LO ÚLTIMO EN MIMOS romance Capítulo 76

Rosa miraba la montaña de papeles apilados frente a ella, suspiró en silencio. El trabajo que había acumulado últimamente era tanto que, en cuanto volvía a la empresa, ya había una enorme pila de cosas esperándola para que se ocupara de ellas.

Con la montaña que tenía delante, no pudo evitar echar de menos el tiempo en el hospital. Cuando ella tenía a Antonio que la ayudaba con los documentos, era mucho más cómoda con la ayuda de Antonio. Como ella había estado en el hospital durante un tiempo, ahora le daba un poco pereza trabajar. Al darse cuenta del cambio, Rosa sonrió amargamente, recogió un informe y se puso a leer.

—Presidenta Serrano, la reunión comenzará en cinco minutos. —Pedro López llamó a la puerta y entró diciendo cuidosamente.

—vale. —Rosa ni siquiera levantó la cabeza y respondió lentamente.

Después de que Pedro se marchó, Rosa siguió ocupándose de los papeles, cinco minutos después, se levantó y caminó perezosamente hacia la sala de reuniones.

En la sala de conferencias, todos los ejecutivos de la empresa ya estaban preparados, y cuando vieron entrar a Rosa, sus ojos se posaron en ella. Estas personas llevaban ya tiempo sin ver a Rosa, desde que había sido hospitalizada. Afortunadamente, aunque ella había tenido un accidente, la empresa funcionaba con o sin ella.

Rosa tomó el asiento principal de la mesa, lanzó una mirada a sus empleados y dijo con tono frío:

—Venga, empecemos.

César, del departamento de desarrollo de la empresa, estaba a punto de hablar algo, un accionista de la empresa que era un señor de mayor edad se levantó del asiento y dijo:

—Presidenta, antes de empezar, creo que es necesario tratar un asunto primero.

—¿Qué asunto?

—Se trata de César del departamento de desarrollo. —El socio miró a Rosa, mientras dijo con sonrisa.

—¿Qué pasa con él?

Rosa preguntó. Desde que César se había unido a la empresa, la venta de la compañía había mejorado cada vez más. Sus nuevos proyectos habían aportado enormes beneficios a la empresa.

—Presidenta, ese César, es un mujeriego sin vergüenza y tiene no sé cuántas amantes por allí, un tipo infiel, creo que gente como él no debe trabajar aquí en la empresa. Como había sido nombrado de repente, César puso mala cara.

—Señor Francisco, ¿qué clase de tontería me está contando? tenga cuidado con sus palabras por favor, le puedo demandar por difamación.

—¿Tú crees que no tengo pruebas? Es evidente que ya tienes novia, y sin embargo sigues saliendo con Inma, un hombre tan infiel como tú, no debe trabajar en nuestra empresa en absoluto.

Francisco giró la cabeza y miró a Rosa.

—Presidenta Serrano, aunque ese Antonio Gracias ha aportado a la empresa últimamente, pero eso no es la excusa para comportarse así con mi hija, no hay ningún razón para que toleramos a alguien como él, no es adecuado a trabajar en nuestra empresa, sugiero que César sea despedido.

Al escuchar lo que contó Francisco, César puso peor cara aún.

—Señor Francisco usted conoce mejor que nadie cómo es su hija. La he rechazado mil veces, y nunca la he aceptado su amor, es ella quien me está molestando constantemente.

Los presentes, miraron a César, y luego bajaron la cabeza en silencio. Francisco Manuel era el accionista mayoritario de la empresa, aparte de Rosa. Por lo general, la gente no se atrevía a tener un conflicto con él. Aunque todo el mundo tenía un poco de simpatía por César, nadie tenía coraje para hablar a favor de él en tal situación.

La mirada de Rosa, pasando a todos, uno tras otro, sintió el silencio en la sala decepcionada. En realidad, Rosa no esperaba que sus subordinados fueran tan cobardes. César era digno de confianza. En cuanto a la hija de ese Francisco, ella se creía que venía de una familia rica, por lo tanto, siempre era arrogante, maleducada con la gente, y siempre intentaba ponerse por encima a los demás, ¿cómo podría César salir con ella? ¿Algo que ver con dinero?

Si a César le faltara dinero, no estaría aquí, con su habilidad, podría haberse montado un negocio por su propia cuenta sin ningún problema, o si no, podía trabajar para cualquiera empresa, sería fácil para él conseguir un buen sueldo. 

En ese momento, en la silenciosa sala, sonó una voz.

—Confío en el gerente César, no es una persona desleal como dice el señor Francisco, debe haber algún malentendido.

Rosa giró hacia la fuente de la voz y vio a Esteban Núñez, que estaba sentado en el fondo de todo, y ahora estaba enderezando su espalda y hablando con confianza y determinación.

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