Por la mañana, los rayos suaves del sol se derramaba perezosamente por el estudio. Daniel estaba sentado en silencio detrás de su escritorio, fumando un cigarrillo.
Parecía estar muy distraído y se percibía algo de tristeza y amargura en sus cejas bien fruncidas.
En este momento, la criada empujó la puerta y le sirvió el café más favorito a Daniel.
—Señorito, ya está su café sin azúcar. Ya lleva una entera noche sin dormir, por favor descansa un poco y no se siente tan triste por lo de la señorita Juderías.
Al oír la voz de la criada, Daniel levantó la vista, y dijo después de dudar un rato:
—Lupe, quiero preguntarte una cosa. Tómame como tu amigo y háblame francamente, por favor.
La criada se quedó muy sorprendida por la actitud amable de su señorito y se apresuró a contestar:
—Señorito, solo soy la criada de la familia Chicote. ¡Cómo puedo merecer ser amiga de usted! Por favor pregúnteme lo que quiera, y le diré todo lo que sé.
Al ver la expresión aturdida de la criada, Daniel perdió el interés de hablar seriamente con ella y preguntó casualmente:
—Lupe, ¿ya tienes hijos?
—Sí, ahora tengo dos hijos y una hija, la niña ya tiene 9 años. Pero señorito, ¿por qué de repente me pregunta por eso?
—Eres realmente una buena madre. Quiero preguntarte: si un niño no puede estar al lado de su padre o su madre después de nacer, ¿se sentirá feliz? —Daniel lanzó la pregunta a la criada y miró a esta seriamente esperando su respuesta.
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