Cuando el anciano vio entrar a Yadira, la miró antes de decirle a Delfino, -Sí, pero no es seguro.
Delfino echó una mirada a Yadira y no dijo nada más.
Durante los días siguientes, siguió lloviendo y las condiciones de la carretera no mejoraron. Aunque enviaran a alguien a reparar los circuitos y las señales, no había forma de entrar al pueblo.
Delfino y Yadira solo podían quedarse en la casa del anciano.
En los días de lluvia, el anciano no tenía que salir a hacer las labores del campo, así que a menudo se sentaba en la mecedora con su pipa, observando la lluvia y, de vez en cuando, abrazando a su gato.
Todas las verduras se recogían del huerto todos los días.
Ellos se alojaban en la casa del anciano, así que se encargaron de recoger las verduras y cocinar.
Como ella todavía no era muy buena quemando leña, el anciano solía hacerlo. Mientras tanto, Yadira cocinaba y Delfino lavaba los platos después de la comida.
Cuando se despertó esta mañana, Yadira escuchó el sonido de la lluvia.
Tras un rato, miró de reojo a Delfino, -Ya no llueve.
Este estaba tumbado de espaldas junto a ella, parecía que estaba dormido. Pero Yadira sabía que no dormía bien durante los últimos días y, por su ceño fruncido, podría notar que ya estaba despierto.
Unos segundos después, el hombre abrió los ojos y respondió con voz apagada, -Bien.
Al oírlo, Yadira se levantó, dio la vuelta al otro extremo, se puso el abrigo y se dirigió hacia la puerta.
Todos los días se levantaba y rodeaba el extremo de los pies de Delfino para salir de la cama.
Yadira bajó las escaleras, abrió la puerta principal y salió.
La casa estaba construida en una colina, con una pequeña plataforma móvil delante de la puerta y un bosque de montaña más allá.
En ese momento, una niebla blanca se levantaba en el bosque de la montaña.
Después de una larga lluvia y una niebla, haría sol.
Cuando apareciera el sol, tanto el circuito como la torre de señales estarían reparados y alguien vendría a arreglar la carretera, así que Apolo Tapia y los demás podrían encontrarlos en el menor tiempo posible.
Estaban a punto de abandonar la zona.
Solo habían pasado varios días, pero parecía que había pasado mucho tiempo.
Cuando Yadira bajó la cabeza, pudo ver las zapatillas negras de plástico que llevaba, cuyo tamaño era un poco grande, por eso descubrió el dorso de sus pies blancos.
Pisó en la tierra unas cuantas veces y algo de barro salpicó hasta la esquina de sus pantalones.
-Chica, trae una canasta aquí.
En ese momento, llegó la voz del anciano.
Cuando Yadira miró, vio al anciano de pie en un campo de verduras, llamándola con una mano llena de barro.
Estaba un poco lejos, pues Yadira no sabía qué hacía el anciano. Contestó en voz alta, -Vale, ahora mismo voy.
Yadira se dirigió llevando la cesta y vio al anciano en cuclillas en el campo de verduras, sacando algo de un montón de tierra recién arada.
-Abuelo, ¿qué estás haciendo?
Había llovido durante tantos días que el barro del suelo estaba empapado. Yadira se subió las perneras de los pantalones hasta las rodillas y se acercó con dificultad.
El barro era tan pegajoso que sus zapatillas estaban cubiertas por una gruesa capa de barro.
Cuando llegó, un par de zapatillas eran especialmente pesadas.
La mano del anciano se llenaba de barro. Entregó un objeto abultado a Yadira y preguntó, sonriendo, -¿Conoces esta cosa?
Yadira se quedó mirándolo durante unos segundos antes de confirmar, -Es un boniato.
El anciano se quedó con sorpresa, -¿Lo sabes?
Yadira lo vio llevar la cesta a la cocina encorvado.
Y ella se dirigió a la sala.
Allá no había ventanas. Cuando entraba desde fuera, no podía ver a las personas que estaban dentro debido a la luz un poco oscura.
En cuanto entró, tardó un momento en saber qué pasaba dentro.
Delfino estaba sentado en una silla de madera y el hombre sentado frente a él, sorprendentemente, no era Apolo.
Ambos giraron la cabeza para mirarla.
Delfino tenía la cara de póker, así que ella no podía saber lo que estaba pensando.
El otro hombre, en cambio, la llamó con una sonrisa, -Yadira.
Yadira preguntó con sorpresa, -Mariano...¿por qué has venido aquí...?
El hombre sentado frente a Delfino no era otro que Mariano Magrina.
Como Yadira sabía desde Delfino que Apolo había mandado buscar a Noela García. Pensó que la primera persona en llegar sería Apolo, pero más posible que sería Xulio Ruiz.
Aunque Delfino no salió con Xulio esta vez, en opinión de Yadira, este era un asistente tan poderoso que pudiera hacer todo.
Pasara lo que pasara, no imaginó que la primera persona que vendría a buscarla sería Mariano.
-He venido a buscarte -Mariano sonrió de forma pura, como si la encontrara por saber que estaba atrapada aquí.
Mientras Mariano hablaba de forma relajada, el corazón de Yadira estaba un poco pesado.
Excepto Delfino, ella no le había dicho a Mariano que venía a buscar a Noela.
No pudo negar que Mariano fuera capaz, pero era imposible encontrarla en tan poco tiempo sin conocer su itinerario.
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