PERVERSIÓN romance Capítulo 40

—Pues que estoy alucinando, la verdad –le contesté sinceramente- nunca me hubiera imaginado algo así pero, francamente, si vosotros estáis de acuerdo en ese tipo de relación yo no soy quien para juzgaros…

-Entonces… ¿no estás escandalizado por lo que te he dicho? –siguió indagando. ¿Escandalizado? Lo que estaba era medio empalmado de imaginarme a Judith retozando en la cama con Rubén y aquella desconocida que, aún sin conocerla, imaginaba espectacular. Judith debió darse cuenta del bulto de mi pantalón porque sonrió y no esperó mi respuesta.

-Entonces esta noche… -no sabía muy bien como preguntarle aquello.

-Ella ha quedado con un hombre y, seguramente, pasará la noche con él así que yo voy a pasarla con Rubén –me dijo con toda la tranquilidad del mundo. Una vez visto que no me escandalizaba con aquello, se había tranquilizado enormemente.

-Yo no sé si podría hacer algo así –le dije sinceramente. No me imaginaba viendo como mi mujer se entregaba a otro hombre y tampoco que Sara se quedara de brazos cruzados viéndome a mí con otra.

-Yo tampoco me veía en algo así pero ya ves, ahora lo veo como algo natural y súper excitante… -lo dijo de forma sensual y noté como mi entrepierna seguía creciendo mientras por mi mente pervertida no dejaban de pasar imágenes subidas de tono con Judith como protagonista. Seguimos en silencio el resto del trayecto, que no era mucho, ya que la casa de Rubén no distaba mucho de la de Judith.

Cuando llegamos, aparqué justo en la puerta y me dispuse a despedirme de ella. -Sube un momento y así saludas a Rubén –me dijo Judithquizás hasta conozcas a su mujer y así verás que son gente de lo más normal. -No lo dudo pero tengo que volver a casa, que estará esperándome Sara que habíamos quedado para salir esta noche… -intenté excusarme. -Vamos… si serán solo cinco minutos… -dijo poniendo un mohín apenado en su cara. Total, que me dejé convencer para su completo deleite y subí con ella hasta el piso donde no sabía muy bien qué pintaba yo allí. Para mi sorpresa, Judith tenía llave propia y abrió la puerta con ella. Entramos y avanzamos hasta el salón donde no encontramos a nadie y, al parecer, tampoco había nadie en la cocina que también veíamos desde nuestra posición. Quise decirle que me iba, que allí no había nadie pero no me dio opción, me cogió de la mano y me llevó pasillo adentro como si supiera muy bien cuál era su destino.

No tardé en averiguarlo yo también ya que, a medida que avanzábamos por el pasillo empezaron a llegar a mí gemidos provenientes del dormitorio que quedaba delante de nosotros. Aquello no me gustaba nada e intenté zafarme del agarre de Judith pero ella, con decisión y firmeza, me hizo recorrer los últimos metros que nos separaban de la puerta. Cuando quise darme cuenta ya estábamos ante ella y Judith, sin reparo alguno, la empujó abriéndola y descubriendo lo que allí dentro pasaba.

Otra vez, como si no hubiera pasado el tiempo, estaba parado de nuevo en el umbral de la puerta de un dormitorio ajeno, viendo ecuerpo desnudo de Rubén penetrando con furia a una mujer a la que no podía ver su rostro pero si adivinar sus generosas formas. Me quedé paralizado viendo aquella escena casi pornográfica, llenando mis oídos con los gemidos de la pareja, impregnando mis fosas nasales con el intenso olor a sexo que allí reinaba. Inevitablemente me empalmé a pesar de lo incómodo de la situación.

Porque, a aparte del hecho de estar espiando a otra pareja mientras copulaban, sentía a mi espalda la presencia de Judith cómplice y artífice de aquella intrusión en su intimidad.

No sabía cómo reaccionar y menos, cuando noté las manos de Judith rodear mi cintura desde atrás, peligrosamente cerca de mi erección. Fui a moverme para escapar de su abrazo pero ella fue más rápida y noté como su mano derecha bajaba rauda hasta alcanzar mi miembro que acarició por encima del pantalón.

Tuve que ahogar un gemido de placer al notar allí su mano que nos hubiera delatado, haciendo la situación más embarazosa si cabe. Mientras en la cama Rubén seguía follando sin tregua a aquella desconocida que, abierta de piernas y abrazada a él por piernas y manos, gemía desaforadamente exteriorizando el profundo placer que sentía, Judith no daba descanso a su mano que recorría toda la longitud de mi miembro haciendo que mi erección fuera sumamente dolorosa.

¿Cómo me había dejado liar así?

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