Habló de manera tan franca y la multitud se dio cuenta de repente que ¡el beneficio del pedido de la empresa Santa Ana... no era una cantidad pequeña! Hubo un breve silencio en el público, a continuación llegaron varios ataques verbales a González.
—Señor González, estás haciendo trucos.
—Señor González, quiero asistir a tu equipo.
González tenía un rostro severo y ignoraba a nadie. Era excéntrico y testarudo, y según decían era ese tipo de persona quien bebeía con la gente hasta que padecía la hemorragia gástrica. Pero gracias a esta testarudez, siempre conseguía grandes pedidos que otros no podían y podía hacerse amigo de algunos clientes.
Al ser consciente de que Dulce empezaba a convertirse en una poderosa enemiga en el trabajo, Elena se sentó en una silla con los brazos cruzados mirándola con expresión de resentimiento.
Las peleas entre hombres eran a veces inexplicables, pero las que producían mujeres lo eran aún más. A veces una mirada equivocada podría provocar un frenesí de producción de estrógenos, lo que llevaba a un ataque frenético del otro bando.
Ella puso los ojos en blanco y se acercó con su café. Apoyó una mano ligeramente sobre Dulce, tomó un sorbo del café y susurró:
—Dulce es muy capaz, Señor González, has encontrado un tesoro.
—Gracias a ti.
González respondió sin rodeos, recogió sus cosas y se fue.
Tenía que salir a visitar a los clientes a esta hora todos los días, una regla inamovible. Sólo cuando llegó a la puerta se volvía hacia Dulce y le decía:
—Dulcita, haz una lista completa de tus clientes, marca los que quieres mantener, no estés ociosa.
Dulce se apresuró a asentir y se sentó de nuevo en su asiento para emprender los trabajos.
A diferencia de Dulce que contaba con la protección de la empresa Santa Ana, una sonrisa suya ante el jefe a cambio de un importante negocio.
Sólo se quedaron Dulce, Elena y unos empleados en la vasta oficina.
Era muy cansada escribir a máquina página tras página. Dulce no pudo hacerlo rápidamente y tenía miedo de equivocarse, por lo que se volvió aún más lenta. Sólo comió un sándwich al mediodía y luego continuó sus trabajos por la tarde.
Con las piernas cruzadas, Elene bebió café mientras hablaba con los clientes por teléfono con ternura, girando su sillón de cuero, riendo a carcajadas de vez en cuando, invitándoles a ir a los conciertos o a los musicales. Realmente creía que los clientes eran sus amores.
Sin embargo, ella parecía bastante capaz, ni siquiera peor que Irene. No paró de llamar en todo el día, charlando con este jefe durante un rato y al otro riendo con unas adulaciones parecía haber negociado algunos tratos.
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