Clementine acababa de abrir la boca cuando Valeria ya estaba corriendo hacia las escaleras con su bolso, con pasos apurados como si realmente tuviera un asunto urgente que atender.
Clementine la miró alejarse, pero no la siguió, quería tener una charla seria con Valeria, pero no sería hoy.
Después de salir del baño, Clementine regresó a su habitación y jugó un par de partidas de videojuegos. Apenas comenzó la tercera, alguien tocó a la puerta.
Con la suerte en contra esa noche, después de perder dos partidas seguidas, su ánimo estaba por el suelo. Así que, con zapatillas y todo, fue a abrir la puerta bastante molesta.
Quien estaba al otro lado era Carla, la empleada.
Al ver la expresión de Clementine, Carla no se atrevió a quedarse mucho tiempo y apresuró a decirle lo que tenía que decir.
—Han desaparecido los aretes de la señorita, y la señora me mandó a preguntarle si usted los ha visto.
¿Aretes?
Clementine entrecerró los ojos lentamente y de repente preguntó, —¿Los aretes de esmeralda?
Carla asintió rápidamente, —Sí, los de esmeralda, fueron un regalo de cumpleaños de la señora a la señorita.
—Dijo que eran un recuerdo de la abuela, eran muy valiosos, tanto que la señorita ni se atrevió a ponérselos esta noche.
—Hace un rato, a la señorita se le manchó el vestido con vino y se cambió. La señora mencionó que ese vestido combinaba bien con los aretes, y fue entonces cuando la señorita decidió ponérselos, pero al abrir la caja, ya estaba vacía.
Eran un recuerdo de la abuela.
Ahora Clementine entendía por qué los aretes que encontraron en el suelo le habían parecido tan familiar.
Eran de su abuela, aretes y pulsera, eran reliquias familiares que podrían considerarse antiguas.
En su lecho de muerte, la abuela le había encargado a María, —la pulsera es para tu futura nuera, y los aretes para Tini.
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