Cogidos de la mano fuimos avanzando hasta llegar a donde se suponían que nos esperaban y, antes de llegar, ya los vimos saludándonos desde la distancia. Cuando nos acercamos, la cara de los dos mudó al ver la vestimenta de Sara que sonrió divertida al ver su reacción.
-Joder nena, cómo te has puesto esta noche –le dijo su amiga levantándose y, después de pegarle un buen repaso, darle dos besos.
Rubén no dijo nada pero no hacía falta, su mirada ávida recorría su cuerpo no dando crédito a lo que veía. Se acercó a su vez y la besó también para, seguidamente, alargarme la mano estrechándomela como si hiciera tiempo que no nos veíamos.
-Qué bueno verte, Carlitos –me dijo Judith acercándoseme a mí y besándome también- cuánto tiempo sin coincidir por ahí de fiesta, eh… Nos sentamos los cuatro en el reservado, iniciando los tres una animada conversación y yo, algo reservado, observando la situación.
De momento, los dos se estaban comportando como si aquella tarde no hubiera pasado nada, comportándose como siempre hacían.
No sabía si alegrarme o preocuparme por eso. Poco a poco me fui relajando, también ayudó a ello el par de copas que ya me había metido a parte de la botella de vino que nos habíamos bebido durante la cena. Las cosas transcurrían con normalidad, como dos parejas de amigos disfrutando de una noche de fiesta.
Solo que ellos no eran pareja, él estaba casado y quería follarse a mi mujer y ella hacerlo conmigo. Y lo peor era que, siguiendo su ánimo juguetón, Sara no dejaba de acariciarme con su mano por debajo de la mesa provocándome un continuo estado de excitación que empezaba a ser difícil de ocultar. Por eso, cuando Sara propuso salir a bailar, ocurrió lo inevitable. -Bueno chicos, yo tengo ganas de mover el esqueleto. ¿Quién se apunta? –preguntó Sara con ganas de fiesta. Yo dudé al saber el estado en que me encontraba y que iba a ser evidente al levantarme y, ese instante de duda, fue el que Rubén aprovechó.
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