Moana
Todos quedaron paralizados, intercambiando miradas con los ojos muy abiertos mientras el sonido de los gemidos y los arrastres se aproximaba.
-¿Papi? -gimoteó Ella-. ¿Quién está ahí?
Edrick depositó suavemente a Ella en el suelo y se dirigió hacia la puerta. Hizo un gesto a los guardias de seguridad, pero antes de que pudieran actuar, la última persona que esperábamos apareció frente a nosotros.
-¿Pensaste que podrías deshacerte de mí, eh? -Michael estaba en la puerta, con una sonrisa malévola en el rostro. Un grito ahogado escapó de Selina, las criadas y de mí misma. Selina agarró el brazo de Ella y la empujó hacia atrás, tratando de protegerla.
-, Michael -dije, avanzando un paso-. Estabas muerto.
Michael soltó una carcajada. -En efecto -confirmó-. Pero no por mucho tiempo. Supongo que no te diste cuenta de que tus habilidades curativas me estaban despertando cuando te fuiste con Edrick y me abandonaste allí.
Sacudí la cabeza con incredulidad. -Nunca te curé...
-Oh, pero lo hiciste -intervino Michael, dando un paso al frente. Los guardias de seguridad se pusieron en alerta, pero Edrick los detuvo con un gesto de su mano-. Porque eres un necio sin entrenamiento que no tiene derecho a poseer habilidades de hombre lobo. No solo curaste a Edrick, sino que también me curaste a mí porque estaba cerca. ¿No te parece conveniente?
Mis ojos se abrieron de par en par. Busqué la mirada de Edrick, pero sus ojos estaban fijos en Michael.
-¿Por qué estás aquí? -inquirió Edrick, con furia en su tono-. ¿Cómo has llegado hasta aquí? ¿Por qué estás tan decidido a matar al Lobo Dorado que intentarías atacar a una mujer embarazada y a tu propio hijo?
Como era de esperar, Michael se limitó a encogerse de hombros. -Supongo que no lo entenderías -gruñó-. Lo siento, Edrick. Pero si te apartas y me permites terminar con esto de una vez, no te molestaré más. WereCorp es tuyo.
Edrick miró incrédulo a Michael durante un buen rato y extendió el brazo para que me quedara detrás de él.
-Eres un monstruo -sentenció Edrick-. Nunca te permitiría dañar a Moana. Podrías prometerme todo el oro del mundo y aun así no te permitiría acercarte a ella.
Michael soltó una carcajada, grave y estridente. Mientras se reía, emitió un ligero carraspeo. Observé cómo un rastro de sangre brotaba de su boca y él lo limpiaba. Los cortes en sus brazos aún eran visibles desde el incidente con el Cuchillo de Oro, aunque ya no sangraban tanto. No obstante, su aspecto seguía denotando debilidad.
Aunque no portaba el cuchillo, decidí guardar silencio por el momento. Estaba intrigada por ver cómo se desarrollarían los acontecimientos ahora que carecía de un arma real para atacar al Lobo Dorado.
-Te encerraré -declaró Edrick, avanzando otro paso hacia Michael. En ese instante, mi mano se precipitó y agarré el brazo de Edrick, deteniéndolo, y él se volvió para mirarme por encima del hombro. Lentamente, negué con la cabeza y me coloqué delante de él. Aunque parecía reticente a permitirlo, ambos sabíamos que ya no había nada que me detuviera.
Michael había puesto en peligro a mi compañera y a mi bebé, y había amenazado a Ella. Aunque no fuera la Loba Dorada, seguía siendo una madre. La ira hacia Michael se apoderó de mí.
-Si tanto deseas mi muerte, hazlo ahora mismo -dije, avanzando hacia él con los brazos extendidos. Me detuve a unos pasos de distancia y lo miré directamente. El temible alfa que una vez me dominó ahora parecía diminuto. -Adelante. Hazlo.
-Moana... -empezó Selina, pero levanté la mano para que se callara, y lo hizo de inmediato.
Salí por la puerta y me acerqué a Michael, que se retorcía en el suelo. La caída le había quitado el aliento y ahora apenas podía articular palabra.
-No puedes acabar conmigo, Michael -le espeté, inclinándome para encontrarme con sus ojos. -Sé que no puedes. Actúas como si fueras duro, como si fueras más astuto y de alguna manera superior a los demás. Pero la verdad es que tienes miedo. Tienes miedo de una mujer y un niño.
Michael tragó saliva, reuniendo fuerzas para hablar. -Me reí cuando mataron a la puta de tu madre -susurró.
De repente, me agaché y agarré con firmeza un puñado de su camisa. La tensión se reflejaba en sus ojos grises. Ya podía escuchar a todos corriendo hacia nosotros en el césped. Sus pasos resonaban en el aire mientras se acercaban.
-Cuéntame más -respondí. -Háblame sobre todas las personas que has matado. Dime por qué tú no estás en esa lista.
Los ojos de Michael se entreabrieron.
-¡Moana! ¡Aléjate de él! -escuché a Edrick gritar desde detrás de mí. -¡Es peligroso!
Con una expresión de disgusto, solté la camisa de Michael y la dejé caer de nuevo sobre la hierba. Me aparté y sacudí la cabeza mientras los guardias de seguridad se agrupaban alrededor de Michael.
-No representa una amenaza -afirmé, girándome y dirigiéndome hacia Edrick. -El cuchillo ya no está. Ahora es solo un hombre enfadado y nada más.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: La niñera y el papá alfa