Y el día comenzó desastroso. El vejete de la sastrería finolis, se quedó dormido y llegó a las 8:30 de la mañana, con Danielle, histérica porque su jefe no dejaba de llamarla al celular cada dos minutos, prácticamente le arrebató el juego de llaves y comenzó a probar una por una en la chapa. No entendía por qué posible razón debía tener tantas copias. Parecía carcelero.
— Jovencita pruebe con las más antiguas.
— Señor Foster ¿seguro que no recuerda cual es la llave?
— No, mi esposa es la que se encarga de abrir la puerta mientras yo sostengo el café por el que pasamos cada mañana, pero Hilda, está resfriada esta mañana y se quedó en cama.
— ¿No podemos llamarla para preguntarle? —sugirió Danielle, mientas peleaba con otra llave.
— Estará dormida, vamos deje que lo intente una vez más y ya conteste ese celular que me está volviendo un poco malhumorado.
— Debe ser mi jefe, de seguro está furioso porque no tiene su tonto cappuccino.
— Conteste, no vaya a ser que el señor Allen, se enfade. Vamos, sea responsable.
Tomando una larga bocanada de aire le regresó las llaves al señor Foster, se alejó unos metros y contestó la llamada.
— Buenos días, señor Allen —saludó conteniendo la respiración.
— ¡Donde demonios estás! ¿Te das cuenta de la hora que es y tu escritorio sigue vacío?
— Tuve un pequeño contratiempo recogiendo su esmoquin, pero ya estoy solucionándolo.
— ¿Dónde está mi café? Sabes perfectamente que me gusta comenzar el día con mi cappuccino.
— Ese no es mi trabajo, usted despidió a la secretaria.
— ¿Escuché bien? ¿Acabas de quejarte y cuestionar mi decisión de despedir a esa calienta sillas?
— Para nada, solo le recuerdo que no he llegado porque estoy cumpliendo con la orden que me dio ayer por la noche, nada más.
— Señorita Ross, mueva su humanidad hasta la oficina ahora mismo si no quiere seguir con el destino de su amiguita.
— Las amenazas están prohibidas en el reglamento interno de la empresa.
— Que insoportable que eres. Media hora.
Fue todo lo que dijo antes de cortar la llamada. Furiosa con el señor Foster y con la palabra en la boca, Danielle, fulminó con la mirada al relajado sastre. ¿Cómo era posible que en los años que llevaba trabajando no hubiese abierto nunca la maldita puerta?
Determinada a arrebatarle las llaves una vez más, se acercó con ojos llameantes que de seguro lo asustaron porque en un intento más encontró la llave ganadora. ¡Sí! Finalmente pudo recoger el traje de Nicholas y correr por un taxi, porque ni loca se sube a un autobús, llegaría aun más tarde de lo que ya estaba llegando.
En cuanto el ascensor se detuvo en el piso 16 inició una carrera para llegar cuanto antes a su escritorio, eran las 9:30 de la mañana, un horror, ella siempre llegaba temprano, le gustaba ordenar sus mañanas antes que llegara el endemoniado exigiendo su puto cappuccino. Así que a toda prisa encendió su computadora, colgó el estuche con el esmoquin que le había costado su primera falta en el trabajo. Revisó la agenda rogando para que hubiese algo que la mantuviera alejada de Nicholas, por un rato mientras se ponía al día.
Y sí, tenía una reunión privada fuera de la oficina, era de carácter personal por lo que no necesitaba a su asistente. Qué alivio, Danielle, suspiró con fuerza, tranquilidad en el trabajo, era todo lo que pedía, al menos por un ratito.
Pero la línea privada comenzó a sonar incluso antes que pudiera recostarse sobre el respaldo de su muy cómoda silla.
— Señor Allen —contestó.
— Hasta que se digna a presentarse a trabajar —espeta burlón—. Cancele mi reunión privada y re agende para la próxima semana.
— Sí señor.
— Prepárese para hacer una inspección por toda empresa, y no olvide mi reserva para almorzar.
— Enseg…--
— Y quiero mi correspondencia ahora —continuó sin darle tiempo para responder.
— Claro se…--
— ¡Y los informes! Yo que tú comienzo a correr
Suelta con una tremenda sonrisa en el rostro, lo estaba disfrutando.
— Tomo nota ¿algo más?
Pregunta con el lápiz listo para seguir tomando nota.
— Sí, envíe un ramo de flores a Vanessa Mitchell
— ¿Algún tipo en particular? —pregunta molesta porque le esté dando trabajo de su secretaria.
— Sí, de buen gusto, nada corriente u ordinario.
— Con mucho gusto ¿la tarjeta con algún mensaje?
— Sí “Repetimos cuando tú quieras”.
— Anotado.
— A las 10 iniciamos el recorrido. Tienes 35 minutos para hacer lo que te pedí.
Y cuelga el maleducado. Con ganas de estrangular a alguien comienza con el listado de tareas que le dio, dejando para el final el asunto de las flores, o era capaz de enviarle un mensaje de advertencia sobre lo insoportable que era el hombre con el que la tal Vanessa estaba saliendo.
Cuando la hora del almuerzo llegó, Danielle, casi estaba llorando de felicidad, ¡gracias a Dios! El señorito se había retirado a almorzar. Ella hizo lo mismo, se retiró a la sala de descanso en donde comió su sándwich de pavo y bebió una refrescante coca cola bien fría… y luego regresó a su escritorio.
Este parecía el día sin fin, corriendo de un escritorio al otro para atender todas las llamadas del puesto de la secretaria que ya no existía porque la había despedido.
A las 4 de la tarde se dio por vencida. Escapó del ping-pon en que se había metido, ya que el jefecito se negaba a llamarla a la línea directa del escritorio de la
secretaria. Escapó a la sala de descanso por una taza de té. Estaba sola, así que se dejó caer sin ninguna elegancia sobre el sillón, se quitó los hermosos y satánicos tacones negros a juego con su falda de tubo negra, su blusa rojo vino y su chaqueta ajustada negra. Le encantaba este conjunto, era uno de los pocos que se ha comprado desde que consiguió el trabajo de asistente de Lucifer.
— ¿Necesitas un masaje en esos hermosos pies?
La voz de Jordan, la hizo abrir los ojos de golpe, estaba tan cómoda que casi se duerme.
— Jordan, hola
Se acomodó correctamente en el sillón y se calzó los zapatos de inmediato.
— Tranquila, te mereces un respiro —le sonríe galán—. Todos especulamos cuánto vas a aguantar corriendo de un escritorio a otro.
— ¿Qué ya hay apuestas?
— Algo así, el jefe hoy está insoportable ¿qué hiciste?
Pregunta mientras toma asiento junto a ella, aprovechando la oportunidad para echar un descarado vistazo al escote de su blusa.
— Existir —ríe—. Llegué tarde y nadie le dio su café de las mañanas —suspira culpable.
— Tu nunca llegas tarde ¿pasó algo?
— Nada importante… ¿cómo es eso que me llevas controlada? —frunció el ceño alerta.
— Vamos ¿Cómo voy a perder de vista a la chica más linda de la empresa?
Ronronea acomodándose un poco más cerca de ella.
—Sí claro, te sirven todas —lo acusa con tranquilidad—. Eres el mujeriego de la oficina.
— Al menos soy atractivo —se encoge de hombros con arrogancia, seguro de su atractivo.
—Sí, eso no lo discuto —le sonríe algo incómoda.
— Entonces ¿Cuándo tenemos nuestra cita?
Manteniendo la ahora nerviosa sonrisa en el rostro Danielle, se levantó del sillón y se acomodó la chaqueta, lista para escapar de él.
— No tengo citas…
Mintió a medias, ha pasado un buen tiempo desde que tuvo una cita.
— Vamos a pasarla muy bien —afirmó dándole una morbosa repasada desde sus tacones hasta llegar a su rostro.
— Jordan, gracias por la invitación pero no voy a salir contigo.
— ¡No seas aguafiestas! —alza la voz algo molesto, levantándose del sillón.
— Yo no…--
— Sé cómo divertir a una chica y conmigo querrás tener un millón de citas —arquea las cejas insinuándose.
Captando el mensaje implícito en aquella insinuación, Danielle, se apresuró a rechazarlo con educación, comenzaba a asustarla.
— No estoy interesada, lo siento.
— ¡Vamos! Dame una oportunidad. Una cena y ya.
Le insistió aproximándose con ojos hambrientos, invadiendo su espacio personal y bloqueándole la salida.
— Yo…, Jordan… —suspira rendida—. No estamos en la escuela…, por favor necesito pasar, el señor Allen, debe estar llamándome…
— No, no nos movemos hasta que digas que sí —declaró muy decidido.
— Pero qué pesado eres. No quiero salir contigo, ya déjame pasar —exigió muy seria.
Una hora más tarde ya estaba de regreso en su escritorio. Tecleaba feliz de la vida con su nueva manicure permanente cuando Nicholas, salió de su despacho en dirección al ascensor, pero al verla se detuvo y retrocedió sus pasos.
— ¿ROJO?
Preguntó levantado la voz ante la sorpresa.
— Señor Allen, sí, son lindas —sonríe admirando sus uñas.
— ¿No entraba en las opciones una francesa? —arruga la nariz fingiendo desagrado.
— El rojo es más joven y sexy
— Joven y sexy…, estás loca —niega ocultando su diversión ante aquella ocurrencia.
— He dejado el recibo y el cambio en un sobre sobre la pila de la correspondencia.
— ¿Tan barata ha sido? ¡Dios! Que corriente eres —gruñe alejándose unos pasos.
— Gracias señor —sonríe sarcástica.
— Insoportable —la riñe.
— Un placer —le guiña con descaro en respuesta.
— Deja de responder a todo lo que digo —advierte con calma.
— Sí señor.
— Tan linda y tan pesada.
Y ante eso no tuvo contestación.
Se quedó callada y ruborizada, provocando que una satisfactoria sonrisa arrogante apareciera en el señor Allen. Ahora sabía cómo callarla. No le agradaban los halagos. O tal vez era por algo más…
— Así te quiero, calladita —sonríe con satisfacción, verla callada era toda una novedad—. Prepárate, en 30 minutos nos vamos a ver algunos terrenos.
— Sí señor…
¿Qué fue eso?
Absolutamente ruborizada Danielle, lo observó alejarse con ese andar tan seguro y varonil. Suspiró. Y eso no es bueno. Que el hombre sea tan atractivo y un grano en el culo y que de vez en cuando se muestre así de preocupado ¡Y! que te regale una manicure lo hace algo así como “casi perfecto” ¿no?
Con la cabeza en las nubes, Danielle, se quedó mirando al pasillo ahora vacío, suspirando por un hombre atractivo y gritando en su interior cada vez que tenía estos “episodios”… maldiciendo al “estúpido y sensual Nicholas Allen”.
¿Por qué tiene que ser tan apuesto?
Ahora con un nudo en el estómago se apresuró a terminar de responder los correos de su jefe. Sí, ella leía y contestaba su mail personal. Hasta para eso necesitaba asistente…
En exactamente 30 minutos Nicholas, regresó para buscarla. Danielle, estaba de pie junto a su escritorio con la chaqueta puesta y su pequeño bolso cruzado, miraba a sus pies lamentándose llevar tacones, no eran para nada apropiados para “ver terrenos” de haberlo sabido se habría traído sus converse…, en realidad no, al señorito Allen, se le caería el pelo si la viera con zapatillas “baja el perfil y la seriedad de la empresa” diría con petulancia. Aunque era poco usual que su jefe saliera de improviso, siempre agendaba todo con anticipación.
Maniaco.
Con discreción Danielle, dejó de observar la perfecta figura de su jefe y movió la cabeza asintiendo a lo que fuera que le haya dicho mientras ella inspeccionaba ese cuerpo y esa mirada que en un par de ocasiones fueron a su muñeca
¿No era tierno que se preocupara?
— Hoy tendrá que hacer horas extras, los terrenos que voy a inspeccionar son bastante retirados, necesito que tome nota de todo lo que se hable, y si tiene alguna pregunta que cree que pueda ser de mi interés me lo informa inmediatamente.
— Sí señor.
— Después de usted señorita Ross.
Tragando salida por el escalofrío que le hizo sentir el modo en que pronunció esa última frase, Danielle, se obligó a caminar rápidamente hasta el ascensor. Al menos esperaba que fueran en alguno de los autos de la empresa con chofer, pero no. Le señaló su deportivo, demasiado pequeño e íntimo… ¡genial! ¿Por qué no podía tener un jefe feo? Como tonta se quedó observando el auto, odiaba los deportivos, eran autos egoístas, solo una persona además del conductor.
— Vamos, no te quedes allí babeando por mi auto, sube.
Sonrió con socarronería y dejó la puerta abierta para ella. Eran demasiadas sonrisas para un día normal. ¿Qué estaba pasando con el endemoniado de todos los días? Tal vez iba a pedirle que hiciera turno nocturno, o que llevara su ropa interior a la lavandería…
— ¡Danielle! ¡Ya entra en el auto de una vez!
Gritó sacándola de sus locos pensamientos, no iba a pedirle trabajar tantas horas ¿no? Tomando una profunda respiración se movió y subió al auto.
— ¿Cuántas horas extras debo hacer?
Murmuró mirando por el parabrisas. No se atrevía a mirarlo porque… ¿Hay algo más atractivo que un hombre al volante?
— Las necesarias.
— Eso no me dice nada —arrugó el ceño.
— Todo el día
Le soltó con malicia. Comenzaba a encantarle jugar con ella y mucho más verla ruborizada por su causa. El efecto que suele tener en las mujeres y que en la señorita Ross, se siente mucho más divertido.
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