Edrick
—Oh, bien. Se está despertando.
Lo primero que noté cuando recobré el conocimiento fue un dolor de cabeza agudo que me golpeaba el cráneo. Cuando por fin abrí los ojos, entrecerrándolos incluso con la escasa luz de la mesilla de noche, vi tres figuras inclinadas sobre mí. Y, a juzgar por la dureza bajo mi espalda y la posición en que estaba tumbado, enseguida me di cuenta de que estaba tendido en el suelo y no en mi cama.
—¿Qué ha pasado? —murmuré, notando una clara sensación de náuseas en el estómago, como si hubiera bebido demasiado la noche anterior y ahora tuviera resaca.
—Estás bien —me dijo una voz masculina. Mis ojos se enfocaron lentamente y la visión borrosa se desvaneció lo suficiente como para ver que mi médico estaba de pie junto a mí, con cara de preocupación y el estetoscopio en las orejas. Detrás de él, podía ver a Selina de pie, con los brazos cruzados sobre el pecho y decepción en los ojos. Al otro lado, Moana me miraba fijamente y me agarraba la mano con tanta fuerza que parecía que su vida dependiera de ello.
—Bueno, tienes suerte de ser un hombre lobo —dijo el médico con un suspiro exasperado mientras terminaba de auscultarme y volvía a colocarse el estetoscopio alrededor del cuello. —Tantas pastillas podrían haber matado a un humano, pero no tendrás ningún daño duradero.
Fruncí el ceño, un poco confuso. Lo último que recordaba era que la noche anterior me había acostado después de tomar unos somníferos. Pero, extrañamente, todo me parecía mucho más confuso de lo normal. Nunca me había sentido así por tomar somníferos, a menos que...
—¿He tomado demasiado? —pregunté, parpadeando rápidamente para volver a enfocar mis ojos.
Selina se burló.
—¿Demasiado? ¡Demasiado! —reprendió. —¡Te tomaste toda la botella! ¿Qué demonios te llevó a hacer algo tan horrible? Si no fuera porque Moana te encontró esta mañana, habrías dejado a dos niños sin padre.
—Vamos, vamos —intervino el médico, notando la expresión de desconcierto en mi cara. —No saquemos conclusiones precipitadas. Edrick... ¿Recuerdas cuántas pastillas tomaste anoche?
Sacudí la cabeza. Empezaba a recordarlo, pero aún estaba borroso.
—Creo que me he levantado más veces de las que quería —dije. —Pero no me acuerdo.
El médico soltó otro suspiro y asintió lentamente.
—¿Entonces no fue intencionado? —preguntó. Volví a negar con la cabeza y todos los presentes soltaron un suspiro de alivio. El médico frunció los labios, pensativo, antes de responder. —No es raro. Si tomas demasiadas al principio, puedes olvidar cuántas tomaste antes. Puede ser muy peligroso y provocar sobredosis accidentales. Como he dicho, tienes suerte de ser un hombre lobo y no un humano. Supongo que tu lobo tuvo que ponerte en un estado de letargo para evitar que el veneno pasara por tu torrente sanguíneo.
—Es verdad —dijo mi lobo en mi mente. —Intenté detenerte, pero las píldoras hicieron que no pudieras oírme.
Así que eso fue lo que pasó. Me sentí aliviado y agradecido de que mi lobo estuviera allí para detenerlo.
—Gracias, doctor —dije, incorporándome con facilidad. —Prometo que no volverá a ocurrir.
—Bien —murmuré. —No tomaré más la medicación. Pero, doctor, necesito algo para mis problemas de sueño. ¿No hay nada que pueda hacer?
El médico se limitó a encogerse de hombros.
—Me temo que no —dijo con suavidad. —Lo siento, Edrick. Ojalá pudiera hacer algo por ti, pero creo que vas a tener que buscar métodos alternativos para dormir. Hay todo tipo de hierbas y tés homeopáticos. Podrías probar con el yoga o la meditación antes de acostarte; te daré algunas recomendaciones, si quieres.
Negué con la cabeza.
—No será necesario —respondí, sintiendo que me entumecía un poco la perspectiva de estar sin mi medicación.
De repente, sentí que la mano de Moana se estrechaba aún más alrededor de la mía. Cuando la miré, sentí que me ablandaba una vez más al verla. Parecía mirarme con complicidad, como si supiera que su presencia era lo único, aparte de la medicación, que podía hacerme dormir. Y tenía razón. Gracias a ella, supe que no necesitaría medicamentos ni ningún otro método homeopático para dormir.
Pero cuando mis recuerdos de la noche anterior inundaron mi cerebro, recordé las cosas horribles que le había dicho. Le había dicho que nunca me casaría con ella ni con nadie, y le había revelado que sabía que era mi pareja y que, aun así, no pensaba casarme con ella, a pesar del bebé que llevaba en el vientre. En realidad, no era lo que quería decir, pero aun así lo había dicho porque estaba frustrado y enfadado por haber perdido el control con ella, y porque tenía miedo de comprometerme cuando la idea de un vínculo de pareja me ponía enfermo.
Todo esto sucedió por mi culpa, porque la di por sentada y la alejé. Fui un auténtico idiota por eso, y no sabía cómo podría compensarla.
Moana era mi único somnífero verdadero, y la había herido gravemente con mis horribles palabras. Sólo esperaba que pudiera perdonarme.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: La niñera y el papá alfa