Dante Vivaldi.
El rostro de Pía lo decía todo; la había tomando por completa sorpresa.
Ella entreabría sus labios y los volvía a cerrar sin saber que decir. Tomé su mano de una manera temblorosa al darme cuenta de mis palabras y lo que estas habían causado en aquella chica.
—No digo que quiero una respuesta ahora, pero al menos no te quedes así de callada, se que he sido un maldito cabrón que no merece ninguna de tus oportunidades, pero si me la das es porque...
—Sí quiero —me interrumpió tomando mi mano junto a la suya.
—¿Qué?
—Sí quiero casarme contigo —se acerca y deja un casto beso en mis labios mientras yo eufórico, la levanto de la cama, haciéndola girar sobre su eje con mis brazos alrededor de su cintura.
—¡Joder soy el hombre más malditamente feliz de este mundo! —exclamé permitiendo que colocara sus pies en el suelo a la vez que colocaba cada una de mis manos en sus pómulos abultados.
—Y yo la mujer más feliz del mundo —besa mis labios de una manera provocativa como nunca me había besado —, pero tengo miedo —lo último lo dijo en un tono bajo sentándose en el borde de la cama con sus manos cubriendo su rostro.
Me aproximé, una de mi rodillas la apoye en la alfombra de terciopelo y luego sostuve su mentón para que me mirara.
—Se que desde este momento puedo comenzar a cometer errores, pero necesito tu ayuda para comprender estos sentimientos que están consumiendo mi corazón lentamente.
Ella asintió envolviendo sus brazos en mi cuello y yo mis manos en su cintura mientras sentía como se calmaba poco a poco.
Mi nariz se coló en el hueco de su cuello percibiendo su tan ansiado aroma a perfección que me volvía mas loco que nunca.
Pasamos en aquella pose unos segundos hasta que se alejó de mi ocasionado que me sintiera vacío, provocando a que por instinto terminara con mi mano entrelazada a la suya.
Su rostro se quedo fijo mirando la unión de nuestras manos mientras yo sonreía.
—¿Que es tan gracioso? —cuestionó haciendo un hermoso puchero.
—Me he vuelto lo que tanto aborrecía.
—¿Y eso que era?
—Enamorarme de una niña.
—No soy una niña.
—Oh; sí lo eres —la moleste.
—No lo soy —trato de soltarse de mi agarre pero no se lo permití.
—Si lo eres —le toque su nariz con mi anular mientras me reía a carcajadas.
—Pero esta niña es la que te pone más duró que una piedra —susurro mordiendo el lóbulo de mi oreja y tocando mi entrepierna con una sonrisa maliciosa en sus labios.
—Caperucita no provoques al lobo que te va a comer —murmuré saliendo junto a ella por la puerta.
—El lobo a devorado cada parte de caperucita —me siguió el juego y mis labios se ensancharon en una sonrisa—. Pues hoy es el momento de que Caperucita se coma al lobo.
Y por primera vez eb toda mi existencia, después de que me dijo aquello y bajo las escaleras como alma que lleva al diablo, mis pómulos estaban de un color rojo intenso. Un nombre nunca se sonrojaba, yo no era de esos; sin embargo, ella estaba haciendo algo conmigo porque aquello era casi imposible.
Antes de que llegara al último escalón la alce en brazos como una pareja de recién casados con millones de estruendosas carcajadas saliendo de nuestros labios.
—¿Estas practicando desde ahora? —cuestionó cuando la senté en el desván de la enorme sala.
—Te aseguró que ese día esta será la pose que menos haremos —sus mejillas se volvieron a sonrojar cuando tome una cerveza y la lleve a mis labios después de abrirla.
—¿Y tu madre? —preguntó nerviosa.
—Estará en el hospital supongo —respondí acomodando mi enorme cuerpo sexy en aquel enorme desván azul.
—¿Y tu hermano?
—Que te importa.
—Eres un hijo de puta.
—Para que me preguntas por mi hermano sino quiero que hables de ningún hombre.
—Arg, como quieras.
Su rostro estaba contraído en una mueca que me hizo reír.
—Caperucita.
—¿Que?
—Estas hermosa cuando te enojas; incluso asi me la pones muy dura —tome su mano y la coloqué encima de mi miembro.
—Eres un idiota.
—Como digas mi virgen favorita.
—No me digas así.
—Mi virgen favorita.
—Eres demasiado molesto.
—Lo sé; pero solo porque amo tu sonrisa y tus pucheros.
—¿Por qué no vemos un maratón de películas? —cuestionó escrutando mi cara con su mirada y cambiando de tema con sus mejillas sonrojadas.
—No me apetece.
—Oh vamos; deja de ser tan gruñón y veamos pelis —negué pero sabia que no se daría por vencida.
—He dicho que no —trate de no sonar brusco y apuesto a que lo había conseguido.
—Mira —me tomo el mentón obligando a que la mirara—, si pones unas pelis de terror me tendrás todo el tiempo pegada a ti; ¿no quieres eso?
Movió sus pestañas como el aleteo de las alas de una mariposa mientras yo fingía que me lo estaba pensando un poco y es que sabía convencerme desde el inició.
Tarde unos segundos en dar la respuesta y ella entendió mi expresión cuando se formó una sonrisa en mis labios.
—Como quieras, pero te quiero pegada a mi todo el maldito tiempo —demandé y ella asintió dejando un beso lleno de felicidad en mi mejilla; aunque antes de que separara, uní nuestros labios en un beso muy candente—, me estas volviendo un blando —me quejé mirando sus preciosas orbitas azules, brillar por la emoción.
—Y tú me vuelves una tía fuerte —respondió acomodándose en el sofá junto a mi mientras yo encendía la tele y veíamos cual sería la que más miedo daría.
Tuve que levantar mi trasero del sofá como diez veces por cada maldito antojo que le daba. Primero fueron las palomitas; luego una Coca-Cola, después una manzana, una hamburguesa extra grande; no entendía donde le cambia todo aquello porque su cuerpo estaba diminuto solo que sus dedos estaban más hinchados, al igual que sus pechos mas grandes por el embarazo.
—Hacia tiempo que no me decías así —una sonrisa se formo en mis labios al decir aquello.
—Se que mi hermano debe estar muy enojado conmigo en estos momentos pero...
—Tú hermano esta bien; hablamos y me dio a entender que lo que sentía por esa chica solo era ese amor de amigos y lo confundió con el amor de pareja. Decido irse unos días para Tahití con sus primos a descansar de la empresa así que debe encargarte tú ya que tu padre no está.
—¿Y no sabes nada de él?
—No ha llamado, pero sabes que el es así, yo ya estoy mas que acostumbrada.
—Mama; le pedí matrimonio a Pía.
—¡Oh Dios, donde está mi hijo y que has hecho con él! —exclamo aquello acercándose a mi y tomando mis cachetes con dureza mientras me llenaba de besos que me estaban dando náuseas.
—Dejame mamá —me quejé alejándome de ella pero una sonrisa se alzo por segunda vez en sus labios, a la vez que le daba un sorbo a su café.
—Eres tan diferente con ella; ¿la amas? —su pregunta me tomó por sorpresa de nuevo pero esta vez si tenía una respuesta para aquello.
—La palabra amor se queda corta con lo que siento por ella —y eso la puso mas feliz todavía.
—Siempre pensé que serias como tu padre igual de frío para siempre, pensé que no encontrarías a una mujer que te cambiara.
—Mama, yo nunca he cambiado...
—Solo muestras tu verdadera esencia; lo sé.
—Con ella me siento... Diferente.
—Lo sé mi cielo. No solo tu calaste en su alma...
—Ella también lo hizo en la mía. Y eso que pensé que no tenía.
—Todos la tenemos, por eso es algo que nada mas sale con quien realmente se la merece. Ella es una de ellas. —se acerco a mi tomando mi mano—, desde que la conocí supe que era una buena chica y lo veía en la forma que hablaba de su madre, la felicidad con la que decía que sus niños lo tendrían todo, todo ella es luz, pero tu sabes sacar un poco de su oscuridad y eso es bueno a veces.
—Dire algo que no me gustaría decir en público —me miro atenta a la misma vez que respire —, te amo madre.
Y eso basto para que su cuerpo fuera lanzado encima del mio volviendo a comerme a besos como cuando era pequeño.
Tiempo después estaba con Pía en la habitación; la había cargado en brazos para que su espalda no doliera al estar en aquel desván.
Ella continuaba dormida y yo con unas enormes ganas de follarmela.
Me aproveche de aquello para darle unos besos en su cuello, erizando su cuerpo; mis manos sobaban sus pechos y algunos gemidos se escaparon de sus labios cuando abrió los ojos y me encontró aprovechandome de su condición.
—¿Lobo feroz usted se estaba aprovechando de una chica indefensa? —cuestiono con fingida indignación.
—No es tan indefensa cuando no lleva tanga —abrió sus labios para responder pero ya yo se la había quitado antes de nada.
—Usted es un atrevido —se subió encima de mi dejando que lograra ver lo sexy que se veía con aquel vestido y sin más, me levanté con ella de aquella cama. Sus piernas estában enrolladas en mi cintura, mis manos en sus glúteos, y sus brazos en mi cuello.
—Nos daremos una ducha y en ese mismo lugar te daré una muy buena, relajante, y maravillosa ración de sexo.
—Eso suena muy tentador.
—Mas tentador es saber que lo haré con la madre de mis hijos y mi futura esposa...
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