PECADO DEL DESEO romance Capítulo 26

Clyde la mira con frialdad, exudando un aura fuerte.

Su tono es bajo, pero cada una de sus palabras tiene su importancia.

—Mamá, la familia Franco nunca ha sido nuestro aliado… ¡Incluso si me caso con Sheila, algún día también se enemistarían con nosotros por intereses propios! En el mundo del negocio eso no es nada raro, ¡a papá no le sorprenderá algo así!

—En cuanto a Kenneth… ¡No están casados para nada! Solo han hecho la ceremonia. ¡No tienen los papeles legales!

Estoy tan asustada que casi grito.

Antes de la boda, los Santalla me dijo que como a Kenneth no le conviene salir, ellos se encargarán de tramitar los papeles porque conocen a alguien del Registro Civil.

Pero ahora me entero de que en realidad no han tramitado los papeles. ¡Resulta que no somos un matrimonio legal! ¡Qué ridículo es mi vida!

Me siento engañada, pero a la vez como si me he quitado un peso de encima. De pronto parece que se ha iluminado la vida.

—Vale que no tienen los papeleos, pero es un hecho que han celebrado la boda. ¡Todos saben que son una pareja! —Yolanda dice con severidad— ¡Clyde, has perdido el juicio!

—Teniendo el estatus social que tienes, todo tipo de mujer está a tu alcance. ¿Por qué has tenido que provocarla!

Clyde respira hondo sin decir nada.

Estoy escondida detrás de la puerta mientras que las lágrimas se me caen silenciosamente.

En este momento, no me queda más que enfrentarme a mi corazón. ¡Me gusta Clyde! ¡Me gusta que sea dominante conmigo! ¡Me gusta su frialdad! ¡Quiero estar a su lado el resto de mi vida!

Ahora comprendo que la ternura y la lástima que pasaba por sus ojos cada vez que me torturaba no era una alucinación mía.

De pronto suena un sonido agudo y penetrante de algo cayendo al suelo, seguido del grito histérico de Yolanda.

Estoy tan asustada que me asomo a la rendija para ver que Yolanda tiembla sin control, su rostro está completamente pálido, sus manos y pies parecen estar fuera de control, no para de tirar las cosas. El estudio está hecho un desastre por su culpa. Mientras rompe todo lo que encuentra, grita:

—¡Qué he hecho! Ya he perdido a mi hija… ¿Por qué también me quieren quitar a mi hijo?

—¡No, no! Clyde… No puedes hacer eso, si le robas la esposa a tu hermano, todo el mundo te condenaría… ¡Tu padre no te lo va a permitir y Kenneth no te dejará en paz! No…

Yolanda se ve aterradora.

Después de soltar todo eso, se cae de espaldas al suelo con los ojos en blanco y sufriendo convulsiones.

Clyde se apresura a tomarla en brazos y grita:

—¡Mamá!

Entro desesperadamente. Sé que a Yolanda le ha dado un ataque de nuevo. Lleva más de diez años sufriendo de depresión. Siempre se pone así cuando le da un ataque. Pierde el control de su juicio, grita sin parar, hasta puede lastimarse o lastimar a otros.

Clyde se queda atónito al verme.

En ese mini segundo donde nuestros ojos coinciden, veo claramente la sorpresa y la duda en sus ojos, mezclados con la vergüenza y la ira debido a que su secreto se ha expuesto.

—¿Por qué estás aquí? —Su voz es baja y cruel.

No respondo, me arrodillo y dejo que mamá se tumbe en mis rodillas.

—¡Habla! —Me agarra de la muñeca con fuerza— ¿Qué has llegado a oír?

—¡Clyde! —Lo aparto, saco apresuradamente un pañuelo y se lo meto en la boca a mi madre para evitar que se muerda la lengua— ¡Llama al médico!

—Selena, respóndeme…

—¡Date prisa! —grito con todas mis fuerzas— Clyde, no quieres que a mamá le pasa nada, ¿verdad? Date prisa… ¡Llama al médico!

Clyde rápidamente se pone de pie para hacer la llamada.

Pero no me atrevo a dar la vuelta y no puedo verle los ojos.

Trato de reprimir la voz temblorosa para decir con una risa:

—Estaré bien… Estoy acostumbrada a cuidar de la gente. Además, siempre he sido yo quien cuida a mamá cuando cae enferma. De verdad que la considero mi madre biológica.

—Clyde… —susurro— En realidad, también quiero expiar mi culpa.

El repentino silencio congela el tiempo.

Escucho los latidos de mi corazón. No sé si Clyde puede entender lo que quiero decir. Realmente quiero hacer algo por la muerte de Katherine. Ya que, si no fuera por mi padre, serían una familia feliz y yo no estaría metida esta tortura sinfín y no me habría encontrado con este hombre que me ha dado amor y odio.

Los pasos de Clyde se alejan. Estoy sentada en la cama de Yolanda pensando en mi primer día en la casa de los Santalla.

Ella me tomaba de la mano y acariciaba suavemente mi mejilla. En sus ojos había ansias, alguna especie de amor maternal que quería dar con ansias.

—Selena Millán… ¿Tu nombre es Selena? —dijo en voz baja— Mi hija… se llama Kath…

Más tarde me quedo dormida. Los quince años que en la familia Santalla se convierte en fotogramas de una vieja película en blanco y negro, las cuáles corren por mi cabeza…

Contemplo la película que se llama «Amor y odio». A medida que todo se ve más claro, el rostro de Clyde aparece gradualmente.

Quiero atraparlo, pero nada. No sé qué he pisado, pero de repente me caigo a toda velocidad desde la altura…

—¡Ahh! —grito y me despierto de un susto, con sudor frío por todo el cuerpo.

Cuando abro los ojos, me doy cuenta de que estoy acostada en una cama grande. Me doy la vuelta. Siento mareos y dolor en las sienes.

—¿Estás despierta? —Suena una voz baja.

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