—¿Estás ahí? —tras preguntarse durante unos segundos, se acercó a la puerta del baño y preguntó con voz suave.
—Sí, espera un momento —Entonces sonaron unos pasos. Con la cara sonrojada, Camila abrió ligeramente la puerta y se asomó por el hueco.
Entonces se quedó atónita al verle con una bolsa tan grande llena de artículos menstruales.
—Gracias. Pásalo por el hueco —Murmuró, sin mostrar ninguna intención de abrir más la puerta.
—Te traje ropa nueva de una tienda cercana lo antes posible. Pero he hecho una elección al azar. Puedes ponértela para arreglarte después de la ducha —Mientras hablaba, pasó la bolsa por el hueco.
—Sólo... suéltalo... —ella tomó la bolsa pero Lorenzo seguía apretándola mientras intentaba enganchar su dedo al de ella.
—¿Qué estás haciendo? —respondió ella con una mirada tímida.
No parecía molesto. En cambio, no pudo evitar reírse. Al soltar de repente la bolsa, ésta cayó sobre la palma de su mano.
Echó un vistazo a su propio dedo, en cuya superficie aún podía sentir el aliento y la temperatura de Lorenzo, que incluso estimulaba sus latidos.
...
Lorenzo se sentó entonces en el sofá con las piernas rectas y fuertes cruzadas mientras degustaba la copa de vino que tenía en la mano.
Con un vestido de noche confeccionado en seda de color burdeos, Camila salió del baño. Su belleza era lo suficientemente perfecta como para encajar en cualquier estilo que se probara.
El vestido compartía la misma textura y color con la camisa de Lorenzo. Por eso le llamó la atención nada más entrar en la tienda.
—¿Por qué sigues bebiendo en mitad de la noche? —preguntó confundida, ya que rara vez le veía beber a esas horas.
Lorenzo escurrió entonces la cosecha, pero sólo respondió con el silencio.
—No deberías haber bebido tanto. Te estás torturando —Se acercó a él y le quitó el vaso de la mano. Lo dejó en el suelo y echó un vistazo a su mano herida.
—Ahora te da pena, ¿eh? ¿No recuerdas lo terca y seria que parecías en ese momento? —sonrió. Al ver que ella trataba de evitar el contacto visual por vergüenza, la atrajo suavemente hacia sus brazos y le ofreció un beso dominante.
—¡Oye, no pongas la bebida como excusa para tus manoseos! —parpadeó ella con su cara sonrojada. Luego, le pinchó el pecho musculoso con su dedo rubio.
—Han pasado tantos días... ¿No crees que ya es hora de dejar tu rabieta? ¿Por qué no me dices la razón de tu repentino mal genio? —se quedó mirando su expresión aparentemente molesta y le preguntó. Realmente odiaba que ella no le dijera nada.
—¿Cuánto tiempo llevas con tu confidente? —En realidad, no tenía intención de aferrarse a ese punto. Pero ya que él preguntó por la razón, ella consideró que era el momento de obtener la respuesta.
—¿Confidente? —frunció el ceño, con cara de confusión.
Su expresión pareció alterarla aún más. Le apartó y cogió el vaso para llenarlo de vino ella sola. Bebió un trago y se acercó de nuevo a él.
Como él era mucho más alto que ella, tuvo que levantar la cabeza para mirarle fijamente con sus seductores ojos. Entonces alargó la mano para pellizcarle la mandíbula y la dirigió hacia abajo.
Bajó la cabeza con la expectación que se respiraba en sus ojos. Entonces sus labios rojos se acercaron y le alimentaron una vez más con un beso.
Su dedo bajó lentamente y luego lamió el vino que se derramaba por la comisura de su boca.
—Lorenzo, aunque ahora estemos en un matrimonio por contrato, ¡más vale que tengas en cuenta que te comportes como está estipulado! ¿Cómo te atreves a poner cara de buena persona mientras encubres tus sucias acciones? Oye, ¡deja de jugar a la desvergüenza! —lo fulminó con la mirada y le aplastó la cara con un cojín.
Pero él sólo contestó con una sonrisa mientras se enfrentaba a su rabieta.
—Cariño, ahora sí que pareces enfadado. Pero Claudia acaba de responder a mi teléfono cuando lo ha visto sonar. ¿Vas a destrozarme sólo por eso? Vaya, no puedo imaginar lo que pasará si mantengo unas cuantas amantes por mi cuenta. ¿Me vas a aplastar la cabeza para entonces? —mientras hablaba, fingía temblar de miedo.
En realidad, su enfado había desaparecido en cuanto descubrió la causa de su rabieta. Es más, parecía disfrutar manipulando su enfado.
—¡Idiota engreído! —estaba tan cabreada que casi se muerde la lengua.
—Oye, tu cara de enojada se ve horrible pero de alguna manera también es linda —Se sintió bastante divertido al ver su mirada agraviada.
—Lo encuentras divertido, ¿eh? —le dio una palmada en el brazo.
—Oye, acuéstate para descansar. Llevas horas indispuesto y desordenado —Lorenzo se levantó para ayudarla a tumbarse en la cama. Luego la arropó y se levantó de nuevo.
—¿Te vas? —preguntó Camila con ansiedad al verle salir.
—¿Quieres que me quede? —le sonrió, pareciendo feliz.
—¡No! ¡Sólo vete! —se cubrió la cabeza con la manta y le dio la espalda.
Sonrió y se fue.
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