Jazmín no mostraba ni una pizca de emoción en sus ojos, pero en su rostro se dibujaba una impaciencia creciente. La voz de la joven, algo ronca y teñida con un tono de ira a punto de estallar, sonó firme: "No me interesa ni lo más mínimo cómo llegaste a la casa de los Alcaraz, ni cómo terminaste siendo hija de esta familia."
"No me importa lo que piensen Santiago y Magda."
"Si lo único que tienes para decirme son estas tonterías, ya te puedes ir."
Al oírla llamar a Santiago y Magda por su nombre, Greta la miró sorprendida.
Greta no podía creer que en realidad le diera igual.
Mordiéndose el labio, con una expresión de agravio dibujada en su rostro, dijo: "Jazmín, ¿sigues enojada conmigo? Te estoy diciendo todo esto porque no quiero que me malinterpretes. Vamos a vivir bajo el mismo techo y preferiría que nos lleváramos bien. Eso es lo que nuestros padres querrían ver. Ellos ya trabajan lo suficiente para darnos una vida sin preocupaciones. Si encima les damos más problemas por no llevarnos bien, sería muy injusto."
"Greta, si yo fuera tú, me mantendría al margen y no andaría pavoneándome con un bolso falso para luego burlarme de quien compra una auténtica." Jazmín normalmente no se molestaba en lidiar con alguien tan falsa y mediocre como Greta.
Después de todo, rebajarse al nivel de una tonta era perder el tiempo y podía afectar su propia inteligencia.
Pero en los próximos meses tendría que vivir bajo el mismo techo que Greta.
Aunque quisiera evitarla, no podría.
Y peor aún, quizás Greta pensaría que Jazmín le tiene miedo y se pondría aún más insoportable.
Dado que Greta se estaba poniendo en bandeja para ser humillada, Jazmín no tenía por qué ser indulgente.
Mirando a la joven de ojos rojos y aparentemente herida por su trato, Jazmín esbozó una sonrisa fría, se levantó y se acercó a Greta con tal rapidez que, antes de que reaccionara, ya tenía el mentón apretado entre sus dedos.
Con sólo una leve presión de sus delicados y bonitos dedos, Greta ya estaba retorciéndose de dolor, arrugando su pequeño rostro.
"Jazmín, ¿qué... qué estás haciendo?"
La mirada de Jazmín era gélida mientras su otra mano acariciaba lentamente el cuello de Greta, su sonrisa era helada y cruel.
Greta, cada vez más aterrorizada, levantó su carita pálida, su cuerpo temblando sin control: "Jazmín, ¿qué estás haciendo? ¡Suéltame!"
Ahora no había rastro de ese tono molesto en su voz.
La mirada de Greta era de puro desdén, como si estuviera mirando a un niño con problemas mentales.
"Escucha," dijo Jazmín con impaciencia, luchando contra el sueño, "lo que te importa a ti no me interesa en lo absoluto. La familia Alcaraz no es suficiente como para que me importe. Así que sigue siendo la niña rica de los Alcaraz y no me molestes, ¿entendido?
Si hay una próxima vez, yo..." Jazmín hizo un gesto con la mano como si cortara un cuello.
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