Relatos cortos romance Capítulo 7

Observo mi reloj y veo que pasan de las once de la noche, otro maldito viernes que la paso encerrado en esta oficina, aprieto el puente de mi nariz con mis dedos y me permito cerrar mis ojos durante algunos segundos. En este momento bien podría estar en casa y en compañía de mi amada esposa, pero no, la incompetencia de algunos empleados me tiene trabajando arduamente para resolver sus problemas.

Lanzo un suspiro y decido que el trabajo pendiente lo terminaré este fin de semana en casa, es el sacrificio que debo pagar al ser el dueño, apago mi computador, tomo mi maletín, mi saco y antes de salir de mi oficina apago las luces.

Camino a paso lento hacia los ascensores, pero me detengo cuando en una de las oficinas al fondo del pasillo diviso las luces encendidas, «seguramente a alguien se le olvidó apagarlas», llego hasta la puerta y me doy cuenta de que es la oficina de la directora de Finanzas, la abro de un golpe y mi mano se queda detenida al ver a la mujer que aún permanece dentro, ésta pega un respingo y levanta la vista de su portátil.

—¡Señorita Colmenares! Lo lamento, pensé que se les había olvidado apagar las luces, no fue mi intención entrar sin su consentimiento.

—¡Señor Alcázar! No debe disculparse, no es propio de mí quedarme trabajando tan tarde.

—¿Ya se va? —inquiero al ver como empieza a guardar sus cosas en su enorme bolso con premura.

—¿Eh? Sí, ya me voy.

—¿Gusta que la lleve? Ya es muy tarde, para que ande sola a estas horas.

—No se preocupe, puedo tomar un taxi —responde con una tímida sonrisa.

—De ninguna manera, no puedo permitirlo. —Me observa durante unos segundos como sopesando sus posibilidades hasta que asiente lentamente.

—Bien, en ese caso, no tardo. —Se levanta de su asiento y una vez que tiene todo listo, se cuelga el bolso en su hombro, pero este se atora con la manija de uno de sus cajones, haciendo que todo su contenido se desparrame por el piso—. ¡Maldición! —masculla entre dientes, sin agregar algo más, se agacha y se pone de rodillas mientras guarda todo en su bolso, sin embargo, parece que algo ha rodado debajo del mueble, ya que pega su cabeza al piso y mira debajo de él, ante lo cual sube su trasero y me deleito en el hermoso panorama que me ofrece, trago el nudo de mi garganta y desvío mi mirada, recordándome a mí mismo que mi hermosa esposa me espera en casa.

—¿Qué busca? —pregunto en un intento por no seguir viendo su trasero.

—Mi labial, ¡es mi favorito! —responde con un mohín. —Extiende su mano y luego se levanta con una enorme sonrisa en su rostro. —¡Lo he encontrado! —expresa victoriosa.

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