Iba a explotar. Nick no cabía en su traje de la impotencia que llevaba. Aquella muchacha era una atrevida… ¡Y lo había dejado nada menos que con la palabra en la boca! ¡A él!
Fue a su escritorio y presionó con furia el botón del teléfono.
—¡Oli! —aquel grito en el intercomunicador hizo saltar a la muchacha en su asiento.
—¿Sí?
—¡Páseme el contrato de Valeria Williams ahora mismo!
—Enseguida, señor.
Lo que Oli se encontró cuando abrió la puerta de la oficina fue mucho peor que un león enjaulado, así que dejó el contrato y salió casi corriendo.
Nick estaba echando humo por las orejas. ¡Aquella fresca… desvergonzada… descarada…! ¿¡Cómo se atrevía a amenazarlo con demandarlo!? Es que la quería ahogar con sus propias manos… así… alrededor de ese cuello… justo arriba del pecho… ese pecho…
«¡Carajo, Nick, contrólate!», se regañó internamente, sentándose con calma, mucha calma, a revisar aquel maldito contrato. Diez minutos después su grito volvió a sonar en el intercomunicador:
—¡Oli!
—¡Aaaah! —La chica tiró el café por el aire del susto—. ¿Qué… qué pasa, señor?
—¡Llame a mi madre! ¡Dígale que necesito reunirme con ella ahora mismo!
—Cla-claro, señor.
Cinco horas después Nicholas Bennet, Nick, Nicky, no había trabajado nada, había hecho un trillo en su oficina y finalmente había salido como un tornado. Sin lograr una respuesta de parte de su madre, prefirió irse temprano o de lo contrario terminaría haciendo una estupidez.
Al menos eso le dio el día a Valeria para relajarse, conocer mejor al resto de sus compañeros y darse cuenta de que nadie le prestaba verdadera atención a los pocos que se ocupaban del departamento de lencería.
Llegó lista para la batalla al día siguiente, pero para su sorpresa el CEO había trasladado sus reuniones de ese día hacia uno de los centros de elaboración, así que no tendría que encontrarse con él. Así era mejor, podría diseñar y luego llevar a Alice al cumpleaños de su amiguita.
Nick, por su parte, pasó la noche mal, las reuniones peor, y a las cuatro de la tarde salió en persecución de su madre por toda la ciudad. Layla era una mujer excéntrica por decirlo de una forma agradable. A cada sitio que llegaba le anunciaban que ya se había ido, hasta que finalmente, casi anocheciendo, consiguió que le respondiera una llamada.
—¿Te mataría hablar conmigo? —le preguntó con frustración.
—Eso depende de sobre qué quieras hablar —respondió Layla—. Voy a mandarte mi dirección. Te espero.
Nick miró al techo del auto mientras hacía acopio de paciencia y conectó el celular al GPS del coche para que siguiera la dirección que le había mandado. Si ya estaba enojado, cuando detuvo el coche frente a un Burger King, por poco le da un infarto en toda regla. Entró esquivando las carreras de los niños que reían por todo el lugar y sobre todo a un par de payasos que sabía Dios por qué estaban ahí.
—¿Me quieres decir qué rayos hacemos aquí? —protestó Nick sentándose frente a su madre, que parecía una figura anacrónica dentro de aquel restaurante, con un vestido de coctel y tacones de aguja.
—Tenía ganas de comerme una hamburguesa. ¿No tengo derecho? —preguntó Layla subiendo los hombros.
—Escucha, esa chica nueva que contrataste, la quiero fuera de la empresa —descargó sin rodeos.
—¿A Valeria? ¿Por qué? ¿Has visto sus diseños? ¡Son fantásticos!
—¡No me importan sus diseños…!
—¿Cómo no? Diriges una compañía de diseño… ¿qué otra cosa te puede importar? —preguntó su madre con tono inocente.
—¡Es una mujer muy desagradable! —gruñó Nick, empujando lejos de sí la bandejita con la hamburguesa y las papas que su madre había comprado para él también.
—Pues a mí me pareció una chica muy agradable… pero si no te gusta puedes decirle ahora mismo que la despides —Layla se encogió de hombros y Nick arrugó el entrecejo, sin entender lo que quería decir, hasta que diez segundos después vio entrar a Valeria por la puerta de aquel restaurante.
Le hubiera gritado a su madre que si le había tendido una trampa, pero verla llegar con una niña pequeña de la mano fue demasiada impresión para él. Valeria se veía muy joven, de veintidós, quizás veintitrés años, y aquella niña parecía de cinco o seis.
Ella se quedó paralizada en la puerta cuando los vio, pero Alice tiró de su mano al ver a su amiguita.
—Mamá ¿puedo ir con Amy?
Valeria la miró un poco nerviosa. Alice siempre le decía “mamá” cuando estaban frente a otros niños. En la primera escuela donde la había inscrito los niños la trataban diferente por ser huérfana, así que cuando había comenzado en la primaria, Alice había empezado a llamarla “mamá” para sentirse igual que los otros. Al principio a Valeria le había molestado que los otros chicos fueran crueles solo por eso, pero finalmente había entendido que eran niños, no adultos pequeños, así que no podía juzgarlos de la misma manera. Para ella Alice podía llamarla “abuela” si eso la hacía feliz.
—Sí mi vida, ve —accedió entregándole el regalo para Amy.
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