La Verdadera Novia del CEO romance Capítulo 10

Luego de entrar a la casa e ir por Anabet hasta la sala, Daryl se queda con una sensación diferente, como un pequeño ruido que no lo deja tranquilo.

La mujer lo mira con esa cara de inocencia mezclada con tristeza, se acerca a ella y la abraza.

—¿Siempre será así cuando ella quiera escapar? ¿Vas a correr tras ella para que no se vaya?

—No puedo dejarla hacer lo que le plazca, no está aquí de vacaciones.

—Pues la verás más seguido, porque acaba de perder todo —Daryl la mira interrogante y ella niega con la cabeza —. No me hagas caso, mejor dime, ¿a dónde la dejaste ir?

—Con tu abuelo, al parecer está enfermo.

—Mi abuelo siempre ha estado enfermo, seguro te hizo creer que era grave para poder salir de aquí, no sabes lo manipuladora que puede ser.

Anabet se refugia en el pecho de Daryl, dejando la duda sobre las palabras de Zoe. Pero tiene a su gente con ella, así que puede estar tranquilo, si pasa algo extraño o es una mentira de Zoe podrá hacérselo pagar con creces.

La mujer se queda con él el resto de la tarde, incluso a cenar, mientras que Daryl observa su teléfono de vez en cuando para ver si hay noticias de Zoe, pero nada.

Cerca de las nueve envía a Anabet a casa con un par de escoltas para que no le suceda nada en el camino, se queda parado en la entrada de la casa viéndola partir, al tiempo que saca su teléfono para llamar a uno de los hombres que envió con su esposa.

—Sanders, ¿dónde está mi esposa?

—Señor, desde que llegó no ha salido de la habitación de su abuelo… —el hombre le explica cómo han pasado las cosas, mientras que Daryl no lo interrumpe.

Corta la llamada, molesto, porque al parecer su mujer no piensa llegar a casa a dormir. Pero luego lo piensa mejor y eso puede usarlo más adelante para atormentarla, de todas maneras la tendrá lejos de él por esa noche, lo que le facilita un poco las cosas.

Cerca de la medianoche para su jornada y se va a su habitación, toma una ducha, se coloca un pantalón de algodón y se mete debajo de las cobijas, mirando el techo, pensando muchas cosas que lo llevan a nada. Se gira para abrazar la almohada y siente ese aroma de frutos silvestres envolverlo, se sienta en la cama, mira la habitación, como buscando algo.

Frunce el ceño, porque sabe que algo falta en la habitación, aunque no recuerda qué es.

Se deja caer en la almohada, cierra los ojos y un sueño intranquilo lo envuelve aquella noche, donde una niña grita desesperada su nombre.

Se despierta sobresaltado, mira la cama a su lado y está vacía, sale de allí con dirección al primer piso, para que le den razones de su esposa, donde le confirman que no llegó. Va a la cocina por un vaso de agua y se encuentra el arreglo en un rincón.

Daryl le dedica una mirada al arreglo, se despide de Rita que aparece para preparar el desayuno y regresa a la habitación.

—Eso era lo que faltaba…

Entre los problemas con los nuevos proyectos, las exportaciones de los componentes y otras cosas más, su día termina sin novedades de su esposa, a la que ha olvidado por completo.

Lo que Daryl no sabe es que, al tiempo que él se iba a acostar la noche anterior, Zoe tuvo que pedir una ambulancia para su abuelo, que se descompensó totalmente.

Cuando uno de los hombres que la custodiaban quiso llamar a Daryl, ella le dijo que no era necesario, ellos solo tenían que acompañarla al hospital, así no desobedecerían las órdenes de su jefe.

A Franco Amato lo habían recibido con todo listo para hacerle estudios y descartar otras enfermedades además de su hipertensión, pero nada la preparó para lo que le diría el doctor en ese instante.

—Señorita Amato…

—Señora Marchetti, doctor —«aunque no me guste, eso es lo que soy ahora», pensó Zoe.

—Disculpe… me temo que lo de su abuelo es incurable —la chica abre los ojos se abren y el hombre la mira con preocupación—. Su abuelo tiene cáncer.

—¿Qué…?

—Al parecer él ya lo sabía desde hace un tiempo, pero se guardó el secreto. El problema es que ha hecho metástasis y su abuelo está en los últimos momentos de su vida.

—No, eso es mentira… no puede ser… ¡Dígame que es mentira!

El grito de Zoe sobresalta al doctor y a los guardias, que entran de inmediato. Sanders, que está al tanto de la situación de ella y su jefe siente que se le estruja el corazón cuando la ve tirada de rodillas llorando desconsolada por la noticia y rogándole al doctor que no deje morir a su abuelo.

—Señora… en verdad ya no hay nada que hacer, el momento era cuando su abuelo se enteró. Lo lamento.

—¡¡Noooo!! ¡No, por favor… mi abuelo no! —se aferra a las solapas de Sanders que intenta ponerla de pie y le grita—. ¡¿Cómo se supone que voy a seguir sin él?! ¡Dímelo!

Aquella escena deja a los tres hombres bastante afectados, el doctor decide llamar a una enfermera para que le ayude a inyectar un sedante, cuando consiguen calmarla, Sanders la levanta entre sus brazos y la lleva a la habitación que la enfermera le indica.

Mientras ella llora bajito, producto del sedante, el hombre camina a la puerta para llamar a su jefe, Zoe al temer que sea precisamente eso lo que hará el hombre, le dice con voz débil.

—No le digas nada… a Daryl.

—Pero señora, él debe saber.

—No quiero que lo sepa… no quiero que se ría en mi cara y use esto para causarme daño… —cierra los ojos, hasta que se queda dormida.

En tanto, el hombre se queda mirándola, frágil, vulnerable y solitaria. Guarda el teléfono y decide atender a la petición de ella. Le ordena a su compañero que pida un sustituto para que pueda irse a casa.

—¿Y tú?

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