Cordelia Vega frunció el ceño, no le gustaba su agresiva forma de hablar con ella y la posición en que la ponía Aurelio Clemente.
—¡Si tú normalmente estás ocupado y yo solo estoy ocupada estos días!
—Aun así, no.
Este hombre era demasiado mandón en algunas partes.
Él dijo seriamente:
—Porque yo soy hombre, debería ser el responsable de una casa e incluso de una familia, pero tú no, lo que tienes que hacer es ser la señora Clemente, puedes tener un pasatiempo o una carrera en tu tiempo libre, pero no puedes dedicarte en ello por demasiado tiempo.
Cordelia no estaba de acuerdo con lo que dijo:
—¿Quieres decir que tu trabajo es importante y lo mío ya no? Aurelio, eso es muy machista. Te dije hace tiempo que yo no soy una mujer que depende de ti y que pierda mi libertad, tampoco me puedes pedir qué hacer bajo tus criterios.
—Sí, puede ser que mi trabajo no sea nada para ti, pero eso es muy importante para mí, yo no quiero depender de nadie, ¡ni abandonar mi carrera!
Cuanto más hablaba, más emocionada estaba y casi lo dijo gritando la última frase.
Cuando terminó de hablar, giró la cabeza hacia el otro lado para no ver al hombre con una cara enfadada.
Aurelio no estaba contento.
—¿Cuándo te dije que quiero que abandones tu trabajo?
—Sí lo acabas de decir, lo que tengo que hacer es ser la señora Clemente, podría hacer mi carrera, ¡cuando tenga tiempo libre!
Ella especialmente mencionó lo de “cuando tenga tiempo libre”, como si le estuviera recordando de cómo era de irrazonable y le había bajado su autoestima.
Aurelio de repente se rio mirándola enfadarse.
Cordelia tenía mucha ira, pero aun así, él seguía riéndose y ella estaba tan enojada que casi explotaba.
Ella quería apartarse de él.
—¡Suéltame! ¡No quiero hablar contigo, me voy a dormir!
Y quitó las manos de Aurelio con mucha fuerza.
Sin embargo, el hombre era mucho más fuerte que ella, ella no lo podía mover ni un poquito.
Cordelia casi lloró por la furia.
Ella estaba enfadada y agraviada, al final se paró cabreada y giró su cabeza.
—¡Aurelio! ¡Qué malo eres!
Aurelio no se aguantó y se rio en alto.
—Madre mía qué niña pequeña, ¿te has enfadado solo con eso?
Él soltó su cintura, le agarró de la barbilla forzándola a que mirara hacia él.
Ella intentó no dejar que la cogiera, pero no tenía suficiente fuerza, le dolió la barbilla y tuvo que girar la cabeza hacia el hombre.
Él vio que la mujer tenía una cara enfadada, con los ojos rojos, tenía lágrimas por dentro, parecía que si el hombre le dijera una frase más que fuera excesiva y ella lloraría.
Aurelio se quedó perdido por un segundo.
Como si hubiera visto a esa chica terca en esa noche de lluvia de hacía muchos años a través de esos ojos rojos, daba igual cómo la llamaba, y se negaba a darse la vuelta.
Sintió algo en su corazón en ese momento.
Él soltó su barbilla y le limpió las lágrimas.
—Ni siquiera te estoy echando la culpa de no haber vuelto a casa en estos días por el trabajo, solo te he dicho un par de cosas y ya estás llorando, ¿enserio que estás tan agraviada?
Él habló más suavemente, no sabía qué podía hacer con la mujer.
Cordelia no quería llorar.
Tampoco era una llorona, a lo mejor estaba muy nerviosa por el trabajo estos días y cuando llegó a casa se relajó de inmediato.
Los cansancios y los agravios acumulados de estos días explotaron cuando este hombre la estaba echando la culpa.
Cordelia estaba un poco asustada por su mirada.
Pero se esforzó a ser intrépida y dijo:
—Has sido tú quien se ha metido conmigo primero, lo que he hecho se llama reciprocidad.
El hombre se rio fríamente.
—¿Reciprocidad? Qué buena excusa, yo también debería hacerlo.
Cuando terminó de hablar la besó.
Cordelia se sorprendió, abrió sus ojos al máximo.
El beso del hombre era muy fuerte, ella no podía escaparse y encima Aurelio aprovechó el momento para sacar la lengua.
Vino un aroma fresco que sólo le pertenecía a él, que solo quería que ella fuera suya.
Cordelia estaba ahogándose por el beso, cuando no aguantaba más y lo quería empujar, el hombre paró un poco.
Solo que cuando se recuperó un poco, no dio tiempo ni para hablar y la besó otra vez.
No sabía cuándo duró el beso, Cordelia se estaba mareando un poco, no sabía lo que estaba haciendo.
Hasta que sonó un grito en la puerta.
Cordelia se asustó y vio a Minerva López en la puerta con dos platos en la mano, tenía la cara roja por la vergüenza, no sabía si entrar o irse.
—Señor Aurelio, señora Cordelia, lo siento mucho, no quería molestaros, me voy ahora.
Quería irse con mucha prisa cuando terminó de hablar.
Aurelio estaba de muy mal humor y gritó seriamente:
—¡Vuelve!
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