Capítulo seis
Cuidado con lo que deseas
*Cassandra Reid*
— No creo en las casualidades —declara mi amiga llegando al auditorio— y sí en el destino. ¿Por qué sino soñarías con alguien que no has visto nunca?
— En primer lugar, no estoy segura de que él sea el hombre de mis sueños —a estas alturas no lo tengo claro— y en segundo, de ser así puede que lo haya visto en la televisión, en alguna revista o en cualquier chisme de esos. Es muy famoso, Leah.
— Tonterías —bufa ella apegada a sus ideas. La verdad no sé ni para que intento disuadirla, pues resulta una tarea imposible—. Tú estás destinada a ese hombre y punto.
Pongo los ojos en blanco al escuchar su ridícula declaración. Yo esposa del hombre más guapo, rico y poderoso de Florencia... es algo que jamás sucederá. Ya me gustaría.
«¿Pero qué digo?»
Mi amiga sí que está demente... y yo también.
— Lo que tú digas, Leah —concluyo para cerrar el tema antes de sentarme en mi sitio.
Segundos después, el evento comienza. En total somos unos quince médicos los que hemos sobrevivido al intensivo curso. El director del hospital comienza con unas alentadoras palabras y las felicitaciones a todo el equipo. Luego, le cede el turno a Santino Rossi, el supervisor del programa.
— La mitad de vosotros se quedó en el camino por incompetentes —comienza su encantador discurso—. El resto habéis llegado hasta aquí, pero eso no significa que seáis exitosos doctores. Estoy seguro de que no volveré a escuchar el nombre de muchos en lo que me resta de vida. De los pocos que triunféis, espero que recordéis lo aprendido en estos dos años. No me busquéis para aclarar dudas porque no me gusta repetir las lecciones dos veces. Y para los que os quedáis en este hospital, os informo que tendréis que continuar lidiando conmigo y al que pongan bajo mi cargo, si no da la talla se va.
El director toma la palabra nuevamente para pronunciar uno a uno el nombre de los diplomados.
— ¿No se suponía que el discurso debía ser motivador? —inquiere una de mis colegas.
— Es un capullo —interfiero—. ¿Qué esperabais?
— Sigue siendo el mejor cirujano de Florencia —alude Romeo.
— Y para cerrar con broche de oro —profiere el director—. Certificamos a la doctora Cassandra Reid como la más destacada del equipo.
La ronda de aplausos le sigue y me levanto para ir a buscar mi diploma, no sin antes dejarle un mensaje a mis compañeros—: Puede ser el Dios de la Cirugía, pero si de algo estoy segura es de que no lo voy a echar de menos.
— Enhorabuena, doctora Reid —el cirujano capullo me entrega el certificado con un diminuto sello dorado que me cataloga como la más destacada.
«¡Qué chulo!»
— Gracias, doctor Rossi.
— Debo confesar que fue la menos peor de todos.
— La menos peor —no sé si pregunto o exclamo, cada vez que este hombre abre la boca me deja estupefacta. Lo que más me cuesta creer es que con ese carácter tenga a todo el personal del hospital babeando por él.
— Créame, doctora, le he hecho un cumplido —asegura al mismo tiempo que me guiña un ojo.
«¡Me ha guiñado un ojo!»
Tendré que empezar a creer las teorías sin sentido de mis amigos.
>> Aunque no puedo decir que la echaré de menos.
Tenía que estropearlo. Y yo que pensaba que aún quedaba algo amable en él.
— No fue eso lo que me dijo hace dos días, doctor —señalo con sarcasmo. Recuerdo muy bien la conversación y a pesar de sus comentarios despectivos, debo admitir que me gusta contrataatacarle. Creo que esa es una de las razones por las cuales no me da un respiro.
— Creo que me está confundiendo con otro, doctora Reid.
Ahora está jugando conmigo. ¿Este hombre tendrá trastornos de la personalidad?
— Sí, eso debe ser —hago el ademán de marcharme, sin embargo, me detengo para hablarle una vez más—. Por cierto, tenga certeza de que yo tampoco le echaré de menos, doctor Rossi.
Me acerco a la improvisada barra que han montado y pido una copa de vino tinto. Es mi último día aquí, no tengo por qué estresarme con los cambios de humor de mi ahora ex jefe. Si puedo sacar algo bueno de mi situación actual, es que no volveré a verlo.
— ¿Por qué demoraste tanto allá arriba? —cuestiona Romeo mientras toma una cerveza para él y otra para mi mejor amiga.
— El cirujano gilipollas se estaba despidiendo —respondo antes de dar otro sorbo a mi copa.
— ¡No me digas! —el muy idiota de mi compañero tiene la desfachatez de reírse sin disimulo—. Dime, ¿hubo besito de despedida?
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