El olor sabroso de la comida se difundía en la casa.
Al oír los pasos desde la puerta, Roxana Mohammad salió y dijo:
—Doria, Édgar, sentados y esperad un poco, la comida estará lista en seguido.
—Te ayudo, Roxana —dijo Doria Aparicio.
Se quitó la chaqueta y la dio a Édgar Santángel, luego entró en la cocina.
Édgar lo tomó, y enarcó las cejas.
—No es necesario. Estará lista de inmediato —dijo Roxana.
—Sueles dormir a esta hora, ¿Sí? Lamento la molestia.
—No pasa nada, en realidad, me alegro mucho de que vengáis. Yo vivo sola aquí, entonces, no hay nadie con que pueda hablar.
—¿Vives sola aquí?
Como si no se diera cuenta de nada, contestó Roxana:
—Sí. ¿Cómo?
—Nada, es que recuerdo que Lourdes dijo que iría a vivir juntos contigo, pensé que…
—¿Ella? —dijo Roxana tomando la vajilla—, a ella la sabes, que tiene la característica tan activa que no podía aguantar la tranquilidad aquí. Entonces vivió solo un período y fue a viajar con sus amigos. Ahora estará contenta viajando.
Al oír esto, Doria dejó de seguir preguntándola.
«Resulta que he pensado demasiado.»
Después de la cena, dijo Roxana:
—Ya es muy tarde, y la habitación ya está lista. Subid a acostaros.
Como había dormido un poco cuando vinieron, Doria no tenía sueño entonces, por eso iba a recoger la vajilla.
—Va a acostarte, Roxana. Aquí la recojo yo.
—Vale.
Doria la tomó y la puso en la cocina. Cuando se preparó a lavar, el tazón en la mano se quitó.
—Va a sentarte. Lo hago yo —dijo Édgar.
Doria no quería desanimarlo, pero se preocupaba mucho por los platos.
Salió, se sentó en el sofá no más de cinco minutos y oyó el sonido de que se rompieron dos cosas. Uno era plato y la otra era cuchara.
Se había acostumbrado a esto, entonces, ni siquiera levantó su cabeza.
Veinte minutos después, salió Édgar con expresión de enfado.
Doria lo elogió sinceramente:
—Muy bien, por lo menos solo has roto un plato hoy.
—Cállate.
Doria no pudo reprimir la sonrisa, y se sentía mejor.
Édgar quitó la corbata con la mano y dijo:
—Voy a Ducharme.
Fue entonces cuando notó Doria que la camisa de él ya se mojaba mucho.
Solo él podía hacer un caos así lavando las cosas.
—Un minuto —dijo Doria apresuradamente—, ¿solo hay una habitación?
Después de unos pasos, se volvió a Doria.
—¿Pues?
Doria no podía evitar a hacer una mueca.
«Yo lo sabía que puede ser así.»
Después de que Édgar subió, ella seguía sentada en el sofá con los brazos sobre las rodillas, mirando por la ventana. Nadie sabía qué estaba pensando.
Al mismo tiempo, la puerta de la habitación de al lado se abrió y de la que salió Roxana.
—Todavía no te acuestas.
Doria dejó de pensar y dijo:
—Roxana…
Sentada al lado de ella, y Roxana le preguntó:
—¿Tienes el trabajo duro últimamente? Veo que te has quedado más delgada.
—Es que es el tiempo de bajar de peso el verano.
—Eres ya muy delgada, no lo necesitas.
—¿Estás acostumbrada a vivir aquí sola? —dijo Doria.
—He vivido sola durante mucho tiempo, es igual para mí dónde vivo.
Tenía razón.
Un rato, dijo Doria:
—¿Has vivido aquí desde saliste de la Calle Puente, Roxana?
Un poco después, esta contestó:
Cuando se tumbaba en la cama, ella estaba cerca al borde de la cama, manteniendo una máxima distancia con él.
Pero un poco después, un cuerpo con tibieza se acercó.
El aliento se giraba alrededor de su oreja, y la voz era baja y amorosa.
—¿Por qué todavía es esta ropa?
Doria aguantó y dijo:
—No tengo ropa para cambiar.
—Entonces, quítatela. Tiene un olor.
Doria arrestó fuertemente su ropa y intentó detenerlo:
—Aléjate de mí y no te darás cuenta de esto.
Esta vez, Édgar se quedó sin voz.
La sedujo con voz baja:
—Quítatela y también no se huele.
Sabía lo que quería hacer, y Doria dijo en voz baja frunciendo el entrecejo:
—¿Acaso quieres hacer el amor aquí? Aquí no hay nada.
Él besó a ella en el entrecejo.
—¿No está bien tener un bebé?
—No.
—¿Por qué?
Doria se dio una vuelta, de espaldas a él.
—No quiero.
Édgar la hizo afrontar a él.
—Te gustan niños, ¿no?
Un poco después, dijo Doria:
—Si yo no tengo el poder de protegerlo, no sirve nada quererlo. Es un acto irresponsable que tuviera un bebé solo porque me gusta.
—¿Tan grave?
Oyendo sus palabras en un tono no serio, no pudo aguantar más y lo pateó.
—¡Si quieres tanto a un bebé, entonces lo pares tú!
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Mi pretendiente es mi EX-MARIDO
Quiero el finall...