Frida se mantenía al borde de esa enorme cama con sábanas de algodón y seda, sosteniendo su celular entre sus manos. Un vestido color azul adornaba su cuerpo y su cabello caía por sus hombros. Estaba nerviosa y con ganas de salir corriendo, pero el acuerdo era demasiado bueno y tiempo era lo que no tenía.
De pronto recibió una llamada, reconoció de inmediato el número y no tardó en contestar, intentando que las lágrimas no arruinaran su maquillaje.
—¿Mamita? —esa hermosa voz que iluminaba todos sus días hizo vibrar su corazón.
—Mi niña… ¿Cómo estás? ¿Cómo te sientes? —preguntó tratando de modular su tono para no preocupar a su pequeña Emma.
—Bien, pero te extraño —dijo la niña con tristeza. Era la primera noche que su madre no pasaría en su habitación en el hospital.
—Yo también te extraño, mi cielo, mi bebita linda —añadió con el corazón desangrándose. Su dolor era tan grande que le explotaría en el pecho.
—¿Cuándo vendrá papito a verme? También lo extraño…
De pronto su dolor cambió, ya no era ese cargado de nostalgia y anhelo, más bien estaba intoxicado con rencor. Recordó lo ocurrido en la oficina de Gonzalo y no supo qué contestar, era claro que no iba a regresar, ni siquiera para ver a su hija.
—No lo sé, mi amor… No lo sé…
—Pero… ¿vendrá? —Era como si Emma sospechara del abandono de su padre mucho antes de que Frida se lo confirmara.
—Él está trabajando mucho… Por eso no va, pero cuando tenga la oportunidad… —Se detuvo, no quería darle falsas esperanzas a su hija.
—¿Vendrá? Cuándo tenga tiempo, ¿vendrá?
—Mi amor… Yo… Tengo que colgarte… Tengo que hablar con… mi… futuro jefe y… —Con cada palabra que pronunciaba se sentía más en aprietos. Emma era una niña pequeña, pero no podía suponer que no tendría la inteligencia para comprender lo que ocurría.
—Sí… Ya sé… —dijo con tristeza—. Te quiero mucho, mami.
—Y yo a ti, mi vida… Te quiero con todo mi corazón —contestó Frida perdiendo la fuerza, pero sabiendo que tenía que seguir adelante por su pequeña Emma.
Se quedó por un momento escuchando la llamada terminada en su oído hasta que la puerta de la habitación se abrió, levantándose de un brinco, asustada. La sirvienta que la había metido en ese problema sonreía con suficiencia.
—¿Estás lista? —Le ofreció su mano y una sonrisa que no convenció del todo a Frida, aun así, juntas salieron de la habitación—. Te ves hermosa. Le vas a encantar.
—Esto es una locura —respondió Frida mordiéndose los labios—. ¿Cómo es el señor Gibrand?
—Horrible —dijo la sirvienta con una sonrisa amplia—. Viejo y poco atractivo. Por algo tiene que comprar una esposa, ¿no crees?
Se le erizó la piel a Frida y le dio horror pensar que tendría que satisfacer a un viejo morboso y desagradable por dinero. ¿Lo haría por Emma? La respuesta era un claro sí.
Llegaron a un enorme comedor donde estaba todo dispuesto para una aparente cena romántica: luces tenues, vajilla fina, cubiertos de plata y una botella de vino lista para ser descorchada. Frida rodeaba la mesa, deslizando sus dedos por los respaldos de las sillas mientras Román la veía desde la oscuridad.
«Es una chica hermosa, pero no cumple tus especificaciones. Veinticinco años, separada y con una hija de siete años» había dicho su abogado cuando Román descubrió la entrevista de Frida. «Parece ansiosa por un trabajo. La necesidad te vuelve un peón fiel» pensó Román con satisfacción y se creyó con suerte.
Pidió que la cacería se detuviera, había encontrado a la mujer indicada: hermosa, ansiosa por trabajo y con una necesidad que solo él podía resolver. Si algo le gustaba a Román era sentir que tenía el poder sobre las circunstancias y en ese momento sentía que tendría el poder sobre esa criatura vulnerable y necesitada, una esposa dócil que haría y diría lo que él pidiera. Solo necesitaba hacerla firmar el contrato.
De pronto Frida sintió que había alguien más con ella. La sirvienta la había dejado sola, así que lo más seguro es que se tratara de su futuro esposo. Tenía miedo de voltear y gritar horrorizada por su apariencia, no quería ofenderlo.
Giró sobre sus talones y entonces su rostro cargado de preocupación se volvió de asombro total. La sirvienta le había mentido, el hombre no era para nada horrible, por el contrario, era mucho más alto que ella y tenía un rostro varonil y frío que le erizó la piel de forma agradable; espaldas anchas y unos ojos negros que atravesaron su corazón. Era extremadamente atractivo.
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