Mi dulce corazón romance Capítulo 91

Alguien había conseguido la llave y fue adelante.

Después del sonido del cerrojo, la puerta se abrió.

En el momento que se abrió la puerta, todos se dieron la vuelta simultáneamente.

Ninguno podía soportarlo, solo con imaginar lo que podría haber sucedido en el interior.

Sin embargo, vieron que Aurelio Clemente no se había movido, sino estaba parado allí en silencio.

Alguien notó que había algo extraño y se giró con sospecha.

Inmediatamente, sus ojos se agrandaron sombrosamente.

En la sala había cuatro hombres fornidos tirados en el suelo, y todos estaban sangrando en la cabeza y uno tenía un dedo roto. Se habían desmayado y la sangre manchaba la alfombra beige de un rojo oscuro sanguinolento.

Cordelia Vega estaba encogida en el sofá y tenía a mano una botella de vidrio rota.

Ella estaba despeinada y se abrazaba las rodillas acurrucándose en el sofá. Se llenaron de heridas en sus brazos y los dedos que sostenían la botella estaban manchados de sangre tras haberse rayado con escorias de vidrio.

Como si hubiera escuchado algo, miró hacia la puerta con los ojos borrosos y estaba confusa, pero seguía alertada subconscientemente y se asustó como un conejito.

—¿Quién?

Aurelio se caminó hacia ella.

—¡No te acerques!

Cordelia bajó la voz y gruñó.

Ella ya estaba un poco confusa, el efecto del alcohol y la medicina le habían creado un caos mental.

Sin embargo, todavía sostenía la botella en alto, parecía una guerrera que se lanzaba a la batalla y se defendía con firmeza hasta el último segundo.

Aurelio miró hacia abajo y cuando cruzó encima de un hombre del suelo, pisó despiadadamente su mano.

—¡Ahhhhh!

Cordelia pareció escuchar el grito, su cuerpo tembló y toda su espalda se arqueó.

Agitó frenéticamente la botella, miró borrosamente hacia delante y gritó con voz ronca:

—¡No te acerques! ¡O te mato!

Aurelio continuó adelante.

Cordelia sintió que estos enemigos eran complicados de tratar, así que fue buscando su teléfono de manera aterrizada.

—Voy a decírselo a Aurelio, voy a buscar a Aurelio. No te acerques, si no Aurelio se vengará, se vengará... ¡Ah!

Aurelio le cogió la mano bruscamente.

—¡Suéltame! ¡Suéltame!

—Cordelia, soy yo.

Intentaba controlar sus manos que resistían salvajemente, evitando tocar las heridas.

Dijo en voz baja y ronca:

—No tengas miedo, Cordelia, soy yo, aquí estoy.

No obstante, Cordelia no conseguía ni ver ni oír nada y estaba resistiendo a la vez que intentaba apuñalar la botella hacia Aurelio.

—No te acerques, no te acerques…

Sergio Doriga entró en pánico mirándolos en la puerta, por miedo a dañar a la señorita Cordelia, el señor Aurelio casi había sido rozado por la botella en varias ocasiones.

Y tuvo que decir:

—Señor Aurelio, sería mejor que lo deje a los guardaespaldas. La señorita Cordelia ya está inconsciente, podría herirlo...

Aurelio lo ignoró, agarró la botella de Cordelia y luego la abrazó con fuerza.

—Cordelia, soy yo, soy Aurelio, no temas, aquí estoy.

Estuvo repitiendo esa simple frase hasta que Cordelia finalmente se calmó un poco.

Ella lo miró a su cara con incredulidad. En ese momento, su hermoso rostro estaba sonrojado y lleno de lágrimas, era indescriptiblemente deprimida y avergonzada.

—Aurelio, ¿de verdad eres tú?

—Sí.

Aurelio no se detuvo más y se fue llevando a Cordelia.

Cuando su figura desapareció por completo en el ascensor, Sergio levantó la cabeza y miró fríamente a los cuatro hombres que yacían en la sala.

Frunció los labios con frialdad y les dijo a los guardaespaldas que tenía detrás,

—Vieron lo que no deberían mirar y tocaron a alguien que no deberían tocar. Entonces, no necesitan ni sus ojos ni sus manos. ¿Entendido?

Los guardaespaldas respondieron de inmediato:

—¡Entendido!

—¡Llevarlos afuera! Al fin y al cabo, vivimos en una sociedad jurídica. ¡Ja!

Sergio dio una risa sarcástica y después de organizarlo, se fue.

Tenía que informar sobre la finalización de las cooperaciones con el Grupo Alfaro y no tenía más tiempo para quedarse allí.

Por otro lado, Aurelio abrazó a Cordelia al coche, la dejó en el asiento y le abrochó el cinturón de seguridad. Luego, se fue al otro lado y se sentó en el asiento del conductor.

—Aurelio, me siendo muy incómoda, me arde.

Cordelia no paraba de tirar de la chaqueta del hombre que tenía envuelta.

Aurelio observó su rostro sonrojado y su mirada borrosa.

Se acercó, le cubrió de nuevo con la chaqueta y dijo solemnemente:

—Aguanta un poco, te llevaré al hospital de inmediato.

Arrancó el coche y salió disparado.

Cordelia se sentía insoportablemente incómoda, un fuego ardía cada vez más dentro de su cuerpo y casi la derretía.

Se estaba frotando en la silla y al frotarse contra el hombre sintió gran alivio, como si tocara a un hielo e inmediatamente se pegó encima.

—Aurelio... No vayamos al hospital... Tengo tanto calor... Quiero beber agua...

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