Al final del día, la contienda por el puesto del director adjunto comenzó a sentirse como una competencia de quién tenía más ricos, en donde el ganador de ambas categorías tendría la ventaja; esto sin incluir sus ventas reales de la tienda.
Anastasia aprendió a las malas que se estaba quedando atrás, pues llevaba cinco años en el extranjero y tenía tiempo sin mantener contacto con ninguno de sus antiguos amigos y familiares. Lo peor de todo era que, aunque consiguiera contactarlos, estos no podrían darse el lujo de comprar joyas costosas. Ella suspiró mientras estaba sentada en la oficina de la gerente y, tras examinar varias estrategias de mercadeo, solo pudo concluir en que ninguna le funcionaría.
En ese momento, seis coches se detuvieron frente a la tienda Burgués, donde hombres y mujeres vestidos con diferentes estilos entraron por las puertas. Los asistentes de ventas, que estaban conversando entre ellos, se separaron y se acercaron a saludar a los clientes.
Lo sorprendente fue que los clientes eligieran piezas de joyería de alta categoría. En menos de diez minutos, dos de los clientes se fueron con joyas que valían millones; en media hora, las ventas de la tienda subieron a ocho millones.
—¡Hay grandiosas noticias, señorita Torres! Un grupo de clientes pasó por la tienda y se interesó por los artículos de la colección principal. ¡Nuestras ventas llegaron a los ocho millones justo ahora! Tendremos que conseguir más mercancía de la sede, enseguida.
—¿Cómo? —Anastasia estaba tan sorprendida que se levantó, pensando: «No puede ser, ¿en serio tengo tanta suerte?».
Esa tarde, ante el repentino aumento en las ventas, ella y la gerente elaboraron dos estrategias distintas. Como la tienda aún tenía artículos de regalo en inventario, colocaron un cartel en la puerta para promoverla una actividad de sorteo. El segundo plan que elaboraron consistía en que Anastasia pagara treinta mil de su propio bolsillo para pagar un mes de publicidad en los centros comerciales principales.
A las 4:00 de la tarde, Anastasia se fue del trabajo para recoger a Alejandro de la escuela. En cuanto se bajó del coche, por instinto, volteó a mirar el estacionamiento junto a la escuela. Entonces, se percató de que había un Rolls-Royce al lado, cuya placa era única como el vehículo: solo Elías podía ser el dueño de ese coche.
Para su frustración, ese hombre había recogido de nuevo a Alejandro de la escuela, por lo que comenzó a preguntarse qué estaba tratando de demostrar. Aún estaba disgustada cuando vio a Alejandro saliendo a saltos de la escuela en su dirección, tomado de la mano con Elías.
—¡Mami, mami! —la saludó, saltando hacia ella, quien estiró los brazos para atraparlo—. Mami, el señor Palomares dijo que nos invitaba a cenar —le informó con alegría.
Al oír esto, Anastasia alzó la mirada para mirar a Elías e hizo un gesto con la mano para rechazar su oferta.
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Los comentarios de los lectores sobre la novela: ¿Mi hijo es tuyo?
Montar más capitulos, gracias...