Moana
Pasaron varias semanas. Cada día que pasaba, Ella estaba más y más entusiasmada con el colegio, y yo también. Después de hacer el papeleo y recibir las llaves de mi aula, pasé las semanas previas al comienzo del curso preparando mis planes de clase, abasteciéndome de material y limpiando el aula de arte abandonada.
La mañana del primer día de colegio, me desperté con Ella saltando sobre la cama y gritando.
—¡Moana! ¡Papá! —chilló excitada, saltando y sacándonos a los dos de nuestro sueño. —¡Despierta! Es el primer día de colegio.
Abrí los ojos de golpe y vi a Ella de pie sobre nosotros con una amplia sonrisa en la cara. A mi lado, Edrick gimió ligeramente y por fin se incorporó.
—Está bien, está bien —dijo, frotándose los ojos y balanceando las piernas sobre el lateral de la cama. —Venga. Desayunemos todos juntos antes de tu primer día de clase.
La noche anterior ya había ayudado a Ella a preparar su mochila y su uniforme. Yo también había preparado mi propia mochila con las cosas que iba a necesitar ese día y las habíamos dejado juntas en la puerta. Tenía que admitir que estaba un poco nerviosa cuando me vestí esa mañana, pero también estaba emocionada, y ver a Ella con su adorable uniforme de cuadros escoceses y sus Mary Janes me hizo sonreír.
Después de desayunar, era hora de irnos. Selina nos preparó el almuerzo a los dos, e incluso le dio a Ella un pequeño apretón y una sonrisa antes de ponernos en camino. Edrick nos acompañó al colegio; una vez más, Ella caminó entre nosotros y nos cogió de la mano, y sentí que volvíamos a ser una pequeña familia. Esperaba que aquello se convirtiera en una tradición.
Cuando llegamos a la escuela, el patio delantero bullía con la actividad de las hordas de otras niñas que estaban emocionadas por su primer día. Había desde niños de preescolar que lloraban y eran llevados en brazos por sus agotados padres, hasta aburridos estudiantes de secundaria que sólo parecían contentos de ver a sus amigos y de saber que se graduarían este año. Ella estaba claramente nerviosa y se agarró con fuerza a la pierna de Edrick mientras caminábamos hacia el punto donde dejaban a los padres.
—Papá, tengo miedo —gimoteó Ella, mirando a Edrick con grandes ojos de platillo. —Hay muchos niños. Y hay mucho ruido.
Edrick sonrió y se agachó a su altura. Le colocó un mechón de pelo suelto detrás de la oreja y luego la sujetó firmemente por ambos hombros.
—Te vas a divertir mucho —dijo—, te lo prometo. Y Moana estará aquí todo el día si la necesitas, y yo te estaré esperando aquí mismo cuando acabe el día. Pasará antes de que te des cuenta. ¿De acuerdo?
Ella asintió vacilante, moqueando un poco. Edrick le plantó un beso en la mejilla.
Casi tan pronto como lo hizo, parecía que otro grupo de niñas ya se había interesado por Ella y se acercaban lentamente hacia nosotros, jugueteando nerviosas con las correas de sus mochilas.
—Um... ¿Cómo te llamas? —dijo tímidamente una de las niñas, una cosita escuálida de cabello rubio ondulado.
—Ella —respondió Ella, con la cara enrojecida.
Una de las otras chicas, un poco más grande, con el pelo castaño y pecas, salió de detrás del resto del grupo y sonrió ampliamente.
—Soy Stacie. ¿Quieres jugar con nosotras antes de que empiecen las clases?
Ella vaciló y miró a Edrick. Él asintió y, como si las conociera de toda la vida, Ella se fue con ellas al patio. No pude evitar reírme de lo sencillo que era para los niños hacer amigos; echaba de menos aquellos días. Al final del día, estaba segura de que Ella las llamaría a todas sus mejores amigas para siempre.
Cuando sonó el timbre, todos los alumnos se pusieron en fila para entrar. Ella seguía con su grupo de amiguitos, lo que me alivió un poco, y me dirigí a mi aula mientras los profesores empezaban a hacer desfilar a sus alumnos por los pasillos para ir a clase. Me di cuenta de que bastantes niños, de todas las edades, me miraban con extrañeza, pero me limité a saludar con la mano, sonreír y abrir la puerta de mi clase.
Aún me quedaba algo de tiempo antes de que empezara mi primera clase, así que, después de instalarme un poco, me dirigí a la sala de profesores para tomar un café. Allí había un par de profesores más: el profesor de música, que se llamaba Jeff, y una de las profesoras de ciencias, Deborah. Ya me había cruzado con ellos un par de veces durante el verano, así que intercambiamos unas breves palabras de cortesía antes de volver corriendo a mi clase para prepararme para mi primera lección.
No tardó mucho en llegar la primera clase; y, para sorpresa de Ella —aunque yo ya lo sabía y estaba deseando verla sonreír durante toda la primera clase—, era su clase de tercero.
—Buenos días a todos —dije mientras los alumnos entraban con su profesora de pie en la puerta. —Soy la señorita Fowler, pero podéis llamarme Moana. Siéntense donde quieran.
Mientras los niños se apresuraban a elegir sus asientos, yo me situé delante y esperé pacientemente. Había colocado los pupitres en semicírculo alrededor de la sala para que el ambiente fuera más acogedor, y en el entro había una alfombra en el suelo con cojines en los que dejaría sentarse a los alumnos que quisieran. Casi de inmediato, Ella y otras chicas se lanzaron a por los cojines. Las otras chicas se sentaron las primeras y casi empujan a Ella.
—¡Eh! —dijo Ella, frunciendo el ceño. —¡Me empujaste!
—Deberías sentarte atrás, mestiza —gruñó una de las niñas. Era una niña más alta que las demás, pelirroja y de ojos azules. Su cara era puntiaguda, como la de un pequeño zorro, y tenía un aspecto un poco desagradable.
Mis ojos se abrieron de par en par. Abrí la boca para decir algo con la intención de callar esa clase de maldad de inmediato, pero antes de que pudiera, Ella se cruzó de brazos e hinchó el pecho.
—Sabes...
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: La niñera y el papá alfa