Ella era la hija perdida de la familia Montes y él era el poderoso señor de la familia Pozo. Se pensaba que sus caminos nunca se cruzarían, pero el destino les juegaba una mala pasada. Un día, un niño la arrastró por la ropa y la llamó mamá, y el hombre que estaba detrás mostró una sonrisa de suficiencia: —Julieta, casémonos. —¡Lo siento, no nos conocemos bien! —Está bien, tendremos toda la vida para conocernos. En un momento de desatención, fue secuestrada en su casa. Después de la boda, se escondió bajo el edredón y se mordió el dedo: —Vete, no quiero dormir en la misma habitación que tú, bestia. —Cariño, no te preocupes. Te follaré con ternura, pórtate bien.
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