba con Jillie, pero es un compromiso que ninguna de las dos ha roto. Sino voy se pondrá fúrica y no me gusta estar peleada con ella.
‒ Solo por esta vez.
Sonríe y su pecho se mueve haciéndome parte de su risa, paso mi nariz por la suya y pego su frente a la mía.
‒ No puedo.
Pasa su nariz por mi cuello aspirando el aroma del perfume, llega a mi oreja mordiendo con suavidad.
Hace erizar mis vellos. Muerdo mi labio inferior repetidas veces, me excita hasta la última fibra del cuerpo.
‒ Te vas a poner más bella, eso es bueno para mí.
‒ Tú me haces sentir bella.
‒ Porque lo eres.
La vibra que estoy consiguiendo con Owen me hace sentir completa, me hace feliz. Cuando piensas que el destino te ha dado la espalda, encuentras a alguien que te devuelve la fe perdida. Soñando juntos, vamos en la misma dirección y espero que surja de esta oportunidad, algo fuerte y duradero. Puede parecer muy acelerado, pero es lo que siento, como si fuéramos dos contra el mundo, que a nadie se le ocurriera separarnos.
Estábamos actuando como un par de polluelos recién salidos del cascaron. Somos él y yo en su despacho hablando de lo bello de las oportunidades, de las vueltas que da la vida y nos pone frente a frente. De las veces que me miraba sabiéndome ajena. De mis bajones de ánimo por una relación difícil desde el comienzo, aun así siempre estaba para mí, aconsejando, consolando, un buen amigo.
‒ Me tengo que ir.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: ¡Jefe, pronto seremos tres!