Moana
Mientras corría por el césped trasero de la mansión, observé cómo Selina, las criadas y varios guardias de seguridad salían corriendo con rostros de sorpresa.
Todos quedaron boquiabiertos cuando me acerqué.
-¿Moana...?- Selina murmuró en voz baja mientras daba un paso vacilante hacia mí. Asentí y disminuí la velocidad.
-¡Moana es el Lobo Dorado!- Amy gritó con entusiasmo, mostrando una expresión emocionada en su rostro. -¡No puedo creerlo!
-¡Por los cielos...!- exclamó uno de los guardias de seguridad, Darren, acercándose lentamente a mí con los ojos muy abiertos. -Nunca imaginé que el Lobo Dorado fuera más que un cuento de hadas para niños.
Desearía tener tiempo para permitirles asimilar esto, pero podía sentir cómo Edrick se debilitaba a mi espalda. Percibí un líquido cálido deslizándose por mi pelaje y, por el olor metálico que asaltó mis sentidos de lobo, supe al instante que era sangre.
De repente, Edrick soltó un gemido y cayó flácido sobre mi espalda. La tensión en el aire se cortó con un grito ahogado de todos los presentes. En un instante, volví a mi forma humana y lo atrapé en mis brazos justo antes de que tocara el suelo.
-Rápido-, urgí, con los ojos horrorizados al ver cómo la sangre fresca manchaba su camisa con flores rojas. -No puedo curarlo completamente por mi cuenta.
En un frenesí de actividad, todos se reunieron a mi alrededor. Los guardias levantaron el cuerpo inerte de Edrick y lo llevaron de vuelta a la casa, mientras Selina y las criadas se acercaban a ayudarme.
-¿Estás bien?- preguntó Selina con una mirada preocupada. -¿Qué ha pasado? Todo lo que sabíamos era que Edrick dijo que Michael estaba aquí, y luego salió corriendo. Los guardias han estado en un frenesí tratando de encontrarte.
Sacudí la cabeza y tragué saliva. Mi garganta se sentía áspera por gritar, y ahora que estábamos de vuelta en la casa, me di cuenta repentinamente de lo dolorido que tenía el cuerpo. Selina y las criadas me ayudaron a levantarme mientras regresábamos a la mansión.
-Intentó matarme-, expliqué. -Michael... tenía un cuchillo. Logré esquivarlo a tiempo, pero... Michael no sobrevivió. Edrick resultó gravemente herido también. Traté de curarlo, pero estoy agotada y sus heridas son profundas.
-No te preocupes, cariño-, me reconfortó Selina con un abrazo envolvente. -Vamos a cuidarlo. Necesitas descansar, tanto por ti como por el bebé. ¿Estás lastimada?-
Sacudí la cabeza una vez más. -Me siento mareada, pero estoy bien-, contesté. -Solo estoy preocupada por Edrick...-
El recuerdo de Edrick yacía inerte me llenó de lágrimas los ojos. Temía perderlo nuevamente, sin saber cómo lidiar con tal pérdida. Recordaba el dolor de perder a un alma afín y no deseaba revivirlo.
-Por aquí-, indicó Selina, llevándome hacia la puerta. Un sollozo escapó de mis labios al ver a Edrick tendido en la mesa del comedor, rodeado por los guardias de seguridad. Habían despejado la mesa para acomodarlo allí y tratar sus heridas.
Antes de que Selina pudiera detenerme, me zafé de su agarre y corrí hacia Edrick. Seguía con los ojos cerrados y parecía aún menos receptivo.
-¡Edrick!- exclamé, tomando su rostro entre mis manos. -¿Estás ahí?-
-¿Ha muerto mi padre?- Los ojos de Ella comenzaron a llenarse de lágrimas y su rostro se enrojeció.
Negué con la cabeza, apartando sus manos ensangrentadas antes de rodearla con mis brazos y agacharme frente a ella. -No, cariño,- le dije suavemente, sujetándola por los hombros. -Está herido, pero sigue vivo. Los guardias de seguridad y yo lo cuidaremos, se pondrá bien.-
Ella no parecía convencida mientras sus ojos buscaban desesperadamente los míos. Sus dedos seguían aferrados al brazo de su padre con tal fuerza que sus nudillos estaban blancos, contrastando con el rubor de su rostro.
-¿Qué pasó?- susurró.
Tragué saliva, mirando a Selina, quien negó con la cabeza. No quería que Ella supiera la verdad, pero no podía mentirle. No después de que Edrick prometiera que siempre le diríamos la verdad sobre todo.
-Tu abuelo... me atacó,- admití, sintiendo cómo mi labio inferior temblaba. -Tu papá me salvó, pero resultó herido. ¿Puedes confiar en que lo cuidaré?-
Ella comenzó a sollozar, pero de repente sentí una certeza en mí misma. De alguna manera, sabía qué hacer. Era como si siempre hubiera poseído esta habilidad, incluso antes de que mi lobo se manifestara; era parte de mí. Siempre pensé que solo era buena con los niños, pero ahora sabía que no era así.
La tomé en mis brazos y comencé a tararear suavemente. En cuestión de momentos, sus lágrimas cesaron. Selina, las sirvientas y los guardias de seguridad observaron con asombro cómo Ella retrocedía, secándose los ojos llorosos.
-Está bien,- susurró Ella. -Confío en ti. Por favor, cuida bien de mi papá.-
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