Maratón 1/3
Dante Vivaldi.
El silencio de mi entorno, se ve opacado por el cantar de algunos pájaros, y una pequeña fresca ventisca que levanta pequeñas capas de polvo.
Elevo mi mirada, cruzando mis ojos marrones con uno de mis compañeros, sonriendo con la idea de aplastarlo siempre que se me da la gana.
La pelota es lanzada y con malicia finjo un pequeño fallo que lo hace saltar de emoción creyendo que ha vencido cuando en realidad es solo la forma de darle emoción al juego, de nada sirve si solo yo soy capaz de ganar.
—¡Yuju! —se emociona saltando, poniéndose en posición para repetir la acción de segundos antes.
Alzo las comisuras de mis labios carnosos en una sonrisa maliciosa, preparando mi jugada maestra.
Mantengo mi vista fija en el pitcher, inhalando en el momento justo en que la pelota es lanzada en mi dirección; sostengo el bate con mis dos manos en posición de bateo—en el cajón de bateo—soportando el intenso sol que hace mi cuerpo transpirar; mis poros liberan pequeñas gotas de sudor que se desplazan por mi rostro, abdomen, y pecho.
Relamo mis labios apreciando cada punto de mi entorno en cámara lenta, regulando mi respiración, flexionando un poco más los brazos preparándome para el impacto.
Sin ni siquiera pestañear ejecuto un bateo triple, y desde ese momento empieza la conmoción.
Salgo a toda velocidad liberando el bate de mi agarre, ejerciendo una carrera hasta tercera base; acelerando mi respiración mientras el fel del equipo contrario, tratando de evitar que consiga una de las cosas que mejor se me da hacer... Jugar béisbol.
Mis piernas por un momento al ser presionadas duelen, mis músculos se contraen ante el movimiento, incluyendo los latidos de mi corazón que se vuelven el galope descontrolado de un corsel, entreabro mis labios buscando el punto exacto para recibir todo el oxígeno que me empieza a faltar, cuando me deslizo a mi objetivo antes de que la pelota logre llegar a mi.
Martín la envía a tercera base, maldiciendo por como mismo le prometí rematarlo por décimo quinta vez en este día.
—¡Me rindo joder! —exclama soltando la pelota con tanta potencia que la envia a las vacías gradas.
Elevo la comisura de mis labios en una sonrisa, a la vez que me sacudo el polvo que se impregnó en las fibras de mi traje, recibiendo una botella de agua que me extiende el rubio de ojos negros.
—No entiendo cómo eres capaz de seguir jugando contra mí sí sabes que no tienes ni una oportunidad —alardeo sonriendo con malicia por mi victoria; una de tantas que obtengo en esta vida.
Suspiro, chocando los puños con los que se mantienen de mi equipo, acercándome lentamente a las inmensas y vacías gradas.
—Uff, odio que seas mejor que yo en mi deporte favorito —maldice el rubio, lamentándose como todo un marica; provocando que unas cuantas carcajadas salgan de mis labios.
—Yo odio que no seas un oponente digno —asevero, propinándole un buen trago a mi botella de agua, refrescando mi reseca garganta con fervor.
El líquido frío y suave baja, sin prisas por mi tubo bucal, calmando la tensión y el cansancio de mi cuerpo.
—Eres tan molesto —golpea mi hombro, elevando sus labios en una sonrisa.
—Pero aún así no puedes vivir sin mí —menciono con altanería y prepotencia.
Alza una de sus cejas con astio, ocasionando que otra sonrisa se apodere de mis labios.
—¡Que modesto! —el sarcasmo es notable en su tono ronco, a la misma vez que realiza mi mismo movimiento disfrutando de un buen trago de agua fría.
Fijo mi vista en el campo ya vacío, dejando que mis pensamientos tomen forma y nombre; obligándome a recordar el rostro de una rubia de la cual llevo días sin saber de ella.
Deslizo las manos por mi cabello, haciendo que algunas gotas de sudor caigan al suelo, mojando mi centro deportivo.
Sí; tengo un jodido estadio para mí solo y es una puta pasada; soy fiel amante a tener todo lo que me apetezca, como si es un jodido océano o una playa. Nada evitará que se vuelva mío.
Me termino la botella, tragando en seco cuando mi subconsciente trae la imagen de la rubia; sus enloquecedores ojos azules que en ocasiones se ven verdes, su dorado cabello sedoso que solo me hace pensar en lo bien que se vería entre mis dedos, su boca venenosa que me impulsa a callarla con mi boca o polla sí me da mi reverenda gana, su anatomía no tan proporcionada tiene ese algo que me lleva a imaginarla en todas las posiciones inventadas por los chinos en el Kamasutra. A pesar de no ser tan llamativa no soy capaz de sacarla de mis pensamientos.
—Un millones dólares por tus pensamientos —la voz del rubio me saca de mi estado perverso y diabólico, haciéndome tragar con la molesta erección que se me ha creado en mis pantalones ajustados.
—Ni con un millón serias capaz de descubrir el lío que tengo en mi cabeza —respondo con expresión neutral.
Suspiro, maldiciendo y odiando que por primera vez en años una niñata de veintitrés años es capaz de enloquecerme de esta manera; al menos a mí polla.
La odio, pero a la ves tiene esa forma que me enloquece con solo verla y es que de alguna forma su inocencia es la que me impulsa a querer corromper su ser, eso de que todos somos buenos o tenemos un poco de bondad dentro es solo una gran mentira; no lo niego, están las excepciones de la regla, pero mi caso no es así. No soy uno de esos hombres dolidos con traumas que prefiere dañar a las mujeres simplemente porque fingen que no le importa nada; no, nací en cuna de oro, pero viviendo bajo la tela de un matrimonio mas falso que real, en una sociedad donde las apariencias lo son todo, tanto los ceros en tú cuenta bancaria; sin embargo, superarme solo fue un paso para librarme de las ideas descabelladas de mi padre.
Odio el matrimonio, es solo una sin falasia en la que muchos creemos que de alguna forma saldremos venciendo, felices y comiendo perdices como los cuentos; aunque, al final de todo siempre están los altos y bajos, los desarreglos, los desacuerdos, la confianza destruida, y la costumbre que en algún momento se puede hasta convertir en simple repulsión.
Guardo mis cosas en mi casillero, peinando por segunda vez mi cabello, para sin más preámbulos encaminarme a la salida.
Los corredores está vez está un poco más llenos, adoro de alguna forma haber obtenido está adquisición y es que cuando estoy frustrado, o queriendo huir de todo no siempre me la paso de puta en puta, o de mujer en mujer; también me relaja estar aquí y acabar con algunos de mis amigos.
Llego a la calle, recibiendo mi BMW negro completamente impecable, entretanto me extienden mi teléfono móvil.
—Todo está listo señor —anuncia un castaño de más o menos unos veinte años, con su traje de valet parking impoluto.
Sonrió por la maldad que acabo de llevar a acabo, subiendo mi cuerpo al auto con una sonrisa pícara siendo la que predomina en mis carnosos labios.
—Mantengan todo en orden —demando cambiando mi expresión a una neutral y frívola, encendiendo los motores del coche.
Me deleito con el exuberante sonido del motor, rugiendo como la bestia que es, llenando mis tubos sanguíneos de esa adrenalina que estremece cada célula de mi piel; cegandome por unos pequeños segundos que son más que suficientes para hacerme llegar a una combustión espontánea con las ideas que atraviesan mi subconsciente.
Agarro el volante con forro de cuero blanco igual que los asientos que a diferencia de todo sin negros, con ese olor a avena que me fascina.
Observo mi teléfono móvil; apreciando cinco llamadas perdidas de mi padre y quince de la pelirroja.
Lanzo el teléfono por la ventana del asiento del conductor antes de salir a toda velocidad del estacionamiento del estadio.
Bajo la ventanilla, recibiendo el aire impactando en mi rostro, mientras tomo el desvío que me lleva a la 17th Avenue, no dudando de mis capacidades; una de tantas.
Deslizo mi lengua húmeda por mis labios, con el pensamiento de tener a la rubia solo para mi cuando miro el reloj de mi muñeca.
3:30 PM
Acelero a toda marcha; esquivando autos, taxis, deteniéndome en los semáforos siempre cumpliendo con las reglas de conducción.
Coloco el antebrazo en la ventanilla, dirigiéndome al edificio de la señorita Pía Melina con la malicia y mis acciones ya preparadas en mi cabecita.
No soy quien para obligar a una mujer a estar conmigo, nunca he necesitado de ello y es que todas deciden con quién estarán o con quien no, pero está niñata debe saber que a mí se me respeta, que esa lengua viperina la tendré a mi disposición.
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