Bruno apenas podía respirar, sintiendo como si él mismo hubiera levantado una piedra solo para que le cayera en sus pies.
Y para colmo, Ariana continuaba diciendo: "Bruno, si te parece muy complicado el papeleo para transferir la propiedad, contacta tú mismo a un agente inmobiliario. De cualquier manera, quiero el dinero de la venta de la casa en una semana."
Terminando de hablar, ella miró a César con sinceridad y le dijo: "César, ¿recuerdas aquel lío con el terreno del orfanato de hace años? El acuerdo termina en dos años y me preocupa que alguien quiera jugar sucio. Sería bueno ahorrar algo de dinero y empezar a buscar un lugar nuevo con tiempo."
César, claramente, recordaba aquel acuerdo. Si no hubiera sido por Ariana, hacía tres años ya los habrían echado a todos a la calle.
Ese episodio había hecho que Ariana sacrificara muchas cosas, y siempre había pesado en su conciencia.
Como director del orfanato, debería haber sido él quien cargara con el futuro de esos niños, pero inconscientemente, esa responsabilidad había caído sobre los hombros de Ariana.
Pagar dos millones de dólares para encontrar un nuevo sitio para el orfanato era algo que solo Ariana estaría dispuesta a hacer.
César no sabía qué decir, ¿acaso debería rechazarla orgullosamente?
Pero después del rechazo, cuando el plazo del lugar actual terminara, ¿qué sería de todos esos niños?
A él mismo no le importaba el materialismo; con encontrar algún rincón bajo un puente ya tendría para vivir toda la vida, pero esos niños estaban en pleno crecimiento y no podían seguirle en una vida de privaciones.
Él sabía que Ariana era una persona de gran corazón y lealtad.
Cuando él la rescató, vendió su propia casa y hasta su esposa lo dejó, y ella había guardado ese recuerdo toda la vida.
César le dio una palmada en el hombro, con los ojos vidriosos y le dijo: "Estos niños te deben mucho, y eso no se pagará jamás."
Comparado con los dos millones, ¿qué eran esas compras de unos cuantos cientos de dólares que Verónica había hecho?
Ella misma usaba una pulsera de ciento cincuenta mil dólares, tratando de ganar afectos con esos pequeños favores, pero eso nunca sería posible.
El rostro de Verónica ya mostraba el extremo de su disgusto, casi mordiéndose los labios de rabia.
¿Pero qué podría decir? ¿Negarse a moverse?
Eso había sido un regalo que Oliver le había dado a Ariana, ¿qué derecho tenía ella para negarse?
Cuando Ariana le dijo que tenía tres días para irse, no lo tomó en serio. Pero en aquel momento que Ariana usaba a Oliver para presionarlos, ni ella y Bruno se atrevían a replicar.
Verónica temblaba de celos. Había pasado tantos años al lado de Bruno, siendo una amante a escondidas, obedeciéndolo en todo, solo para conseguir esa mansión. Y en aquel momento, ¿Oliver se la regalaba a Ariana como si fuera un simple regalo de bienvenida?
Esas palabras eran como una bofetada resonante, dejándola con el rostro magullado.
"¿Cómo el señor Borges podría regalarle algo tan valioso a Ariana? ¿Será que ellos...?"
Bruno se impacientó de repente y le dijo: "¿Valioso? Oliver a los dieciséis o diecisiete años ya estaba haciéndose de capital extranjero en Wall Street, dos millones para él no son nada, y aunque sea el presidente del Grupo de Inversión Borges, la cantidad de dinero que ha hecho en el extranjero, nadie la sabe con exactitud."
Entre los jóvenes de los Borges, no había uno que no admirara a Oliver.
Él era el referente de la industria, como una montaña imponente erguida frente a ellos.
Cuando alguien alcanzaba tanta altura, los demás no podían sentir envidia y solo les quedaba admirarlo en silencio.
Las palabras de Bruno avivaron aún más el fuego en el corazón de Verónica y un calor que se extendió por todo su cuerpo haciendo que incluso sus ojos ardieran.
Si Oliver se fijaba en ella, conseguirle las estrellas del cielo probablemente no sería una tarea difícil.
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