La venganza de mi mujer ciega romance Capítulo 193

Alex regresó a casa, muy abatido.

La anciana ya casi se había vuelto loca por no poder encontrar a su nieto por ninguna parte.

A causa de la obsesión por el juego de apuesta, Alex había estado en el casino durante tres días enteros, sin decirle nada a la pobre anciana con anticipación.

Llevaba tres días sin ver la luz del sol ni comer a tiempo, por lo que había perdido mucho peso y tenía la cara pálida, como si padeciera alguna enfermedad.

Cuando volvió a casa, antes de que pudiera hablar, cayó al suelo directamente, lo cual dio un gran susto a la señora Espina.

Poniéndose muy ansiosa, la anciana quería llamar a la ambulancia inmediatamente, pero Alex se lo impidió, sacudiendo la cabeza débilmente.

—Abuela, no te preocupes demasiado. Estaré bien después de dormir un rato y luego comer algo.

Cargando una enorme deuda, aunque realmente cayera enfermo, él no podría ir al hospital porque ahora no se permitía ni un poco más gasto extra.

La señora se sintió muy dolorida al ver su único nieto está en un estado así y le ayudó apresuradamente a volver a su habitación. Luego fue a la cocina a preparar algo de comer para este.

Viendo a su propia abuela ocuparse sin parar en la cocina, Alex frunció un poco el ceño, pensando cómo inventar una mentira para engañar a la anciana, y preguntándose si esta tenía más dinero para él.

Después de un buen rato, la anciana volvió al dormitorio de Alex con un plato de pasta con tomate y dijo:

—Buen niño, cómete primero la pasta y luego échate una buena siesta. Voy al mercado de productores a hacer compras y te prepararé tus platos más favoritos esta noche, ¿vale?

La anciana miró a Alex con cariño y se sintió un poco extraña al ver que su rostro estaba delgado y pálido, su ropa estaba arrugada y olía mal a humo.

Suponía que su nieto había ido a emprender el negocio y debería haber trabajado mucho durante estos tres días. Pensando así, se puso muy apenada por su nieto.

Notando la mirada angustiada de su abuela, Alex se dio un fuerte pellizco en el muslo, y al instante se le pusieron rojos los ojos y las lágrimas se deslizaron por la cara antes de que él pudiera hablar.

—Ay, ¿qué ye pasa? Alex, no llores. Dime qué te ha pasado y no lo aguantes a solas.

Alex fingió mostrar una mirada de culpabilidad y le contó lo que había inventado en la mente:

—Lo siento, abuelita, he perdido todo el dinero que me diste. Aquel compañero mío me prometió al principio que obtendríamos beneficios y se lo creí, pero no esperaba que el negocio saliera mal y todo el dinero que me diste se perdió...

Cuando la anciana se enteró de esto, se angustió mucho.

El dinero lo había ahorrado poco a poco trabajando duro durante todos estos años, pero ahora Alex no solo no podía ganar más dinero, incluso había perdido su capital original.

La anciana se dio palmaditas sobre el pecho para calmarse. Quería quejarse, pero al ver el aspecto demacrado de su nieto, se mantuvo callada sin decir nada más.

Estaba muy triste en el fondo, pero en apariencia aún fingió que no le importaba para consolar a Alex.

—No pasa nada, es solo un... poco de dinero. Podremos volver a ganarlo después siempre que estés bien.

Al ver que su abuela no lo regañó a sí mismo, Alex se puso muy contento.

«Ja, ja, ja... ¡Sabía que la abuelita es la persona quien me ama más!»

Alex dudó un momento y continuó:

—Abuela, las pérdidas no son solo eso. Como ese compañero mío me dijo que triunfaríamos con un esfuerzo más, se lo creí otra vez. Bajo su dirección, pedí un préstamo y luego lo perdí todo sin que me quedara ni un centavo.

—¿Un préstamo? —la anciana, aparentemente sorprendida, preguntó con una voz temblorosa— ¿Cuánto has pedido prestado?

—No mucho, solo... —Alex extendió cinco dedos con culpabilidad en los ojos.

La anciana se quedó boquiabierto y se apresuró a preguntar:

—¿Cincuenta mil? ¿Cómo has pedido un préstamo tan grande?

—No, no es cincuenta mil —ante la mirada perpleja de esta, Alex habló con rigidez—. He pedido prestado quinientos mil euros.

—¡¿Medio millón?! —la anciana gritó en voz alta, mirando a Alex con incredulidad— ¿Ha dicho cinco millones?

Este asintió y se apresuró a calmar a la anciana:

—Abuela, un medio millón no es un gran número...

—¡Cómo que no es un gran número! —la anciana dijo en voz chillona— Aunque vendiéramos nuestra casa, ¡no tendríamos medio millón! ¿Cómo has podido pedir un préstamo tan grande y cómo podemos saldar tanta deuda?

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