El sábado me desperté solo en la cama. Sara debía estar en la cocina porque del baño no salía sonido alguno. Me estiré en la cama, vagueando un poco y rememorando otra vez el tremendo polvo que habíamos disfrutado la noche anterior.
Aún notaba la espalda dolorida por los arañazos con que me había marcado mi mujer.
Lo de anoche sí había sido un polvo memorable, nada que
ver con lo que llevábamos haciendo toda la semana que,
aunque habíamos disfrutado, nada que ver con los orgasmos
de la pasada noche. Sentí trastear a Sara en el salón y me
levanté de la cama, dispuesto a darme una ducha y quitarme
los restos de la batalla que tuvimos Sara y yo en nuestro
encuentro sexual.
Bajo el agua de la ducha, revitalizante, me empecé a plantear
si había hecho bien en proponerle a Sara aquella salida
nocturna. ¿Qué pretendía con aquello? A saber cómo iba a
reaccionar mi mujer cuando se encontrara con su jefe
acompañado con Daniela, la compañera que junto a ella
optaba a sucederle. En el mejor de los casos no iba a pasar
nada y en el peor... pues seguramente la cabrearía y acabaría
con cualquier opción de volver a tener otra sesión de sexo.
No sabía qué hacer pero casi me convencí que lo mejor era
dejarlo pasar, a lo mejor ni se acordaba ya de ello y, si lo
hacía, ya buscaría alguna excusa para evitar la salida. Salí
envuelto en la toalla al dormitorio donde me esperaba
sentada en la cama ya hecha mi mujer.
-Buenos días, cariño. ¿Qué tal has dormido? -me dijo
mimosa.
-Como un tronco -le contesté- y eso a pesar de las heridas -le
dije dándome la vuelta y mostrándole las marcas de sus uñas.
-No te creas que yo estoy mucho mejor -dijo dándome la
espalda, bajándose las mallas y braguitas que llevaba,
mostrándome sus nalgas marcadas por mis manos.
-Vaya dos -dije riéndome mientras me desprendía de la
toalla y empezaba a vestirme ante su atenta mirada.
-Oye y al final ¿Dónde vamos a ir esta noche? Me hace
mucha ilusión, ya hace tiempo que no salíamos una noche
por aquí...Joder y yo esperanzado con que a lo mejor se le había
olvidado... tenía que pensar algo rápido pero no fui lo
suficientemente rápido.
-Si no tienes pensado algo concreto podríamos ir a un local
del que me han hablado bien y en el que nunca hemos
estado. Me lo recomendó el otro día Judith, se ve que ha ido
varias veces y dice que está muy bien -siguió explicándome.
-Bueno, no sé... -joder, ya era casualidad que le hubieran
recomendado el mismo local al que iban a ir Roberto y
Daniela.
-Es para gente de mediana edad, nada de niñatos ni música
destroza oídos... seguro que nos lo pasamos bien -dijo
abrazándome por la espalda y empezando a acariciarme mi
entrepierna. Estaba claro que tenía la batalla perdida.
-Está bien, como tú quieras... pero si no nos gusta nos
vamos a otro sitio -le dije intentando, al menos, conseguir
una forma de salir pronto de allí antes de toparnos con
aquellos dos.
-Claro pero seguro que el sitio está genial. Gente de nuestra
edad, buena música y un sitio elegante donde poder ponerme
mis mejores galas. ¿Qué más se puede pedir? -dijo soltando
mi abultada polla y saliendo del dormitorio.
Pues un sitio donde no te vayas a encontrar a tu jefe
enrollándose con tu contrincante pensé para mí mismo.
Estaba claro que las cosas no estaban saliendo como yo
quería. Ahora era cuestión de buscar la manera de darle la
vuelta a la situación y no salir escaldados de aquella salida.
Acabé de vestirme como pude teniendo en cuenta el estado
en que me había dejado Sara y salí con la intención de
desayunar. Mientras trasteaba por la cocina apareció mi
mujer que se quedó observando como preparaba la comida.Quise aprovechar su presencia para intentar esclarecer algo
que me rondaba por la cabeza desde nuestro encuentro con
Judith en el gimnasio.
-Oye Sara, ¿te puedo preguntar algo? –le dije mientras
empezaba a dar cuenta de mi desayuno.
-Claro, lo que quieras...
-Hay algo que no entiendo de todo este embrollo en el que
me has metido con tu amiga...
-¿El qué? –me animó a seguir ella, curiosa por saber qué
rondaba por mi cabeza.
-Verás, es que me parece muy raro que después de los
mensajes que nos enviamos durante esos días, ha sido volver
y dejar de decirme nada. Y encima, está su falta de reacción
ayer cuando nos vimos, como si no hubiera pasado nada...
-¿Acaso echas de menos sus mensajes y sus fotos? –preguntó
hubiera permitido siquiera empezar con esto? –Me refutó
ella- por nada del mundo voy a poner en riesgo lo nuestro...
al cabo, ella la conocía mejor que yo.-Por cierto –retomé la conversación pero cambiando de
tema- esta noche cuando salgamos ¿con qué Sara me tocará
ir? ¿La recatada esposa o la esposa ardiente?
Ella sonrió viendo el camino que tomaba la conversación.
-¿Y tú cuál prefieres? –me preguntó pícaramente.
-Creo que es obvio ¿no? Lo que no sé es si estás preparada
para mostrarte tan desinhibida como en Sevilla...
-Puede ser.... Pero algún día tendré que empezar a soltarme
la melena ¿no? –lo dijo guiñándome un ojo y dándome a
entender que quizás si se atrevería.
-Pero... ¿y si te encuentras a alguien conocido? ¿O a alguien
del trabajo? –le pregunté sabiendo seguro que su compañera
sí estaría.
-Bueno, no estamos en el trabajo ¿no? Así que supongo que
puedo mostrarme algo más relajada mientras salgo a tomar
algo con mi maridito... -lo dijo en un tono sensual que hizo
que mi cuerpo se estremeciera disfrutando por adelantado de
lo que me esperaba esa noche.
-¿Lo dices en serio? –no acababa de creerme que Sara fuera
capaz de hacer algo como hizo en Sevilla. Y aunque lo fuera,
no estaba seguro de querer que lo hiciera. Sobretodo
sabiendo que allí también estaría Roberto que no iba a dudar
en desnudarla con la mirada, sin importarle que estuviera yo
delante.
-¿Acaso no me crees capaz? –su respuesta tenía un punto
serio, como si se hubiera ofendido por no creerla capaz de
hacer algo así.
-Claro que sí, cariño –le dije cogiéndola de la mano e
intentando parar su enojo- además, si está por allí Daniela, al
menos no tendrás que aguantar a tanto moscón jajaja...Lo dije en tono jocoso pero cuando vi su cara, me di cuenta
que ella no se lo había tomado a broma y que mi comentario,
en lugar de rebajar su enfado, había conseguido lo contrario.
-¿Por qué dices eso? ¿No me crees capaz de resultar más
atractiva que Daniela? ¿Qué los moscones me prefieran a mí
en lugar de a Daniela? –su tono se elevaba y yo, inocentemente, seguía sin entender qué había dicho para causar tal cabreo
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