¡Descarada!
Hasan miró a Sienna con ojos que advertían peligro, el Emir jamás se había sentido engañado cómo en ese momento. Sus pensamientos fueron rápidos y recordó exactamente las palabras que su consejero había dicho mientras se preparaba para venir a este encuentro y cancelar el trato. «Quién se rehúse a contraer matrimonio, lo perderá todo».
—Me gustaría decirle que es un placer conocerla, pero el placer ya lo hemos tenido —dijo de manera mordaz.
Sienna tragó el nudo que se había formado en su garganta, sus manos se apretaron bajo la mesa mientras rogaba porque el hombre delante de ella no dijera nada sobre la noche que habían pasado juntos.
—¿Qué quiere decir con eso? —preguntó Fiona mirando a Sienna y luego a Hasan.
—Su hija sabe muy bien de lo que hablo, señora Mackenzie —dijo, tirando la piedra sobre el tejado de Sienna.
—¿Cariño? —llamó Fiona.
—Mamá, no tengo idea de lo que habla el señor Rafiq —mintió con voz temblorosa.
¡Descarada! ¡Eso era lo que Sienna era, ¿cómo era capaz de negar lo que había ocurrido entre ellos la noche anterior! ¿Cómo se atrevía a negar que había yacido en su cama? ¡Qué se había entregado con tal libertad como si no le perteneciera a otro hombre!
Hasan nunca había estado tan furioso como en ese momento, sin embargo, él no era un hombre que dejara mostrar sus emociones. Jamás se expondría a tal humillación, si Sienna Mackenzie quería fingir que no lo conocía, él iba a jugar su propio juego hasta ponerla en jaque mate.
—Señor Rafiq, debe haber confundido a mi hija con otra joven. Ella apenas sale de casa y si lo hace es para dirigirse a la oficina. Sienna es una mujer de bien, una chica de su casa —dijo Fiona sin saber que estaba quedando como una gran mentirosa ante los ojos del Emir.
—Me imagino lo decente que es —dijo con voz afilada.
Sienna no pudo responder el ataque, si él no había mencionado que ya se conocían, ella no iba a llevarle la contraria. Si su madre descubría que se había acostado con él antes de saber su identidad, estaría en grandes problemas.
—No se imagina cuánto —respondió Fiona con una amable sonrisa.
Hasan miró a Assim y negó, sabía que su consejero no tendría ningún jodido problema en abrir la boca y desvelar que ellos ya se conocían y de manera íntima y profunda.
—Señor —dijo.
—Asmahuu li 'an 'afeal hadha bitariqati —(Déjame hacer esto solo), le habló en árabe.
—Sayidi ...—(Mi señor…), intentó refutar en el mismo idioma.
—Kun hadyaan—(Guarda silencio), le ordenó.
Assim apretó los labios y se alejó unos pasos de su jefe, sabía que jamás debía contradecir al Emir en público.
Entre tanto, Sienna se preguntó sobre la discusión de Hasan Rafiq y su hombre de confianza. Temía ser el tema de conversación de esos dos.
—Relájate, cariño —pidió Fiona cerca del oído de Sienna, restándole importancia a lo que fuera que el Emir discutía con su empleado.
¿Relajarse? ¡Eso era imposible! Sienna estaba al borde de la locura, ni siquiera sabía cómo era que seguía allí y no salía huyendo como era su deseo.
—Supongo que solo nos resta ponerle fecha a la boda —dijo Hasan mirando fijamente a Sienna, quién era incapaz de mirarlo a los ojos. Lo cual para él era sinónimo de culpabilidad.
—No tenemos prisa, señor Rafiq, podemos discutir los pormenores de la fiesta. Me gustaría que fuera algo digno de una reina —mencionó Fiona.
Hasan elevó una ceja.
—Nos casaremos en dos días —aseguró.
Sienna levantó la mirada y se encontró con aquellos ojos verdes que presagiaban una tormenta en el desierto, ella tragó e intentó hablar, pero su madre fue más rápida.
—¿Dos días? —preguntó sin poder creerlo—. No puede ser tan pronto, no me dará tiempo de preparar nada —alegó consternada.
—No tiene que preparar nada, señora Mackenzie, basta con que la señorita Sienna y yo nos demos el sí —afirmó.
—No tengo prisa por casarme —susurró Sienna encontrando su voz.
—Puedo imaginar las razones, señorita Mackenzie. Soy un hombre de negocios y mi agenda está siempre llena, como usted comprenderá no puedo darle la boda de ensueños con la que podría haber soñado toda su vida —dijo—, además nuestro matrimonio no es más que un mero acuerdo comercial, no hay amor entre nosotros que amerite, ¿cómo es que le dicen ustedes? —preguntó—. Lanzar la casa por la ventana —añadió con fina frialdad.
Fiona Mackenzie abrió y cerró la boca como si fuera un pez fuera del agua al escuchar las palabras del hombre, ella había esperado tener tiempo y organizar la boda del siglo. Que toda la sociedad se enterara del matrimonio de su hija con el árabe y dar un golpe sobre la mesa para quienes pensaban que estaban solas. No contaba con que el oriental fuera a querer una boda simple y con prisa.
—Puede aceptar o desistir de cumplir con el acuerdo matrimonial, señora —se aventuró a decir, Hasan sabía muy bien que Fiona jamás rompería el acuerdo y que aceptaría todo lo que dijera si no quería perder su patrimonio y la estabilidad económica que solamente él podía darle a su familia.
—¿Quién se ha creído para hablarle a mi madre de esa manera? —preguntó Sienna recuperando su vena rebelde, sobre todo, ahora que el hombre le estaba dando la opción de renunciar al contrato. Esta era su oportunidad para demostrarle a su madre que era muy capaz de llevar sobre sus hombros la responsabilidad de la empresa y de mantenerla en la cima del éxito.
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