‒ No me interesa nada de lo que me quieras decir ahora. Ya todo está dicho. Si no lo entiendes, no sé de qué otra manera hacerte entender, ya no quiero hablar contigo ¿lo nuestro? dejaste muy claro hacen dos meses que no te interesaba, tu tomaste la decisión, yo tomé la mía, no hay nada que arreglar. No me molestes más
‒ Ya la escuchaste, será mejor que te marches por donde viniste.
En un último intento por acercarse pretendió volverla a tomar de la muñeca, no le di tiempo a que sucediera, le aparte la mano usando la menor violencia que puedo. Solo la retiro con firmeza. Ya este sujeto se estaba pasando de castaño a oscuro. Yo estaba dispuesto a todo, me molestaba que siguiera insistiendo.
‒ No vuelvas a ponerle las manos encima.
‒ Eso no es problema tuyo.
Larga como queriéndole restar importancia a mis palabras. Lo que logra elevar un grado más a mí ya de por sí enfado.
‒ Tanto es mi problema, que te prohíbo acercártele en lo sucesivo, te quiero a metros de ella y no es ninguna amenaza, te lo estoy advirtiendo.
Siempre trato de no meterme en los asuntos personales de los demás, pero yo lo mío lo defiendo con uñas y dientes. A Olivia no le vuelve a poner una mano encima, ya hay un hombre que la va a defender de todos e incluso de todas, yo sé que siempre ha sabido defenderse, pero no está de más tener el apoyo de otra persona. Se lo ofrezco incondicionalmente.
El silencio pareció prolongarse, temía que siguiera insistiendo, las provocaciones no se llevaban muy bien conmigo. Justin se retiró sin ofrecer ninguna disculpa directa a Olivia, seguía siendo el mismo patán de siempre, como pretende que hable con él si se sigue comportando como la peor mierda que era. Para la próxima no me importaba partirme la cara con él a golpes. Todos los ojos estaban puestos en nosotros, pero todo volvió a la normalidad.
Necesitaba que alguien le bajara los humos de aires de grandeza, prepotencia, soberbia y arrogancia. De ser posible yo mismo se los bajaría, no me temblaría la mano a la hora de actuar. A mi mujer la respetaba por las buenas o por las malas. Llevo su mano a mis labios y le doy un beso.
‒ Soy un hombre muy posesivo, es un defecto terrible.
Ella sonríe de forma juguetona, logra sonrojarse, es algo poco habitual en estos tiempos.
‒ De eso me he dado cuenta y es un defecto que me encanta.
Enciende las llamas de mi corazón.
‒ Salgamos.
Tomándola de la mano, nos acercamos a la puerta de salida, Jillie, esperaba en su auto, muy atenta a su móvil. Tanto la recepcionista como los guardias de seguridad nos quedan viendo, no dicen nada, continuamos hasta casi abrir la puerta del auto, sin Jillie percatarse de nada, le doy un beso de despedida, la abrazo y tomo sus manos.
‒ Aquí estas sana y salva.
‒ Muchas gracias por acompañarme.
Veo a mi dulce hermana con la boca abierta, no se esperaba nuestras muestras de afecto, sonreí para mis adentros, Olivia tendría que explicarle lo que había pasado, me apiadaba de ella, largas horas de parloteo incansable, planes y más planes.
Me obligo a reflexionar sobre lo que acaba de pasar y de cómo me hizo sentir el altercado. Celoso no me consideraba, poco faltó para que me le fuera a golpes al fantoche de Justin. El instinto protector saltó a relucir, lo mío era mío y nadie me lo iba a quitar. Sí, había tenido su tiempo, no lo valoró y no lo aprovechó, ya no era problema mío. No quería que se volviera a acercar ni para saludarla, eso lo tenía muy claro.
Esa misma tarde me habían hecho llegar unos documentos de Francia, los datos eran contundentes, la orden de restricción no tendría ningún problema a la hora de pedirla ni para poder realizar la prueba de ADN. Mirelle ya estaba localizada, era muy fácil hacerle llegar las misivas correspondientes. Esto iba a ser pan comido. .
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