Inesperadamente, los colaboradores del Grupo Alfaro cambiaron de actitud en esa mañana y eligieron a otro proveedor.
Si fuera un caso puntual, Ricardo no dudaría.
Pero fueron uno tras otro y supo que algo había sucedido o habían ofendido a alguien indebido.
Efectivamente, se puso extremadamente furioso cuando se enteró que Anastasia había drogado a Cordelia y había provocado a Aurelio.
Por muy enfadado que estuviese, era su hija y tuvo que tragar todo por muy amargo que sea.
Él había pensado que era fruto de la petición de Cordelia, pero vio su reacción y parecía que no sabía nada.
Aurelio había hecho tanto por ella sin que lo supiera, entonces su importancia para Aurelio...
Ricardo no se atrevió a profundizar más y se arrepintió levemente porque no debería haber dejado marchar a Cordelia.
Podía ser que no aportase nada a la familia Alfaro, pero al menos no provocaría a un enemigo tan poderoso como Aurelio.
Pensando en esto, Ricardo se sintió miserable y persuadió de buena manera:
—Puede ser que no lo sepas, pero no pasa nada, solo tendrías que transmitir al señor Aurelio que el Grupo Alfaro no tiene intención de hacerte daño. Le ruego que nos perdone esta vez y yo mismo me haré cargo de mis hijos para que nunca más vengan a provocarte otra vez. Con decir esto es suficiente.
Cordelia se paralizó un momento y sonrió diciendo al comprender su intención:
—Está bien, siempre que cumplan sus palabras. De lo contrario, no puedo garantizar si podré volver a ayudaros en la siguiente vez.
Ricardo contestó rápidamente:
—Sí, entiendo.
Cordelia asintió con la cabeza.
—Está bien, entonces no voy a profundizar con el caso. Me voy, ¡sácala por tu parte!
Ricardo se rio:
—Vale, gracias, Cordelia.
Cordelia no dijo nada y se giró para marcharse.
Justo cuando se estaba marchando, vio que sacaron a Anastasia y esta se disparó como loca al verla.
—¡Cordelia! ¡Perra! ¡Quieta! ¡Cómo te atreves a mandarme a la cárcel, vas a morir, me vengaré! ¡Me vengaré!
Cordelia frunció los labios irónicamente, la miró como si fuera una basura y se fue directamente.
Anastasia seguía maldiciendo, pero estaba arrastrada por los dos policías y no podía escapar.
Ella gritó ferozmente:
—¿Qué hacéis arrastrándome? ¡Atrapad a esa mujer! Mutiló a mis cuatro guardaespaldas y aún no me he vengado. ¿Estáis sordos? ¿Ha cometido un crimen tan grave y no la lleváis a la cárcel? ¿Vivimos en una sociedad jurídica?
Los dos policías estaban inexpresivos.
Ricardo tenía dolor de cabeza, no pudo aguantar más y gritó furiosamente:
—¡Cállate!
Anastasia chilló:
—¡No! ¡Papá, también la vas a dejar! ¿Bosco y tú estáis drogados por ella? ¡Ella me ha tratado así y la dejas ir!
Ricardo no aguantó más y le dio una bofetada en la cara.
Anastasia fue aturdida por la bofetada y lo miró con incredulidad.
—¡Papá! ¿Me, me has pegado?
Ricardo apretó los dientes y dijo:
—¡Creo que debería haberte pegado antes! ¡Te he estado mimando demasiado por ser una niña y esto hizo que actúes de esta manera tan improcedente!
Anastasia miró el rostro furioso de Ricardo y entendió que su padre estaba realmente enfadado.
Rápidamente moderó su actitud y dijo sollozando:
—Papá, lo siento, no te enfades, por favor. Estaba enfadada porque Cordelia acusaba a Briana y seducía a Bosco, yo solo quería darle una lección.
Ricardo ya no quería investigar la causa, se frotó la frente dolorida y dijo cansado:
—¡La semana que viene irás a la Nación A con tu prima! Quédate en la Nación A por un tiempo, aprendes algo y no regreses en poco tiempo.
Los ojos de Anastasia se agrandaron.
—¿Qué? Papá, ¿me vas a enviar al extranjero? ¡No iré!
Ricardo dijo fríamente:
—El señor Aurelio tiene que trabajar horas extras hoy y llamó para avisar que no volverá a comer.
Cordelia asintió y se quedó pensando.
«¿Trabajar horas extras? ¿De verdad?».
Ya que no tenía nada que hacer, quería ir a echar un vistazo.
Pensando en esto, le dijo a Minerva:
—¡Está bien! Ayúdame a preparar táperes de su comida y la mía, se lo llevaré.
Minerva se asombró al escuchar sus palabras y respondió apresuradamente:
—Sí, los preparo ahora.
Se alegraba por la buena relación entre a señora Clemente y el señor Aurelio, y sus movimientos se volvían más ágiles.
Cordelia volvió al piso de arriba y cogió su bolso. Planteaba ir al centro comercial cuando regresen, para comprar un móvil y renovar su tarjeta telefónica.
Cuando bajó las escaleras, Minerva ya había preparado los táperes.
Cordelia los llevó y Beatriz la acompañó hasta la puerta, ella dijo sonriendo:
—Señora Clemente, ¡que le lleve el chófer!
Cordelia negó con la cabeza y dijo:
—No, gracias, puedo conducir sola.
—Vale, entonces conduzca con precaución.
Cordelia colocó los táperes en el asiento y salió con el coche al Grupo Clemente.
Aurelio estaba en una reunión y el ambiente en la sala de conferencias era un poco solemne.
Casi todos los responsables de la empresa estaban allí y nadie se atrevió a no tomarlo en serio ante el hombre del asiento principal.
Aunque esta reunión había durado ya toda la tarde, nadie se atrevió a quejarse.
El gerente de proyectos estaba delante del proyector informando sobre el trabajo.
Una vez terminado su informe, el rostro de Aurelio estaba cada vez más disgustado y el gerente se puso muy nervioso.
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