Peligrosa 21+ (COMPLETA) romance Capítulo 19

Mini maratón 2/2.

Pía Melina.

Estresada por la incertidumbre, la vergüenza y los nervios que solo se intensifican con cada segundo, acción o reacción que provoca su mirada intensa, perversa y llena de maldad fija en mis ojos, mis labios; y por supuesto; mi más que notable escote.

«Decidido; enviaré lo más lejos este conjunto nada más llegue al apartamento». pienso, anotando mentalmente otra de las cosas que debería hacer pero que podría llegar a desaparecer de mi mente.

Al menos confiaba con que esto no sería así, le pedía a todos los santos por ello.

Con sumo cuidado deslizo en una leve caricia un mechón de mi rubio cabello detrás de mi oreja, sonriendo al percatarse del notable e indudable sonrojo que se apropia de mis mejillas, provocando que moje con su larga, y húmeda lengua; sus labios; aclamando la atención de mis órbitas azules que se desvían sin ningún cuidado, ni vergüenza.

—¡Eres demasiado hermosa e inocente! —exclama delineando con su pulgar cada rincón de mi rostro, a la vez que me impulsa a pegar mi espalda a la fría puerta, con uno de sus musculosos brazos justo al lado de mi rostro impidiendo que logré escapar.

—¿H... Her... Hermosa? —balbuceo enternecida con la sonrisa que se apodera de su rostro, alumbrando su expresión u permitiendo que me percate de unas pequeñas pero dulces arruguitas que se le marcan en las esquinas de sus ojos, volviendo sus rasgos mucho más marcados y atractivos.

—¿Acaso no es pecado ser tan perfecto? —pienso; sin embargo, me percato de que no es así cuando la sorpresa se plasma en sus italianas, y maduras fracciones; aumentando la perversión de sus iris marrones claro, casi con semejanza a la miel y más cuando la luz impacta en ellos.

Unas carcajadas salen de sus labios, haciendo que eleve su cabeza moviendo sus cabellos castaños casi negros;  pero sin tener la intensión de dejarme escapar.

Esa acción solo me embelesa más de lo pensando, ocasionando que trague en seco soportando la comezón que se apodera de mi cuello.

—¿Quién diría que la chica con la lengua venenosa me diría que soy perfecto? —refufuño rodeando los ojos molesta por la vergüenza que sus palabras conlleva, y más cuando me sonrojo sin problemas.

—No lo eres; simplemente me equivoque de persona, no seas tan creído —alego, desviando mi rostro a otro lugar, aunque, eso a él no parece gustarle ya que sin cuidado afianza su agarre en mi barbilla, obligándome a mirar sus bellos urbes pardos.

Delinea sus labios con su lengua, agarrando con su pulgar mi labio inferior, llegando a ser más rudo de lo necesario.

Salgo de mi estado atontado, recordando sus palabras.

—¿Acaso no tenía una pregunta que hacerme? —inquiero tratando de que su atención se cambia a esas palabras que el mismo pronunció.

Posa uno de sus dedos en su barbilla; sonriendo con malicia en el momento justo en que dos toques en la puerta interrumpen.

Suspiro tranquila, en el instante en el que con resignación se aleja de mi, mascullando palabras en italiano que no logro percibir o comprender; tengo conocimiento del alemán y el inglés, idiomas distintos pero con semejanzas si lo piensas de alguna forma.

Acomodo mejor mi vestimenta, eliminando las arrugas de mi conjunto, peinando mi cabello para con seguridad sostener mis cosas.

—¿Qué mierdas sucede? —espeta furiosa; sobresaltandome no solo a mi; también a la que parece ser su secretaria que parece un poco más acostumbrada.

—En la sala de juntas lo esperan los nuevos proveedores que estaba esperando —su cuerpo pierde la tensión, a la vez que me percato de que es mi perfecto momento.

—Es momento de marcharme;  gracias por la entrevista —muestro una fingida sonrisa que parece solo provocarla más gracia de la necesaria por las estrepitosas carcajadas que salen de sus carnosos labios, provocando que cambié mi expresión a una de total desconcierto; a la misma vez que la otra chica se acomoda mejor la falda con nerviosismo.

—Señor también recuerde que su hermano necesita que firme algunos documentos sobre el nuevo desarrollo mercantil —explica sin darse cuenta de que está siendo ignorada por completo.

—Primero debo hacer algo —le dice con una cortesía muy poca fingida; encaminándose a mi dirección con ese aire de perversión que de cierta forma me atrapa; porque; ¿Como negar que su poderío y seguridad es lo que más me altera?

Nunca pensé que podría odiar a alguien, pero cada vez que intercambio alguna palabra con él termino con ganas de halarme los pelos.

Mantengo—con bastante dificultad—un autocontrol y seguridad que no sé de dónde ha salido, pero prosigo siendo así, colocándome en una pose recta, con expresión neutral.

—¡Alejese de mí! —demando, alzando mi mentón; mi madre siempre me mostró que nadie debe bajar el rostro por nadie.

Las comisuras de sus labios se elevan en una sonrisa, mientras despeina sus sedosos cabellos castaños claro, deteniéndose a solo unos pasos de mi.

—No temas rubia con lengua venenosa —menciona en un tono ronco, bajo, y más que excitante—, no muerdo.

Se queda en silencio acercándose más a mi esbelta figura, extendiendo su mano para agarrar un mechón de mi cabello y enrollar este en su dedo.

—... A menos que me lo pidas —termina la frase provocando que mis piernas flaqueen por solo el pensamiento; sin embargo, hombres como él solo usan a las mujeres, dejándolas sin una pizca de dignidad y yo; pues yo no soy una de ellas. Además, tengo una persona maravillosa a mi lado.

Trago en seco, activando mi autocontrol, junto a la sonrisa que en este momento se apropia de mi expresión.

—Pues no soy amante a las mordidas... —susurro cerca de su oído, aprovechando su distracción para alejarme un poco más—... Y menos cuando vienen de un capullo como usted señor Vivaldi.

Emprendo mi huida creyéndome la más perra de todas cuando sin mirar por donde camino tropiezo—por culpa de mi mala suerte— con la gran alfombra negra de poliéster, quedando en el suelo como pegatina en la pared; con mis hebras rubias regadas por toda mi cara y mi vestido levantado un poco más por encima de mi rodilla.

—¡Mierda! —maldigo, acariciando mi trasero con mis manos.

—Eres tan torpe e inocente —sus tono de voz, junto a las carcajadas burlonas solo intensificaron mi ira.

Mis mejillas enrojecieron de la furia, mis puños se apretaron a cada lada de mi cuerpo, mis latidos eran una locura y mi respiración me había vuelto un toro más que molesto.

—¡Cállate! —exclamo levantando mi cuerpo del suelo.

Le lanzo una mirada asesina que en segundos es sustituida en una de odio.

—¿Qué dijiste? —interroga serio volteando su cuerpo por completo en mi dirección.

—Qué te calles —repito arreglando mi vestido, provocando la fuerte ira de quién en estos momentos es el ser que más odio en el universo.

Okay; creo que estoy exagerando más de lo necesario pero justo ahora soy una bomba de tiempo; y eso que casi nunca me enojo, que conste.

—Creo que no escuché bien porque si es así te haré tragarte todas tus palabras preciosa —repite con una expresión de seriedad en su rostro.

—Já; además de viejo, capullo y rabo verde —espeto con desprecio acoplando mejor mis rubios cabellos.

El ambiente se estaba tornando bastante fuerte, molesto y asfixiante.

Me sentía a punto de lanzarle al tacón a la cabeza y salir corriendo por mi vida.

—No me mandes a callar, niñata —comenta con una sonrisa en los labios.

—Te mando a callar sí me da la gana, no soy ninguna sumisa; podré ser inocente, pero no soy estúpida —respondo honesta con un tono de seguridad impactante.

Acortando cada uno la distancia que nos separa del otro, sin siquiera darnos cuenta de ella.

—No me provoques, rubia con lengua venenosa —sus palabras tomaron un poco de sentido cuando pude percibir su fuerte aroma.

—No deseo, ni quiero provocarte, solo digo la realidad de los hechos —mi contestación es exacta y sincera.

—Crees que soy un gilipollas, pero la realidad es que sabes puedo hacer que te tragues todos esos insultos si me da la gana.

—Glinda, ¿Qué haces aquí? —preguntó el castaño con su rostro desfigurado por lo que sea halla sucedido entre ellos dos.

—Mi amor; te extrañaba —la pelirroja se acercó de forma seductora contorneando sus caderas en dirección a aquel hombre.

—¿Mi amor?, Tú y yo no somos nada, te lo dejé bien claro —la chica abrió sus ojos de una manera excesiva y sus mejillas se pintaron de un color rojizo.

Era la espectadora principal en aquel escenario ya que la mayoría de los empleados internos solo echaban pequeñas ojeadas o simplemente se alejaban fingiendo que no escuchaban.

—No digas eso —Dante mantenía sus ojos fijos en los míos sin dimitir.

—Es la realidad, te expliqué perfectamente que solo sería sexo, nada más —las palabras de aquel cabrón eran demasiado fuertes y potentes, no comprendía porque a pesar de todo las mujeres seguían detrás de él.

—Dante, no seas así —la señorita se acercó con gran rapidez al cuerpo del empresario más codiciado del mundo con gesto de súplica y los ojos empañados en lágrimas.

—Dante nada, siempre te lo advertí, no me gusta estar atado a nadie —yo solo permanecía estática sin saber dónde meterme.

—Será mejor que me vaya —mi voz salió más como un susurro a la vez que tomaba uno de mis mechones y lo posicionaba detrás de mi oreja.

—Tú no te irás a ningún lado —comentó él.

—¡Que se vaya, no hace nada aquí! —el estrepitoso grito de la pelirroja sobresalto mi pecho, incluso aceleró mis latidos, debido por la manera en la que se interpuso en el camino del castaño impidiéndo que este pudiera continuar.

—Sí, me voy —di media vuelta y comencé mi recorrido con dirección al ascensor.

—¡No me toques los putos cojones, te quedas, porque te quedas! —sus repuesta fue una orden inmediata que debía acatar, pero no lo haría; no era así y el tendría que darse cuenta de ello.

—Me voy porque me apetece —seguí mi camino cuando alguien me jaló del brazo pegándome a su cuerpo.

Mi corazón se detuvo por completo, mis labios estaban resecos, mi respiración irregular y mi cuerpo no funcionaba.

Mis células expulsaban calor y excitación con sentir solo su tacto, mi cuerpo se encuentra completamente electrizado.

Me siento pérdida, estoy cayendo en un hueco hondo y profundo.

Sus manos estan en mi cintura, sus labios a solo unos centímetros de los míos, mis manos estan en su duro pecho, sus ojos color marrón seguían intactos en los míos, mis ojos color cielo se encuentran atentos a sus pupilas dilatadas, su corazón latía de una forma desbocada, mis sentidos se agudizaron.

Estamos solo nosotros dos en aquella habitación, aquella pelirroja era solo otra espectadora en aquel lugar.

—¿Qué... haces? —mis palabras salieron entrecortadas, un gemido se salió de mis labios, continúo con mi respiración irregular y mis latidos volviendo en aumento.

—Te dije que no te irías, yo doy las órdenes aquí, tú; solo las debes seguir —aquellas palabras me indignaron así que le dí un empujón y le estampé una fuerte bofetada.

Su cuerpo retrocedió por inercia y me aproveché de su desconcierto para salir huyendo como toda una cobarde.

Entré al elevador en segundos y las puertas se cerraron antes de que el pudiera llegar a mí.

Solo en ese momento respiré con tranquilidad; recibiendo un mensaje del pelirrojo que fue justo el balde dd agua fría que necesitaba para que el sentimiento de culpabilidad se apoderara de mi, porque de alguna forma sentía que le había sido infiel a quien la cariño y paciencia me estaba teniendo.

Yo y mis miedos no son un buen acompañante.

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