Mi pretendiente es mi EX-MARIDO romance Capítulo 331

Al rato que se fue Doria Aparicio, empezó a llover fuerte y las gotas no paraban de barrer los cristales.

Ella no solía conducir demasiado y moderó la velocidad debido al atasco producido por la lluvia torrencial. De modo que, pasó más de una hora hasta que llegó a la familia Collazo.

Mientras el coche entraba lentamente por la puerta de la familia Collazo, Doria pensó si Édgar Santángel no le hubiera dejado el coche, ella habría tenido que volver caminando bajo esta lluvia torrencial.

Cuando detuvo el coche frente a la casa principal, un sirviente cogió el paraguas de inmediato y le llamó,

—Señorita Doria.

Doria sonrió,

—Gracias.

El sirviente no respondió y se retiró sigilosamente.

Desde que entró a la puerta hasta subir el piso, Doria pudo sentir que la actitud de todos los sirvientes de la familia Collazo había cambiado mucho hacia ella.

No llegaba al punto de decir que eran muy amables, pero en comparación con la ignorancia de esta mañana, al menos ya la saludaban.

Doria no sabía si Rivera Collazo y Briana Collazo había salido o ya había vuelto a su habitación. Cuando ella entró al dormitorio, descubrió que las cosas de su escritorio habían sido movidas.

Ella frunció los labios, las revisó cuidadosamente y confirmó que no faltaba nada. Luego, cerró la puerta y se fue al baño.

Al parecer, tanto ella como la familia Collazo se estaban investigando mutuamente.

Después de tomar una ducha, Doria leyó los contenidos relacionados con el concurso de diseñadores.

Al rato, sonó el teléfono, era Claudia Freixa y Doria lo cogió,

—Claudia, ¿qué pasa?

—Nada, estoy empaquetando mis cosas y tomo un descanso. Quería preguntar cómo te va la cosa.

—Bueno —Doria volvió a decir tras una pausa—. ¿Ya estás empaquetando las cosas?

—Sí, puede que no lo creas, pero cuando regresé por la tarde, volví a encontrarme con Daniel en el ascensor. Y de repente, comprendí lo que significa el “destino maligno”, que tú y el señor Édgar podías encontraros en todas partes. Ya contacté a una empresa de mudanzas, me mudaré mañana por la mañana. ¡No lo soporto más!

Doria no supo qué decir y habló tras una pausa,

—Pide a la empresa de mudanzas que manden a dos personas más para que también se lleven mis cosas, iré a buscarlas después de... después de que se resuelva el asunto.

Claudia se preguntó,

—¿No llevaste todas tus cosas?

Doria se quedó aturdida.

—Se los acaban de llevar los personales que envió el señor Édgar, pensé que le dijiste que viniera.

Doria no sabía qué responder.

«¡Qué bien lo oculta el gilipollas y no me ha dicho nada!».

Claudia preguntó tentativamente,

—No lo habría hecho a escondidas, ¿verdad?

Doria se rio a secas y dijo,

—Olvídalo, no es nada, ya lo cogeré en su casa.

—¿No planeas vivir con él?

—Mejor... mejor lo hablamos en otra ocasión.

Como decía el refrán, la distancia creaba la belleza. Si ella viviera con Édgar, se moriría de la ira antes que la vejez.

Además, parecía que mientras vivieran juntos, su relación ya no sería tan simple y fácil, ella tendría que enfrentarse a algunos problemas indeseables.

Claudia habló un rato con Doria, luego colgó y siguió empaquetando cosas.

Tan pronto como empaquetó una caja de cartón, sonó el timbre.

Claudia pensó que era la comida que había pedido y se apresuró a abrir la puerta. Pero, después de abrir la puerta, vio a su destino maligno parado afuera.

Daniel Fonseca captó sensiblemente los cambios de emociones de Claudia en su rostro, pasó de ser alegre a estar indiferente y finalmente entumecida. Y este se quedó dudoso.

Claudia pensó que como se iba a mudarse de todos modos, decidió no dejarle mal por ser cortés con Stefano Carvallo y sonrió levemente,

—¿Qué ocurre?

Daniel tosió disimuladamente y dijo,

—El paraguas… ¿Puedes devolverme el paraguas que te presté? Afuera está lloviendo y quiero salir.

Al escuchar esto, Claudia guardó un tiempo de silencio y respondió,

—Ese paraguas, creo que se me olvidó y lo dejé en casa. Puedes coger el mío.

Dicho esto, Claudia le dio un paraguas que estaba al lado del zapatero.

Daniel lo cogió, pero no se fue de inmediato y Claudia preguntó,

—¿Algo más?

—Ese paraguas... —Daniel parecía solemne y dijo—. Es la reliquia que dejó mi madre, ¿me lo puedes devolver cuando vuelvas a casa de nuevo?

Claudia se quedó atónita,

—¿Qué?

Daniel mostró una triste mirada y continuó,

—Fue lo último que usó mi madre durante su vida, lo he llevado conmigo a todas partes. Por supuesto, no quiero apresurarte, si lo recuerdas, por favor, tráemelo. Si no lo recuerdas, pues, olvídalo. Ya falleció mi ser querido, tal vez sea hora de dejar la obsesión.

Sus palabras dejaron a Claudia atónita, pero Daniel realmente no era una persona fiable, ya que pudo haber mentido diciendo que era cristiano. ¿Qué no se atrevería a decir?

Claudia intentó determinar las emociones en su rostro, tratando de verificar la certeza de sus palabras, pero la tristeza que mostraba en los ojos de Daniel no parecía ser una mentira.

«¡Mierda! ¿Qué hago ahora?».

Claudia se rio a secas y dijo,

—Ya que ese paraguas es tan importante para ti, entonces llamaré a mi madre y le preguntaré si lo ha visto. Luego, le pediré que me lo envíe por correo para asegurar de que no sufrirá daños en el camino.

Daniel asintió levemente,

—Perdona por las molestias.

—No hay de qué, es lo que debería hacer.

Después de cerrar la puerta, Claudia respiró hondo, luego fue al dormitorio y se cambió de ropa. Abrió la puerta a escondidas, miró a su alrededor, cerró la puerta con extrema ligereza y corrió hacia el ascensor rápidamente.

Condujo directa hasta el aeropuerto, luego fue a objetos perdidos para preguntar al personal si había visto un paraguas en el cubo de basura y el personal dijo,

—Todos están aquí, puedes buscar si está lo que has perdido.

Claudia se apresuró a darle las gracias, pero después de buscar varias veces, no encontraba el paraguas de Daniel.

Claudia se quedó parada y sentía un pequeño dolor de cabeza.

«¡No debía ser tan impulsiva! Aunque sea un donjuán y me tratase como una presa, fui yo quien empezó a seducir. De todos modos, no debería tirar un paraguas que me prestó con buenas intenciones y encima es la reliquia de su madre».

En el camino de regreso, Claudia no se podía concentrar y se sentía muy culpable.

Cuando bajó las escaleras, Claudia estacionó el coche y caminó hacia el sótano desesperada.

Después de entrar en el ascensor, vio de repente el paraguas que sostenía la persona de al lado, era casi exactamente el mismo que el que le había prestado Daniel.

Claudia se alegró, ¡era una sorpresa inesperada!

Claudia habló cortésmente con esa persona,

—Buenas, ¿puedo comprar tu paraguas? Es la reliquia de la madre de mi amigo, yo...

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