Leila estaba recogiendo sus cosas cuando Ismael regresó.
Tenía que maquillarse y cambiarse por la tarde, así que esas cosas estaban ahí en el dormitorio.
Ismael se acercó a ella mientras se arremangaba los puños de la camisa, recogía las cosas que llevaba en los brazos y las colgaba en el guardarropa.
Leila miró su mano vacía y luego su espalda y susurró:
—¿Ya se han ido tu hermana y los demás?
—Se ha ido —Ismael asintió.
Leila agachó la cabeza y volvió a agacharse delante de la maleta.
Miró las cosas que había dentro y se preguntó cómo empaquetarlas.
Ismael se agachó a su lado sobre una pierna doblada.
—Tú ve a ducharte, yo haré esto.
—No —Leila los saca fuera uno a uno y gira la cabeza para mirarle, —Tú vete lavando, yo me encargo de estos…
Mirando su ceja ligeramente levantada, Leila se sintió ligeramente molesta:
—¿Por qué sonríes?
—Nada —Ismael cogió lo que ella sostenía, —Esta vez ha sido culpa mía, no volverá a pasar.
Doria le había enviado un mensaje antes de llegar y él no lo había visto.
Leila se sintió tan avergonzada que no pudo quitárselo de la cabeza hasta que estuvo en su ataúd.
—Recógelo tú —Leila se levantó.
—Bien —Ismael sonrió.
Sacó de la maleta el pijama y los artículos de aseo desmaquillantes y entró rápidamente en el cuarto de baño.
Leila cerró la puerta, se sujetó el pelo con pinzas de tiburón y abrió el grifo.
Cuando terminó de ducharse y fue a buscar su pijama, se le cayó accidentalmente al suelo la cinta que acababa de quitarse y, cuando se agachó a recogerla, Leila recordó de pronto que parecía haber olvidado traer sus muñequeras.
La cinta estaba tan empapada de agua que parecía casi transparente y no funcionaba en absoluto.
Leila se puso la ropa y, de pie frente al espejo, se miró la muñeca magullada y frunció lentamente el ceño.
Al cabo de un momento, abrió la puerta del baño y asomó la cabeza, ensayando una voz:
—¿Ismael?
Un silencio le respondió. Parecía que no estaba en la habitación.
Leila exhaló y salió trotando, agachándose delante de la maleta y buscando su muñequera.
Se había mudado con prisas, y había tantos trocitos y piezas que ella había olvidado por completo dónde los había puesto durante un tiempo.
Justo cuando había rebuscado en las dos maletas, la voz de Ismael llegó desde detrás de ella:
—¿Buscas algo?
Leila ladeó la cabeza, bajando inconscientemente las muñecas y sujetándolas contra la camisa:
—Estoy buscando una máscara.
Ismael se arrodilló y le entregó uno de la parte superior de la maleta en la que acababa de rebuscar.
—Este no —la expresión de Leila no cambia. Inmediatamente después, continúa, —Ve a ducharte, ya lo encontraré yo.
Pronto las cosas estuvieron casi hechas e Ismael abrochó la maleta y la llevó al guardarropa para guardarla.
Mientras Leila observaba la escena, tuvo la impresión de que ambos estaban preparando su nuevo hogar.
Al pensarlo, Leila se despertó sobresaltada y respiró hondo.
Siempre existía la Ley de Murphy, justo cuando pensabas que las cosas iban mejor, ocurría una pequeña sorpresa.
Como el repentino regreso de Lisbet. Y…Ady y ella siendo fotografiada delante de su habitación de hotel. Así como, las amenazas de Edyth.
Ni siquiera parecía tan sencillo.
Ismael se volvió, la vio pensativa y le preguntó:
—¿Qué pasa?
Leila sacudió la cabeza, con una sonrisa en el rostro:
—Nada, vete a dormir.
Al oír las palabras, ambos miraron al mismo tiempo la gran cama de dos metros de ancho.
Leila retiró los ojos y tomó la iniciativa, deslizándose bajo las mantas, envolviéndose en ellas con fuerza y cerrando los ojos mientras decía:
—Buenas noches.
Ismael se acercó lentamente, apagó la luz y se tumbó detrás de ella. Al cabo de un momento, llegó su voz:
—¿No hace mucho calor?
La manta parecía un poco gruesa, pensó Leila.
Acababa de soltarla para tomar aliento cuando le tiraron de la muñeca y vio un par de ojos silenciosos.
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Los comentarios de los lectores sobre la novela: Mi pretendiente es mi EX-MARIDO
Quiero el finall...