Celeste apartó a la madre y se dirigió rápidamente hacia Catalina, quien estaba en la mesa principal. Nadie le pudo parar.
—Solo quiero hablar con la novia. ¿Por qué estáis tan preocupados?
Se acercó a Catalina y se sentó directamente a su lado. Mientras tanto, Emanuel estaba bebiendo con sus compañeros justo en la mesa de al lado.
Catalina no conocía a Celeste, no obstante, no le costó nada darse cuenta de que esa chica debía de ser la invitada de la familia Moruga. Ya que era una invitada, le tuvo que atender de manera educada. Se apresuró a acompañarla a la mesa y dijo hacia la gente que estaba detrás:
—No pasa nada, dejadla sentarse aquí. ¿Te apetece comer algo?
Celeste cogió las manos de Catalina y dijo:
—No hace falta. No quiero comer, solo quiero tomar una copa contigo... —mientras tanto, hizo un gesto hacia un camarero que estaba cerca— Sírvenos el vino, que rebose... Sra. Moruga, espero que entres en el corazón del director Moruga algún día.
Catalina forzó una sonrisa. No sabía quién era esa chica, ni la relación que tuvo con Emanuel, ni hablar sobre el significado de esa bendición, pero no podía hacer nada, excepto sonreír delante del público:
—Vale, gracias.
Celeste bebió toda la copa a la vez y dejó escapar un hipo por el alcohol. El vino tinto cayó desde las comisuras de la boca. Todo el mundo sorprendió por el comportamiento impropio de la elegante hija del alcalde.
—Jajaja, Sra. Moruga... Sra. Moruga, ¿te lo mereces? —Celeste dejó la copa encima de la mesa con mucha fuerza y su cara y tono también se tornaron agresivos— ¿Una hijastra de un funcionario jubilado se lo merece?
Catalina estaba sorprendida, ya suponía que esa chica vino con malas intenciones.
Celeste sonrió y murmuró:
—No entiendo por qué te quiere Emanuel. Estaba pensando cómo de bella serías antes de verte, y resulta que eres así. Yo, la hija del alcalde, la cara, el cuerpo, la educación, la familia, cualquier cosa que obtenga será mucho mejor de lo que tu llegues a tener jamás.
Al ver a Emanuel, Celeste se acercó como un imán.
—¡Manu, felicidades! Y os deseo que os divorciéis pronto.
Ella abrazó a Emanuel por el cuello, se pegó a su cuerpo como si no tuviera fuerza y no paró de llamar el nombre de Emanuel.
—Cálmate, Celeste, para de hacer tonterías —Emanuel intentó aguantar el humor y le dijo rogando—. De verdad, todo el mundo te está mirando, ¿no te da vergüenza?
Todo el mundo les estaba mirando, pero no se atrevía a decir nada porque ella era la hija del alcalde, pero estaba murmurando. Jonatán y Estela no estaban contentos, pero no podían decir nada.
El Sr. Alarcón estaba tan furioso que no quería admitir que esa chica era su hija, pero no debería dejarla así sin más. Dijo enfadado hacia su mujer:
—¡Llévatela a casa! ¡Qué vergüenza!
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