Edrick
Desde mi posición, observé cómo la cabellera pelirroja de Moana se desvanecía lentamente en la distancia. Pareció detenerse un momento y mirar por encima del hombro antes de adentrarse en la arboleda, con Kat siguiéndola discretamente a cierta distancia.
Aunque aún podía verla mientras se internaba en la entrada del bosque, no pude evitar sentir una ligera preocupación. Hace apenas un día, no habría permitido que saliera así. Sin embargo, ahora confiaba en que había tomado las precauciones necesarias: una patrulla constante vigilaba todo el perímetro de la propiedad, yo mismo había inspeccionado cada rincón la noche anterior y había enviado a Kat para que la cuidara de cerca.
Si mi padre intentaba acercarse a Moana, sin duda le resultaría casi imposible lograrlo. Además, mantener a Moana encerrada solo aumentaría su vulnerabilidad.
De repente, el sonido de la voz de Ella me sacó de mis pensamientos. Me di cuenta de que debía llevar un buen rato mirando por la ventana, absorto en mis pensamientos.
-¿Sí, Princesa?- respondí, girándome hacia ella. Tenía un libro en las manos y me lo tendió. Su cabello estaba alborotado y parecía un poco sin aliento, como si acabara de entrar corriendo después de jugar en el césped.
-¿Me lees un cuento?
Con una sonrisa, tomé el libro entre mis manos. En verdad, jamás había visto una obra así antes, lo cual me dejó preguntándome de dónde lo habría sacado. Sin embargo, reflexioné sobre cómo los niños suelen ser exploradores misteriosos de las estanterías, descubriendo tesoros ocultos en lugares olvidados.
-Claro- asentí. El cielo parecía amenazar lluvia, pero no me importaba en lo más mínimo. Quizás para cuando terminara de leerle a Ella, Moana ya habría regresado de su paseo y podríamos compartir un momento familiar juntos.
Ella respondió con una sonrisa radiante, tomándome de la mano y guiándome hacia el sillón junto a la ventana. Me acomodé, permitiendo que se sentara en mi regazo, rodeándola con el brazo mientras abría aquel antiguo tomo.
El interior estaba tan polvoriento como el exterior.
- ¿Estás segura de que deseas este, Ella? - pregunté, haciendo una mueca ante la capa de polvo que lo cubría. - Tenemos una gran cantidad de libros.
Ella sacudió la cabeza. - Quiero este - insistió, haciendo un puchero irresistible con el labio inferior. - ¿Por favor? ¿Por favor?
Suspiré y finalmente cedí, a pesar de que mis dedos ya estaban manchados de negro por manipular tanto aquel libro aparentemente antiguo. Pasé a la página siguiente, donde la historia comenzaba de inmediato. No había portada ni título.
- Érase una vez - leí, decidiendo que no valía la pena discutir, y que si la historia tomaba un giro extraño, podía inventar algo sobre la marcha. - Había un anciano que vivía solo.
Una premisa inusual para un libro infantil, reflexioné, pero continué con la lectura.
- El anciano no tenía la compañía de amigos ni familia. Jamás contrajo matrimonio ni engendró hijos. De hecho, los niños del pequeño pueblo donde residía lo veían con temor, considerando su vieja y deteriorada morada al final de la calle como un lugar maldito... ¿Estás segura de que deseas que lea esto, Ella? ¿No te causará pesadillas?
Ella negó con la cabeza. - Sigue, papá.
- Está bien... Pero al anciano no le importaba su soledad, pues estaba inmerso en un proyecto. Resulta que el anciano era un hábil artesano y una noche fue visitado por un espíritu guardián que le encomendó una tarea muy especial: fabricar algo extraordinario, un cuchillo de oro... con la cabeza de un lobo en el mango...
Mientras avanzaba en la narración, sentí cómo mis manos empezaban a temblar y mis ojos se abrían desmesuradamente. Estuve a punto de dejar caer el libro y un nudo se formó en mi garganta.
Ese cuchillo era el mismo del que Moana había soñado... El arma que acabaría con el Lobo Dorado.
De repente, sentí que mi corazón quería escapar de mi pecho. ¿Cómo era posible que mi padre estuviera aquí? Nuestra propiedad estaba asegurada... No había forma de que hubiera ingresado sin ser visto. Empecé a pensar que tal vez Ella me estaba jugando una broma.
Sin pensar, dejé caer el libro al suelo y me puse de pie, dejando a Ella en el suelo. La agarré firmemente por los hombros y la miré directamente a los ojos, que reflejaban temor y confusión.
No vi ningún rastro de travesura o broma en su mirada. Solo miedo genuino.
Fue entonces cuando comprendí que todo era real. Este libro... No era una simple coincidencia.
Era una burla.
- Lo siento, papá - murmuró Ella, con el labio inferior tembloroso. - Por favor, no le digas al abuelo que no cumplí mi promesa...
- Ella, estoy muy contento de que no hayas hecho caso y de que hayas hecho un buen trabajo - dije, sintiendo que mi voz temblaba. - ¿Viste a dónde fueron después?
Ella asintió lentamente. Lo que hizo a continuación me llenó de horror hasta los huesos.
Extendió su dedo meñique hacia el bosque, donde había visto por última vez a Kat y Moana caminando...
Cuando seguí su dedo meticulosamente y miré hacia la lluvia torrencial, mi compañera y su guardaespaldas ya no estaban en ninguna parte.
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