A la mañana siguiente, se despertó Doria a las seis. Mirando hacia el cielo, pensaba.
Había pensado casi toda la noche, pero todavía no entendía por qué Édgar la llevó a esa hora a visitar a Roxana.
Era imposible que fuera porque ella lo había mencionado.
Antes cada vez cuando decía que quería a visitar a Roxana, Édgar cambiaba el tema. Pero esta vez, vinieron directamente.
No entendía de verdad qué estaba pensando Édgar.
Sin dormirse, se quedaba pasmada, luego se quitó la manta encima y se levantó para bajar al jardín a ventilarse un poco.
Después de cerrar la puerta, Édgar abrió los ojos lentamente.
El cielo se iluminó gradualmente. Cuando llegó al jardín, se podía distinguir el camino delante.
Sentada en el columpio, se columpiaba.
Hacía el aire muy fresco en el jardín, en ocasiones, también hacía viento suave con olor fragante de flores.
Había pasado muchas cosas últimamente y todos los días estaba apretada. Ahora se sentía bien sentándose aquí con la mente en las nubes.
Una hora había pasado y el día estaba más iluminado.
Dio una mirada en el móvil, pensó que ya era la hora de preparar el desayuno y fue a hacerlo. Luego del desayuno, tendrían que regresar a la Ciudad Sur. Pero, aunque se darían prisa, llegarían a mediodía.
Cuando se despertó Roxana, viendo que el desayuno ya estaba listo, le preguntó a Doria:
—¿Por qué no dormías más?
—He dormido bien, pero tras despertarme, no podía volver a dormirme —contestó sonriendo.
—Vale, los demás lo hago yo, va a despertar a Édgar.
—Sí.
Doria contestó y subió la escalera. Al abrir la puerta, veía que Édgar estaba poniéndose la camisa.
«¿Qué pasó?»
Miró hacia la camisa en el sofá, le preguntó:
—Dijiste que no tenías ropa para cambiar, ¿no?
—Una mentira, pero la crees jajaja.
Doria se quedó sin voz.
¡A la mierda, gilipollas!
Édgar sonrió, cogió la corbata de al lado, llegó delante de Doria, y con la ceja un poco levantada le dijo:
—¿Ayúdame?
Doria se le burló:
—Todavía te ponías la corbata cuando no estaba yo.
Édgar sonrió, y le dijo al oído:
—Claro que puedo, pero con sentimiento menos bueno.
Recordando la escena de la noche, la cara se enrojecía en un instante. Doria tomó la corbata en su mano y se la puso a él rápidamente. Le dijo en una voz tímida y molesta:
—¡Compórtate normal!
Hasta bajar las escaleras, el calor en su cara no había desaparecido.
Notada esto, Roxana le preguntó:
—¿Qué te ha pasado? ¿Acoso estás resfriada? La temperatura aquí se cambia mucho de día en noche, ¿necesitas medicinas?
—¡No, no! Es que… —rechazó con los manos.
No se le ocurrió ninguna excusa en aquel tiempo, y le dio una patada al culpable debajo de la mesa.
Édgar dijo sin cambiar la expresión en su cara:
—No le pasa nada, es que, si se emociona, se pone así.
—¿Se emociona? —repitió Roxana.
—A lo mejor es porque ve a un novio tan excelente y perfecto como yo, se emociona mucho.
Las dos quedaron sin palabras.
Doria pensaba, «Por favor, presta la cara dura a mí para que no esté tan embarazosa aquí.»
Roxana fingió toser, e ignoró las palabras:
—¿Entonces me voy?
—Vale.
Doria se iba a abrir la puerta, pero Édgar la tomó de mano y la besó en los labios. Un rato después, la desató y dijo con satisfacción:
—Adiós.
Doria sonrió y salió.
El chófer le preguntó:
—¿Regrese a la empresa? ¿Señor Édgar?
—Primero al otro lugar —dijo Édgar mirando a Doria mientras ella avanzaba de espaldas.
Tras llegar al estudio, Claudia Freixa entró en la oficina siguiéndola y le preguntó:
—¿Dónde has ido, Doria?
—Me he ido a otra cuidad. ¿Pasa algo? —sentada en la silla, dijo Doria.
Claudia le susurró:
—Esta mañana Rivera Collazo ha venido a buscarte. Creo que es porque no estaba satisfecho con lo que publicaste ayer, y quería que el estudio aclarara otra vez. Afortunadamente, no estabas aquí. Pero ten cuidado hoy cuando regreses, lo veo con la cara mala y temo que te haga algo.
—Nada —dijo Doria—, nunca me ha tratado bien.
Se veía que su decisión de no regresar anoche era correcta, de lo contrario, Rivera la obligaría a publicar la aclaración de nuevo, pero ella justo no estaba.
Ahora con el tiempo pasando, cuanto más tarde lo publicó, más sin sentido estaba la aclaración.
Claudia se sentaba al lado de ella, suspiró un aliento y se apoyaba en la mesa:
—Cuántos tiempos tienes que seguir vivir en la familia Collazo? No, debe preguntar ¿cuándo se revelará la verdadera cara de Rivera y Briana?
Al oír esto, suspendió un poco el trabajo en la mano, y la sonrisa iba desapareciendo.
Sin tener en cuenta el poder de la familia Collazo, solo se refería a Rivera que tenía una característica muy reflexiva con intenciones siniestras. Todo esto se veía por las cosas que hizo.
Si quería poder amenazarlo, solo funcionaría tomar alguna prueba de su maldad o que él la dejara al descubierto, si no, no podía hacerle nada.
Incluso Señor Figueroa no podía enfadarse con él, de esto lo que se veía.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Mi pretendiente es mi EX-MARIDO
Quiero el finall...