Las amantes del Señor Garret romance Capítulo 4

Hoy he decidido que tampoco voy a ir a trabajar. Aún me duele el golpe del estómago. Voy a dedicarme a comer porquerías en pijama y ver la tele.

Normalmente jamás admitiría que me gustan los programas de cotilleos. En el trabajo comentamos entre las compañeras los bien que estuvo el documental en el que el ñu al final se salvaba o la película subtitulada de moda en este momento, pero a mi dame una manta, un bol de palomitas y tres horas de marujeo y prensa rosa y seré la persona más feliz del mundo.

Suena mi teléfono con una llamada de un número que no conozco. Lo ignoro por si es Toni o alguien del trabajo metiéndome prisa. Imagino que por dos o tres días de baja no habrán buscado ninguna sustituta. El señor Garret, Ian... debe estar bastante molesto.

Vuelve a sonar el móvil. Pero qué pesada puede llegar a ser la gente.

—No— voy— a — des—col—gar.—digo plantando la pantalla delante de mi cara. Lo pongo en silencio y lo entierras bajo los cojines.

Hay momentos en los que pienso en Toni. Lo he hecho tan mal con él, pero tras analizarlo fríamente, no tenía derecho a hacer lo que hizo. Nuestra ruptura está en un punto de no retorno. Por mi parte y por la suya.

Medio paquete de palomitas más tarde llaman a la puerta. No se porque se me acelera el corazón, le quitó la voz a la tele y me levanto a cámara lenta para que no crujan los muelles del sofá. Camino de puntillas hasta la puerta con las manos sobre el pecho.

Colocó un ojo sobre la mirilla justo cuando vuelven a golpear la puerta. Lo que veo al otro lado me corta la respiración. Juraría que puedo notar como se para mi corazón y se me agita la respiración.

Ian está ahí. Delante de la puerta con las manos en los bolsillos y el semblante serio como siempre. ¿Qué hace aquí? madre mía y yo con estas pintas. Si en algún momento he llegado a pensar que quedaría una tercera vez conmigo, en cuanto me vea, se han terminado mis oportunidades. Lentamente quitó los pestillos y abro la puerta.

—Buenos días señor Garret ¿Qué hace aquí?— preguntó respirando entrecortadamente.

—Buenos días Emma.— dice mirando fijamente la parte de la cara amoratada.

Doy media vuelta invitándolo a entrar, más porque deje de fijarse en el golpe que por otro motivo.

—Lleva usted dos días sin ir a trabajar.

—Lo siento mucho. He estado algo indispuesta pero mañana sin falta estaré allí.—explico atropelladamente.

Se queda callado, mirándome. Es el momento más incómodo que recuerde haber pasado. Lo segundos pasan y nada. Al final con un sonoro carraspeo por fin se anima a hablar.

— ¿Cómo se ha hecho eso?— pregunta señalándome el rostro.

— No tiene importancia. Parece más de lo que es.— sonrío.

En el momento que no corresponde a mi sonrisa y continúa con el semblante serio, cambio el mío también.

Una llave suena en la cerradura, gira el picaporte y aparece Toni en el umbral. Si antes pensaba que no había momento más incómodo que el tenso silencio de tu jefe, mentía. Es muchísimo más violento que llegue tu ex—novio y te encuentre con el hombre con el que le has puesto los cuernos, la situación mejora por momentos.

Lo separa de la pared y lo lleva a rastras hasta la puerta. Toni no dice nada, está tan asustado como yo. El hombre de hielo comportándose como el fuego, creo que ni en un millón de vidas volveré a ver algo así.

— Dentro de dos horas ven. Ni un minuto antes.— lo empuja y cierra la puerta, dejándolo a oscuras en el portal.

Yo sigo en la misma posición. No he movido ni un músculo. Ian camina hasta mi. Mi caballero andante...

— Vamos. Recoge lo que quieres llevarte.

Hasta ahí han llegado mis pensamientos sobre príncipes azules o caballeros de armadura reluciente. Con la misma seriedad e indiferencia de siempre me insta a que prepare mis cosas.

No me ha defendido porque sea yo, me ha defendido porque era un abuso de fuerza y cualquier hombre que viera a una mujer en esa misma situación habría hecho algo parecido.

—Pero no tengo ningún sitio a donde ir.

—Recoge tus cosas, Emma.

Fin de la conversación. Por encima de todo tengo grabado a fuego que es mi jefe, así que sin pensarlo dos veces voy hasta el armario y sacó la maleta del altillo para comenzar a llenarla de todo lo que vaya a poder necesitar donde quiera que vaya.

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