Mi Chica Melifluo romance Capítulo 122

Un hombre con una cámara y una credencial de periodista se enderezó en un automóvil y se alejó.

El ascensor se detuvo en el tercer piso, las puertas se abrieron lentamente, y el prolijo sonido de los saludos llegó desde el lado de las puertas de cristal, despertando finalmente a Dulce. Sus ojos borrosos subieron desde el fondo y vio los labios ligeramente curvados de Sergio, luego se dio cuenta de que estaba en sus brazos.

—Suéltame —Todavía no se había recuperado de esa ridícula fiesta, Dulce se zafó de sus brazos con una sacudida y saltó al suelo.

—¿Qué pasa? —Sergio se apresuró a levantarla y la miró sorprendido.

Todos los camareros volvieron su atención, y Dulce miró detrás de ellos el luminoso y limpio comedor, inspiró bruscamente un par de veces y susurró,

—Nada, ¿qué hay para cenar aquí?

—La sopa aquí es buena.

Sergio chasqueó los dedos y el capataz se acercó inmediatamente con una sonrisa y les tendió la mano para guiarlos a los dos al interior del restaurante.

—Por aquí, por favor.

Medio año podría cambiar las vicisitudes, y Dulce ni siquiera sabía que un restaurante de tan buen gusto había abierto aquí. Los lirios verdes colgaban en la habitación, llenos de luz verde, como si entraran en una selva en la ciudad.

Se suponía que era hermoso, pero a Dulce no le gustaba mucho el verdor por el momento. Sólo por la amabilidad de Sergio, Dulce soportó la incomodidad y se sentó junto a la ventana con él.

La música del piano sonaba en el comedor, y era hermosa.

El corazón de Sergio estaba tranquilo. El camarero trajo una toalla húmeda desinfectada, Dulce se limpió las manos y miró a Sergio. Él puso sus manos debajo de la mesa y la miraba con una sonrisa.

—¿Por qué me miras así? —Preguntó en voz baja mientras se acariciaba la cara.

—Dulce, ¿él suele tratarte así? —le preguntó Sergio mientras retiraba su mirada y reflexionaba por un momento.

Dulce no emitió ningún sonido, y Sergio se dio cuenta de que el tema era realmente inapropiado, así que empujó el menú delante de ella. Dulce miró el precio y encontró que un tazón pequeño de sopa costaría cientos de dólares. Era una comida cocinada con hierbas medicinales.

—No soy un paciente —Susurró, con el estómago rugiendo.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: Mi Chica Melifluo