Habló de manera tan franca y la multitud se dio cuenta de repente que ¡el beneficio del pedido de la empresa Santa Ana... no era una cantidad pequeña! Hubo un breve silencio en el público, a continuación llegaron varios ataques verbales a González.
—Señor González, estás haciendo trucos.
—Señor González, quiero asistir a tu equipo.
González tenía un rostro severo y ignoraba a nadie. Era excéntrico y testarudo, y según decían era ese tipo de persona quien bebeía con la gente hasta que padecía la hemorragia gástrica. Pero gracias a esta testarudez, siempre conseguía grandes pedidos que otros no podían y podía hacerse amigo de algunos clientes.
Al ser consciente de que Dulce empezaba a convertirse en una poderosa enemiga en el trabajo, Elena se sentó en una silla con los brazos cruzados mirándola con expresión de resentimiento.
Las peleas entre hombres eran a veces inexplicables, pero las que producían mujeres lo eran aún más. A veces una mirada equivocada podría provocar un frenesí de producción de estrógenos, lo que llevaba a un ataque frenético del otro bando.
Ella puso los ojos en blanco y se acercó con su café. Apoyó una mano ligeramente sobre Dulce, tomó un sorbo del café y susurró:
—Dulce es muy capaz, Señor González, has encontrado un tesoro.
—Gracias a ti.
González respondió sin rodeos, recogió sus cosas y se fue.
Tenía que salir a visitar a los clientes a esta hora todos los días, una regla inamovible. Sólo cuando llegó a la puerta se volvía hacia Dulce y le decía:
—Dulcita, haz una lista completa de tus clientes, marca los que quieres mantener, no estés ociosa.
Dulce se apresuró a asentir y se sentó de nuevo en su asiento para emprender los trabajos.
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