¡Jefe, pronto seremos tres! romance Capítulo 42

A las siete y media en punto, bañado, cambiado con un traje azul marino, me dirijo hacia la casa de Olivia, eso nos da el tiempo suficiente para llegar con puntualidad. El trayecto no es muy largo, pero no sabemos que nos podamos encontrar en la carretera. Llego a la casa de Olivia y no sé si llamar a la puerta o mandarle un mensaje que la espero afuera. Opto por lo segundo. Busco su número entre mis contactos, escribo el mensaje y se lo envío.

*Hola hermosa, ya estoy afuera*

*Hola, en un minuto salgo*

Apoyo las manos en el volante tamborileando con impaciencia. Sé que no ha pasado ni medio minuto, pero las ganas de verla me superan. Abre la puerta de su casa, ni siquiera puedo describir como me siento. El aire dejó de pasar a través de mis pulmones, una fracción de segundo. Como si no pudiera respirar. Paso saliva por mi garganta y el corazón empieza a retumbar con fuerza en mi pecho, se siente extraño y placentero a la vez. No había vuelto a sentir algo semejante. Esto es a lo que llamaría yo, las clásicas mariposas en el estómago. Y vaya que se encuentran alocadas.

Camina a paso seguro, moviéndose de forma sensual, con el pelo suelto. Está usando un vestido vaporoso rojo, con un ancho cinturón del mismo color, que resalta su estrecha cintura, un abrigo negro abierto y zapatos bajos, casi no trae maquillaje. Se ve hermosa. Pierdo la concentración por un minuto, reacciono y me bajo del auto, no espero a que llegue a mi lado, me voy caminando hacía su dirección. No la pierdo de vista.

Nos encontramos a la mitad del camino, la tomo de las manos, dándole un beso de bienvenida. Sus mejillas adquieren un suave tono rojizo. Sonríe, es tan dulce. No se imagina como quisiera comerme esos labios hasta dejarlos rojos, morderlos y saciar mi hambre de ellos.

‒ Hola.

‒ Hola.

Saludamos los dos. Entrelazamos nuestras manos, caminamos hasta llegar al auto. Rodeamos para abrirle la puerta del copiloto. Espero a que se acomode y cierro. Vuelvo a rodear el auto, me acomodo en el asiento colocándome el cinturón de seguridad, corroboro que Olivia ya se haya puesto el suyo. Estando todo en orden. Marco la dirección en el GPS para que nos señale la ruta más óptima. Pongo en marcha el auto.

‒ ¿Lista?

‒ Lista.

Nos vamos acercando a un semáforo que justo se pone en rojo, acaricio su mano, la llevo a mis labios y le doy un par de besos, acomoda su mano en mi mejilla, acoplo mi cara en su palma, la muevo, la sensación es de otro nivel, cierro los ojos, escucho el claxon de un conductor impaciente, el cambio de color fue casi al instante, queriendo que durara más tiempo en rojo.

‒ Pon la música que prefieras‒le digo‒hay de todo, puedes escoger.

‒ Esa está muy bien.

Del aparato estereofónico sale una música lenta de jazz. El jazz siempre me relaja, no suelo escuchar música estridente. Mantengo la vista al frente y hago un pequeño movimiento para tomar su mano y ponerla en la palanca de cambios debajo de la mía. He elegido el camino cobarde porque me gustaría sentir su mano en mi pierna, debería ser directo y decirle que es lo que quiero, pero no lo hago. Solo prolongo mi sufrimiento.

‒ ¿Tienes hambre?

‒ Mucha.

Pienso que me lo dice en otro sentido, porque es precisamente lo que cruza por mi acalorada mente. Sus mejillas vuelven a adquirís ese suave todo rojizo, pero por otro lado sé que le gusta comer, es una de esas chicas que come de todo en buena cantidad, manteniendo su cuerpo esbelto y saludable. Pasamos el tiempo escuchando la música y de un momento a otro nos encontramos frente a la majestuosa mansión Kewlyn, una estructura blanca de dos pisos lleno de balcones adornado con macetas floridas, me apresuro para abrirle la puerta y caminamos hacia la casa.

Nunca me cansaré de apreciar la casa donde crecí, rodeado de amor por parte de mis padres y mis hermanos.

‒ Esta casa es hermosa ¿no?

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: ¡Jefe, pronto seremos tres!