La esposa rebelde del Árabe romance Capítulo 2

Regla de oro

Hasan Rafiq sedujo a Sienna con una simple y sexi sonrisa o quizá era la necesidad de la muchacha por experimentar la pasión que le prometían aquellos ojos verdes. Ella no tenía ninguna posibilidad, había caído hechizada bajo el encanto del desconocido.

—Esta noche te haré mía —le susurró al oído, provocando que el cuerpo de Sienna temblara como si fuera una hoja mecida por un bravo viento, pero no sentía frío. El fuego que recorrió cada centímetro de su piel fue como lava, derritiéndola y dejándola a merced del extraño.

Sienna no fue consciente del momento que el hombre guapo la sacó del antro, ni supo exactamente el lugar al que la llevó. No se preocupó por ver el lujoso ático, sus ojos cielo estaban clavados en el rostro perfecto del hombre, Sienna llegó a pensar que todo se trataba de un sueño. ¡Eso era! Ese hombre no podía ser real, era demasiado guapo y perfecto.

Un momento de lucidez se coló por los pensamientos de la muchacha, pero pronto fue borrado como si solamente hubiese sido un pensamiento sin razón cuando los labios del hombre se posaron sobre sus jóvenes y virginales labios.

Sienna cerró los ojos, mientras un nuevo escalofrío le recorrió de pies a cabeza, ella ni siquiera podía explicar las emociones que le atravesaron el cuerpo, simplemente se dejó llevar por el dulce momento. Sueño o no, ella deseaba experimentar y que el cielo se apiadara de ella porque no pensaba detenerse.

Pronto dos cuerpos estuvieron tendidos sobre la cama, experimentando pasiones que no habían tendido.

Hasan arremetió contra el cuerpo de Sienna en una sola embestida, arrancando un grito de los labios de la joven que él interpretó como placer, por lo que no se detuvo hasta saciar su deseo y estallar en el más dulce y absoluto placer, cayendo rendidos sobre la cama, envolviendo sus cuerpos con las sedosas sábanas color marfil.

El sol alumbró dos cuerpos sobre la cama, Sienna abrió los ojos y sintió el dolor atravesar su cabeza como si alguien martillara dentro de ella, pero pronto se acostumbró al intenso brillo que se colaba por los vidrios del aquel lujoso ático.

Sienna sintió cosquilleo recorrer su columna vertebral al darse cuenta de que estaba en una habitación que no era la suya y que una mano estaba aferrada a su estrecha cintura, ella se giró lentamente para ver el rostro del hombre que dormía plácidamente junto a ella.

El miedo se disparó por el cuerpo de Sienna como el veneno de un alacrán, su corazón latió fuerte mientras intentó salir de los brazos de aquel hombre y no despertarlo en el proceso. Su cerebro estaba ligeramente confuso, preguntándose: ¿dónde estaba Callie? ¿Dónde estaba ella y con quién había pasado la noche?

No saber el nombre del hombre era mejor y rogar porque fuera un extranjero era todo lo que podía hacer.

Sienna cogió sus ropas y se vistió con rapidez, temiendo que el hombre se despertara, cosa que estuvo a punto de suceder cuando su mano pasó trayendo uno de los bonitos y caros floreros, ella alcanzó a cogerlo en el aire. Su corazón latió, pero suspiró con alivio antes de salir de manera silenciosa de la habitación, huyendo como si el diablo le pisara los talones, rogando por no volver a encontrarse con aquel caliente hombre jamás…

Minutos más tarde, Hasan abrió los ojos y supo de inmediato que estaba solo. Completamente, solo, la mujer se había escabullido y él no se había dado cuenta. Quizá era mejor así, la aventura de una noche que quedaría para el recuerdo.

Hasan se levantó sin molestarse en cubrir su cuerpo, estaba solo, no lo necesitaba, sin embargo, las sábanas arrugadas le dejaron ver la mancha roja sobre la pulcra tela.

El jarrón más cercano se estrelló contra una de las columnas de la habitación, Hasan maldijo por lo bajo al darse cuenta de que había quebrantado su regla de oro. ¡No acostarse con una mujer virgen!

—¡Señor! —el consejero real entró a la habitación al escuchar el estruendo del vidrio romperse.

—¿A dónde se ha marchado? —preguntó.

El hombre parpadeó un par de veces.

—¿A quién se refiere, señor? —preguntó.

Hasan lo fulminó con la mirada, aun así, respondió.

—La mujer con quien he pasado la noche —señaló.

El consejero tragó saliva, había estado vigilante casi toda la noche, pero al darse cuenta de que la mujer no iba a marcharse, decidió ir a su habitación y se había quedado dormido.

—Yo, yo lo siento mucho, señor, pero me descuidé y no la vi salir —aceptó.

El gruñido que salió de los labios de Hasan fue lo más parecido a una fiera, tomó su bata de seda y se dirigió al baño, pero se detuvo en la puerta.

—Busca información sobre ella y comunícate con la señora Mackenzie, lo que ha sucedido cambia mis planes —dijo, dejando al hombre anonadado con su petición, fue entonces que el consejero miró las sábanas manchadas sobre la cama y supo que estaba metido en más de un problema.

Entre tanto, Sienna bajó del taxi, afortunadamente tenía efectivo en el bolsillo de su chaqueta para pagar, de lo contrario, habría llegado a casa caminando. Ella respiró profundo y dio el primer paso para entrar a casa, el cuerpo le dolía, pero no tenía tiempo de quejarse. Su madre posiblemente estaría furiosa por no volver a casa por la noche.

Sienna entró de manera sigilosa, se recargó contra la puerta, necesitaba serenarse y pensar en dar una buena excusa si llegaban a descubrirla.

—Tonta, ¿Cómo pretendes engañar a tu madre cuando caminas como Bambi recién nacido? —se preguntó y regañó al mismo tiempo.

Sienna dio un paso hacia delante, alejándose de la seguridad de la puerta, mientras esperaba que su acto de rebeldía de la noche anterior, no tuviese ninguna consecuencia, ella ni siquiera recordaba si el hombre con quien durmió se había cuidado o no y eso le asustó, tanto que temió que su madre la llegara a descubrir.

—¿Se puede saber dónde y con quién has pasado la noche? —la voz de su Fiona le hizo tambalearse en el primer escalón, ella no se giró porque estaba segura de que en su rostro iba a encontrar la verdad.

Capítulo dos. Regla de oro 1

Capítulo dos. Regla de oro 2

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