La venganza de mi mujer ciega romance Capítulo 86

Cuando Umberto dijo esto con una expresión solitaria y la cabeza agachada, Ariana lamentaba su situación.

Cuando Ariana regresó a casa, abrió la puerta de la habitación de Albina y vio que estaba acurrucada debajo de la colcha, con la cara enrojecida.

Debía estar muy cansada, y el sonido de abrir la puerta no la despertó.

Ariana tocó su frente, y al descubrir que la fiebre había disminuido, bajó las escaleras y le contó a Umberto la situación.

Umberto sonrió:

—¡Genial! No sabes que cuánto preocupado estaba. Ya que regresaste, me iré. Por favor cuida de Albina. Se vuelva más frágil cuando esté enferma.

—No te preocupes —Ariana asintió sorprendida y suspiró mientras lo miraba alejarse.

No era extraño que Albina no pudiera resistir a su amor. De hecho, nadie podía renunciar este tipo de hombre.

Albina durmió durante mucho tiempo. Cuando sonó su teléfono, abrió lentamente los ojos aturdida.

—¡Dígame! —respondió con voz nasal.

La mujer de enfrente se quedó atónita por un momento, y habló con su voz ansiosa:

—¿Albina? Soy Silvana del departamento de marketing. Tengo algo muy importante.

—¿Silvana? —Albina se quedó atónita por un tiempo.

De hecho, había una persona llamada Silvana en el departamento de marketing, pero Albina no nunca había hablado con ella. ¿Por qué vino a pedirle ayuda?

Como Albina acababa de despertarse, su cerebro no funcionaba muy bien:

—¿Qué pasó?

Silvana respondió:

—Estaba negociando con un cliente, pero olvidé un documento importante en la empresa, por eso tuve que molestarte para que me lo traigas.

Albina frunció el ceño y miró el reloj, ya eran las diez de la noche.

—Muy tarde ya.

—Lo siento, realmente me queda remedio. La situación es muy urgente. Este cliente muy importante para nuestra empresa. Si el negocio falla, me temo que traeré grandes pérdidas a la empresa. Dice que tu casa está cerca de la empresa, así que te pido que me ayudes esta vez.

Confundida, no tuvo más remedio que ayudarla.

Después de que Silvana agradeció a Albina, colgó el teléfono. Cuando vistiéndose, a Albina se le ocurrieron algo extraño. ¿Cómo supo Silvana su número de teléfono celular y su dirección?

Pero Albina ya respondió que sí y no tenía nada más que pueda hacer.

Tomé el documento de la compañía y llegué a la dirección que dijo Silvana. Albina se paró en la puerta y se quedó atónita cuando escuchó el sonido de la música y vio las tenues luces del interior.

Sería un bar. Pero ¿cómo se podría negociar en el bar? Todo eso le salió extraño, por eso decidió no entrar y llamó a Silvana para preguntarle directamente.

—Albina, ya llegaste —el tono de Silvana se llenó de alegría impaciente—, no sabes que este hombre tiene un temperamento muy extraño y le gusta hablar de negocios en esas ocasiones.

Aunque Albina tenía dudas, no pensó demasiado, creyendo que podría irse sólo unos minutos después.

—¿Dónde estás?

Silvana respondió:

—En el segundo piso, cuarto 205. ¡Ven!

Albina entró al colgar el teléfono. Cuando llegó a la puerta del cuarto, vio que la puerta estaba, detrás de la que apareció Silvana.

Albina suspiró aliviada y le entregó el documento:

—Aquí lo tienes. Sabes que estoy enferma, tengo que irme.

—¡Espera, hay algo más! —dijo Silvana, agarrando el brazo de Albina, y la arrastró hacia el cuarto.

Todo eso sucedió muy rápido antes de que Albina pudiera reaccionar.

El cuarto estaba lleno de luces tenues y humo de cigarrillo, en el que se sentaba un hombre con una gran barriga. Detrás de él había dos guardaespaldas fuertes. Todo el mundo se fijaba en Albina.

—Señor, es Albina de nuestro departamento de diseño.

Silvana tomó la mano de Albina y se la presentó a Alberto.

Pero Albina frunció el ceño, teniendo un sentimiento muy extraño.

Alberto Costa miró de arriba abajo a Albina, que vestía un abrigo negro simple, lo que destacaba su piel blanca, sus cejas hermosas y su belleza.

—Silvana te elogiaba, diciendo que vendrías para acompañarme, por eso ahora nos ha dejado deliberadamente a solas. ¡No me jodas!

Su suposición anterior resultó correcta, que esta vez cayó en la trampa de Silvana. Pero no tenía ninguna relación con Silvana, a la que solo saludó algunas vece. ¿Por qué le tendió esta trampa?

—Señor, no sabía nada sobre esto. Todo es la idea de Silvana. Usted es una persona de buena fama. Creo que no obligará a una mujer.

El cuerpo de Albina estaba tenso, mirando con atención a Alberto.

Alberto bajó la cabeza y sonrió:

—No lo hacía antes de conocerte, pero eres una chica tan hermosa que todos los hombres serán seducidos por ti.

Atónita y asustada, Albina mantenía estrechamente su móvil:

—Señor, ¡no me lo haga! Prefiero morir que ser insultada. Solo está aquí para hablar de negocios y no quiere meterte en problemas, ¿no?

Albina se expresó firmemente.

Alberto frunció el ceño. «¿Cómo puede ser tan terca esta mujer?»

Alberto parpadeó sus ojos, levantó la cabeza y le dijo a Albina:

—Tienes razón. No quiero obligar a nadie, pero...

Mientras hablando, les pidió a los guardaespaldas detrás de él que sacaran tres copas de vino y las pusiera sobre la mesa.

Si bebas todas ellas, te dejaré ir después y firmaré el contrato de tu empresa esta noche.

Alberto miraba a Albina con gran interés:

—¿Fe acuerdo?

Después de mirar las copas de vino sobre la mesa y la puerta entrecerrada del cuarto, Albina lo aceptó:

—Vale.

De hecho, estas tres copas de vino no eran demasiados para ella, por lo que Albina creía que no sería borracha. Pero antes de tomarlos, necesitaba asegurar una cosa. Luego, levantó la cabeza y le preguntó seriamente a Alberto:

—Señor, no hay ningún problema con este vino, ¿no?

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